Mi nombre es Valentina Reyes, tengo 32 años, soy gestora cultural y he estado trabajando en proyectos comunitarios. Actualmente estoy cursando un magíster de Gestión Cultural.
Me pareció que cada ítem de la página para escribir podía interpretarse distinto según la actividad que había realizado. Entonces hubo ítems donde me tenía que poner creativa, como cuando había que relacionar los objetivos de la actividad con la vida laboral. En las partes más chicas, a veces hay cosas que tienen fundamento laboral, y otras son actividades en sí mismas.
No hubo acciones que no vinculara con lo laboral, porque siempre traté de relacionarlo de alguna manera. Yo trabajo como gestora cultural independiente, pero además tengo trabajos remunerados donde cumplo
horario, que consisten en hacer clases de teatro para tercera edad y en una consulta psiquiátrica donde hago arteterapia. Eso lo vinculé a la vida laboral, pero la gestión cultural es transversal, está todo el día. Cada momento libre fuera de mis horarios establecidos lo dedico a ello. En el metro, en la calle, en todas partes. El celular es una herramienta fundamental para hacerlo. Por eso en el apartado de la bitácora que decía “donde”, yo pensaba “Pucha, fue en todas partes”, porque la actividad la hice mientras recorría todo Santiago usando el celular. Justo esta semana estábamos organizando una peña para un proyecto de poesía popular feminista. Entonces estaba en la difusión, en la coordinación, mientras estaba fuera de los talleres, en la micro, en la calle, a veces ahí mismo en la oficina. Entonces era en todas partes.
La tecnología ha cambiado mi forma de trabajar y creo que –aunque no nos guste reconocerlo– ha sido un tremendo aporte. Desde que empecé con la gestión cultural, como el 2011, tuve un apego a esta herramienta, incluso antes de que tuviera internet. Coordinaba todo a través del celular. Hoy uno puede resolver cosas rápidamente a través del celular. Mandar correos, incluso hasta la misma plataforma del Fondart uno la puede ver para corregir cosas. Entonces es un aporte todo el rato. Y la tecnología sigue creciendo, y eso a su vez genera nuevas necesidades. La gestión cultural es una rama tan nueva que también se va pegando rápidamente al funcionamiento de las tecnologías. Hoy nadie podría restarse de ello, porque usamos múltiples herramientas: el mail, Instagram, telefonía, internet en sí.
A través de la bitácora me di cuenta de que trabajo todo el rato. Los tiempos que no tengo en horario laboral pagado también, en los recorridos a través del celular sigo haciéndolo. Las actividades también son muy distintas. Por una parte, estoy en una consulta psiquiátrica donde trabajo lo terapéutico a través del arte, y todo se puede vincular con la gestión cultural porque implica para mí generar planes de trabajo. Hay un lado que te invita a sacar el psicólogo que tienes adentro para utilizarlo ahí. Y por otro, también trabajo haciendo clases de teatro y el resto del tiempo es para ver los proyectos, hacer las rendiciones y las postulaciones. Yo hago mucho material de diseño entonces en el computador tengo varios programas que son de diseño gráfico y de edición de fotos. Además, programas de gestión de proyectos, entonces con el computador hago el trabajo grueso y con el celular resuelvo cosas prácticas.
Soy hija de dos personas muy trabajólicas. Mi papá es administrador público y mi mamá diseñadora gráfica. Todo lo que vi de mis papás desde siempre es que trabajaban todo el tiempo. Eso no los desvinculaba de la vida familiar, pero sí veía que el mundo circulaba en torno a su trabajo y particularmente veía un goce en ello. Cuando quise estudiar teatro no me pusieron problemas, y en la medida que fui estudiante, empecé a entender y armar proyectos que llenaban mis espacios laborales y me gustaban mucho. Por eso siempre le doy un lugar importante, porque lo disfruto y hago cosas diferentes. Me gustaría no tener tantas necesidades económicas, por ejemplo, para poder hacer la pega de una manera distinta sin el ancla económica. Así, creo que le podría dedicar más tiempo a la creación que es algo que he dejado en stand by por el momento. Como actriz y como escritora siento una deuda porque he tenido que aplazar proyectos para poder solucionar el tema económico.
En ese sentido, considero que mis trabajos remunerados subvencionan en cierta medida otros trabajos más personales. Nunca me dedico tiempo completo a un colegio u oficina. Lo máximo son 22 horas, y las otras 22 horas realizo proyectos que no me dan estabilidad económica, pero sí plata. No son estables porque tienen comienzo y fin, pero son remunerados. Ahora, trabajar de esta forma implica un sacrificio económico, no gano lo que gana una personal normal. No me doy grandes lujos y tengo una vida austera en cuanto al consumo. No me importa tanto la verdad, es la única forma de poder realizar lo que quiero, pensando que en el futuro podría dedicarme solo a la gestión y a la creación. Ojalá el próximo año pueda dejar las clases y la terapia, dejar de depender de ese patrón económico para lograr ser totalmente independiente.
