Mi nombre es Sebastián Jatz y tengo 37 años. Soy compositor de formación, pero trabajo de forma irregular en proyectos de música y no todos generan un ingreso. Durante los últimos años he trabajado vinculando la música y las artes visuales, así que he participado en varios contextos de este medio, tales como museos o galerías. Mi ingreso regular proviene de la traducción y en ocasiones hago trabajos específicos.
No realicé el ejercicio de la bitácora como estaba estipulado, porque no rellené ninguna de las hojas que sistematizaban las actividades. Mi metodología fue elaborar una lista con todas ellas, indicando la hora en que la realicé. Esta semana se caracterizó por ser la última de un periodo de trabajo de muchas traducciones. Desde hace un mes he estado traduciendo sin parar todos los días para juntar dinero y dejar de trabajar los próximos meses; disponer de tiempo y dedicarme a 2 proyectos que no necesariamente me remunerarán de inmediato. Por eso, estas semanas han sido de trabajo intenso, sin embargo, ya sólo faltaba una traducción y la revisión del resto. Tuve más tiempo libre, y lo utilicé para empezar uno de los proyectos que mencioné: una partitura para orquesta. Eventualmente podría obtener dinero de ésta, pero eso depende de ganar un concurso, ya que se trata de una iniciativa propia.
La distribución de mi tiempo está organizada según los plazos de trabajo, es decir, le asigno prioridad a aquellas tareas cuyas fechas de entrega están más próximas, o que quiero finalizar antes para dedicarme a otra cosa. De todas formas, existen ocasiones en que alterno las actividades, como esta semana que trabajé en la traducción y en la partitura. Si hubiese completado la bitácora antes, estaría registrada sólo la primera de ellas, porque comprometí los textos para una fecha determinada. Ahora que está casi finalizada, puedo trabajar en la partitura que puede tomar entre 2 semanas y 3 meses. Tal como comenté, las actividades laborales no están jerarquizadas. La traducción provee el dinero para pagar mis cuentas y sobrevivir, algo que es imprescindible, mientras que la partitura aporta a mi desarrollo personal y profesional, pero sin certeza del beneficio económico que me podría dar.
El trabajo es una fuente de dinero que me permite sostener la vida que llevo. Sin embargo, en mi vida el trabajo no remunerado ha sido una práctica constante que me provee otros beneficios, tales como el desarrollo personal, la inserción en un medio, acceso a espacios, posibilidades y oportunidades. En términos económicos no genera ganancias, así que no significa mucho a menos que se produzcan pérdidas, en el sentido de que inviertes sin recibir dinero a cambio. El trabajo no remunerado y remunerado conforman un entramado; no dejaría de hacer las cosas que me gustan simplemente porque no me pagan, y al mismo tiempo debo obtener dinero para vivir. Esta fórmula funciona desde que comencé a traducir a los 14 años; es una actividad que disfruto hasta hoy.
Cuando vuelvo de Londres, ciudad donde viví, me inserto en el mundo laboral en calidad de compositor. No son muchas las oportunidades, como podrán imaginarse, y, de hecho, son menos por culpa de mi mente cerrada. Por ejemplo, descarto todas las posibilidades de hacer música para teleseries porque no me interesa y por orgullo, pues considero que mi arte merece respeto y no voy a llevarlo a cualquier espacio. Mi interés artístico no es comercial, sino que apunta a lo experimental y extraño: me gusta la música rara. No tengo muchas posibilidades de vivir de ello y la opción más cercana o viable es la academia, el camino que toman mis compañeros de universidad o mis colegas. Hice clases durante algunos años hasta que me percaté que no lo disfrutaba mucho. En este periodo comencé a hacer traducciones pagadas, sin contar con una formación profesional en este ámbito. A medida que adquirí una práctica y un hábito, generé clientela: las personas comenzaron a recomendarme, llegaron trabajos desde distintos lugares y armé un flujo constante de trabajo en torno a la traducción. Se transformó en una fuente de ingresos “segura” pues siempre existe la posibilidad de dejar de recibir trabajos dado que no tengo contratos. He desempeñado el trabajo de traductor en proyectos de empresas, pero sigo dependiendo de los textos que llegan. Por suerte, es un ritmo bastante regular que no ha supuesto ningún problema, así que no me planteo volver a un trabajo estable.