En este momento tengo dos proyectos para dar forma a esa idea. Uno es una especie de consultora de gestión cultural, pero la figura legal se está analizando porque también podría ser una cooperativa. Hay más gente involucrada. Y el otro proyecto es más personal, un taller de talabartería porque trabajo con cuero. Pienso este espacio como un trabajo, pero no le he podido dar el tiempo suficiente para establecerlo como tal. Cuando he pasado por momentos de crisis en los que me he cuestionado para dónde va la vida, me he dado cuenta de que trato de abarcar mucho y que es necesario acotar las cosas que me gustan para definir a qué me voy a dedicar. Y bueno, la artesanía y el trabajo manual siempre han estado. Necesito tomármelo en serio porque es bueno y da plata. Las herramientas de gestión cultural que tienen que ver con lo económico ayudan, entendiendo que es un arte patrimonial, un oficio.
Aprendí este oficio en el sur con un talabartero y un curtidor artesanal. De allí, que fue un curso de SENCE, salieron un millón de ideas que me gustaría aterrizar porque al final en este mundo muchas veces los proyectos quedan en la idea y no aterrizan nunca. Entonces empecé a pensar qué proyectos puedo acotar para luego ejecutarlos, y ese es uno. El área patrimonial y comunitaria son mis áreas de trabajo como gestora cultural, y siento que la talabartería tiene mucha relación con ello y la consultora también. Las personas están vinculadas con el patrimonio, la tradición oral y cosas así.
Para mí un trabajo bien hecho tiene que ver con la participación; cuando la gente se involucra e identifica con los proyectos y estos tienen sentido para las personas con que se trabaja. En el fondo la gestión cultural es una herramienta comunitaria y como siempre he trabajo dentro de lo comunitario es donde más tiene sentido para mí. Trabajé en el sur con una agrupación juvenil y los asesoraba en la organización. Entonces cuando desarrollamos proyectos y uno percibía que para la gente tenía sentido lo que se estaba realizando, los motivaba y participaban, ahí la pega estaba bien hecha y era necesaria. Cuando los proyectos quedan desiertos porque la gente no participa significa que es más importante el gestor que la comunidad. Eso no debería pasar, es al revés. Es más importante la comunidad y el gestor está al servicio.
La experiencia que generas al trabajar con la comunidad es puro material creativo. Puede que lo que cree nunca llegue a la comunidad, pero la experiencia que a uno le genera como artista el trabajar directamente con la comunidad es como…no sé, es como conocer el mundo y decir: “este es el material que tengo para crear”. Ver el mundo, relacionarse con él, rompe un poco la idea del artista posmoderno que para mí no tiene sentido y puede que estéticamente no sea tan profundo ni elevado. Para mí, traducir una experiencia vivida en comunidad o en territorio es mucho más valioso que meterme en los conceptos que hoy día establece el arte o el teatro. Como gestora trabajé con migrantes un montón de tiempo, eso fue un insumo artístico. Hace poco –a partir de las clases que hago en Renca– estuve toda una mañana en una población terrible, daba un poco de miedo entrar. Pero filo, porque tenía que hacer ahí el taller. Pero no llegó nadie, entonces me quedé conversando con una señora toda la mañana. Y yo pensé "pucha, esto para mí es mucho más valioso que venir a hacer el taller" porque si no llegó gente es porque no les interesa, no se puede obligar. Pero esta conversación es un insumo de la realidad, y puede traducirse en creación.
Desde lo que hago, un fracaso es cuando los proyectos quedan desiertos. Cuando la gente no se vincula o no le hace sentido. Y eso es porque uno puso primero su ego profesional al decidir qué necesita la comunidad cuando en realidad no es así. Y por eso no participan. La tarea de escuchar es fundamental. Hay distintas perspectivas en la gestión cultural, pero para mí lo central es lo comunitario porque se trabaja directamente con el territorio y eso tiene sentido. Entonces el fracaso sería trabajar en comunidades sin lograr escuchar lo que ellos dicen.
Tengo un hijo de tres años y ahora estamos en un momento complicado porque estamos separados. Él vive en el sur con su papá y yo me vine a estudiar a Santiago entonces no nos vemos siempre. Cuando voy lo dejo todo, trato de no llevar cosas más que lo que leo en el bus. Mis tiempos libres son con él, y a veces son varios días porque no estamos juntos toda la semana. A veces lo veo los fines de semana, o cuatro días a la semana y ese tiempo es todo para él.
Sin contar el tiempo familiar me desconecto viendo tele. Para mí lo ideal es estar una tarde viendo películas, ver tres seguidas y echada. La tele cumple el rol de apagar la cabeza, trato de no buscarle explicaciones más formativas o ideológicas. No veo sólo programas que eduquen, también algo de basura y filo, o sea, es una hora que chao. Y salir con amigos es súper importante también porque trabajo con personas y –en general– ellas son parte de mis amistades. Por ejemplo, lo que tengo ahora con la poesía popular. Los martes en la noche después de clases me voy a un local que se llama Chancho Seis donde se improvisan payas, poesía popular en décimas. Y estoy aprendiendo a improvisar hace un tiempo. Allí también van los amigos con los que uno está aprendiendo. Dentro de lo cultural es un tiempo de ocio aunque sigue siendo parte del trabajo. Lo alimenta desde un punto de vista más recreativo. Por eso lo elijo. Aunque tiene una parte súper latera y administrativa, luego siempre hay un momento recreativo súper bueno. Por ejemplo, el libro que sacamos que se llama “Décima Feminista”, lo lanzamos a fines de julio y fue harta pega administrativa. Ganamos un Fondart, hicimos el lanzamiento y después vinieron puras muestras del libro. Luego la bajada recreativa, porque ya dejó de ser la pega terrible y aunque sigue siendo trabajo es de otra manera.
Para mí el ocio es muy importante, pero es una idea más racional que práctica. Es un momento de creación en donde se suelta la cabeza y circulan ideas. En donde aparecen cosas. Pero la mayoría del tiempo estoy trabajando, llego a la casa en la noche y prendo la tele. Luego me duermo porque estoy cansada.
No sé por qué, pero le han hecho mala fama al ocio. Eso que dicen que la gente es ociosa. Por eso falta vincularse de forma positiva con la idea y sacarle esa carga mala que significa casi ser un vagabundo. Por ejemplo, el papá de mi hijo es poeta y no le gusta vivir apatronado. Vive en el campo, ve pasar los autos y escribe poesía. No está ni ahí con que le digan que trabaje. Tiene una casa autosustentable y sus necesidades económicas son pocas. Es músico, gana tocando y se dedica al ocio. Es feliz con eso. Él logra sacarle la carga social que tiene aunque el mundo piense lo contrario. Para mí no es tema porque tenemos una relación distinta con el trabajo y los dos expresamos nuestro trabajo en la forma que queremos. No me provoca crisis. Él es feliz y yo soy feliz. Además, se hace cargo de nuestro hijo. En el campo tiene que esperar la micro rural que lo lleva al jardín, después va a buscarlo. Se dedican a hacer huertos, lo encuentro ideal.
Yo no me enfermo nunca, entonces no lo vinculo tanto al trabajo. Tengo alergias y me da sinusitis a veces, tengo rinitis crónica entonces me dan todas las afecciones relacionadas con mocos. Pero no me enfermo gravemente, aunque este año ha sido bien intenso. Volver a Santiago y asumir el ritmo del magíster fue un cambio importante. Entonces siento que mi cuerpo me dijo: “córtala”, porque me enfermé mal. He estado en cama toda la semana, y me sentía muy culpable por ello, pero me tomé la licencia en serio porque necesitaba parar. Últimamente, de lunes a jueves salgo a las 9 de la mañana de la casa y vuelvo a las 11 de la noche. Pero ya entendí, ahora necesito que se me pase el resfrío.
La maternidad ha sido todo un viaje. Cuando quedé embarazada recién estaba agarrando el ritmo de mi pega. Me había ido de la casa y pensé que no me iba a afectar tanto, tenía cierta estabilidad con el trabajo y la vida independiente. Pero no fue así, lo cambió todo. Después que nació mi hijo volví a trabajar a los cuatro meses, no alcancé a tomarme todo el post natal porque no tenía licencias y porque tenía que volver a generar dinero. Con el papá de mi hijo nos repartimos y ambos trabajábamos medio tiempo. Después nos fuimos a vivir al sur y mi proyecto laboral se truncó súper rápido. Entonces hice el diplomado de gestión e hice nuevas redes que me permitieron generar de nuevo proyectos que ahora estoy ejecutando. Pero me tomó los tres años de vida de mi hijo. Volver a armar lo laboral después de estar dedicada sólo a la maternidad es difícil. Y bueno, por eso la decisión de volver a estudiar en Santiago. Necesitaba anclarme. Me separo en este momento de mi rol de mamá, no lo vivo a 100% en lo cotidiano y eso me ha permitido trabajar y estudiar como lo estoy haciendo. Pero hay que encontrar la forma que se va construyendo en el tiempo, no es algo que suceda o que uno pueda planear.
Antes los feriados pasaban para mí. Ahora los noto más porque los ocupo para viajar al sur y tienen más sentido. Antes no, los tiempos de trabajo son aleatorios y no alcanzan a tomar una forma definida. Las vacaciones son los tiempos más extraños porque suceden sin planearse. He tenido vacaciones de tres meses porque simplemente no tengo pega en ese tiempo, y en ocasiones, no he tenido vacaciones. Se dan ante la ausencia de trabajo, no se planean sino que se acaban los proyectos.
La idea de jubilación o retiro la visualizo, pero no tanto. Creo que se llega a una cierta edad de desgaste físico donde la intensidad no puede ser la misma. Pero me imagino una vejez trabajando con cuero, dedicándome a la artesanía o a las manualidades. En áreas menos administrativas, o también estudiando. Para mí, ese también es un tiempo de relajo, porque implica un goce el escribir e investigar.