Leer, ver documentales, pasar tiempo en Internet, compartir con amigos, dormir una siesta, cocinar son algunas de las actividades que realizo en mi tiempo de ocio y que aparecieron en mi registro cotidiano. Si bien no generan ingresos económicos, complementan mi desarrollo personal y, por lo tanto, afectan mi vida profesional. Las personas que piensan que no aportan de esta manera se debe a que poseen otra noción de “lo profesional”. Posiblemente las personas que trabajan en otros campos productivos ligados a una oficina viven esta situación, sin embargo, me parece que podrían vincular, por ejemplo, un documental que vieron en su tiempo libre a su actividad laboral, sólo que sería difícil definir la incidencia directa.
La irregularidad de mi rutina ha sido constante en mi vida porque siempre he pensado que mi capital no es el dinero, sino que mi tiempo. Desde hace años quería que llegara el momento de disponer de mi tiempo y he logrado mantenerme en esta situación. Es un estado ideal en la medida en que no me vea en aprietos para pagar el arriendo, las cuentas o cualquier cosa, pero, por otra parte, puedo permitirme salir con amigos y comprar una cerveza. He conservado esta dinámica de trabajo los últimos 10 años, con la única diferencia de que actualmente poseo la tranquilidad del funcionamiento de este sistema a raíz de mi experiencia. Cuando comencé tenía la incertidumbre acerca de poder lograrlo. Mi condición antisistema posiblemente proviene de mis relaciones familiares, aunque no tengo seguridad. Siempre me ha gustado la posibilidad de mantenerme parcialmente al margen y las ocasiones en que estuve en un trabajo fijo por mucho tiempo resultaron incómodas. Incluso mientras estudiaba en la universidad deseaba salirme, todos los años.
En el sentido más amplio, el artista inventa y crea, característica que extiende al estilo de vida que lleva y la forma que tiene de hacer las cosas. Me parece que este desorden aparente de la rutina ante la vista de los demás tiende a presentarse más entre los artistas por estos motivos, a menos que se trate de personas obsesivas compulsivas. En alguna medida, poseo estos rasgos que me permiten mantener un grado de orden dentro de mi caos personal.
Los avances tecnológicos recientes, sin duda, han modificado mi registro, pero no significativamente. El computador es una extensión de las personas desde hace mucho tiempo; en mi caso, lo utilizo desde la adolescencia. No obstante, su incidencia ha aumentado ya que no sólo lo empleas para una tarea particular como antes, sino que es parte de los entornos cotidianos personales. No hay día que no uses el computador, a menos que estés de vacaciones o en una situación inusual. La computadora es el primer objeto que enciendo en la mañana y lo último que apago en la noche.
Todas las actividades cotidianas son importantes, no sólo el trabajo. Necesitas dormir y comer para obtener la energía que necesitas durante el día. Estas pausas de producción de dinero, además de complementarme de la manera que mencioné, permiten que descanses del trabajo. Por esto, distinguir las actividades que realizo entre tiempo libre o trabajo realmente no tiene mucho sentido para mí. Hay personas que consideran que el trabajo es un fin en sí mismo, generando un esquema rígido. Desde mi perspectiva, el trabajo es más bien un medio para otras cosas tales como mantener a tu familia, tener vacaciones y disfrutar de ese tiempo juntos. En el mundo del arte la gente se exige a sí misma para mantenerse en la competencia y estar presente, pero en mi caso no lo hago. Mi situación actual es similar a la de un jubilado. Antes de esa fase intensa de traducción me dedicaba a armar puzzles.
Cuando mencioné que quería dedicarme a la composición, hubo presiones familiares para que no lo hiciera, pero logré defender mi territorio. Particularmente mi madre no quería que fuera compositor, sino que buscara un trabajo “de verdad”. Más tarde, una vez que terminé mis estudios, me preguntó: “¿No te gustaría tener un trabajo regular en una universidad?”. En el transcurso del tiempo ella pudo constatar que era capaz de sobrevivir bien a mi manera.
En el momento en que decides qué estudiar básicamente piensas que es una elección que determinará tu vida. En este contexto, tuve la suerte y la posibilidad de elegir una carrera inestable en términos económicos, considerando que otras personas no pueden hacerlo porque necesitan generar dinero para ayudar a sus familias. Entré a estudiar música guiado por mi instinto y porque pensé que me producía suficiente curiosidad como para dedicarme a esta disciplina por varios años. Usualmente comienzas a estudiar música debido a que posees conocimientos o cuentas con una aproximación previa a este campo, pero yo nunca toqué instrumentos mientras fui niño, y recién aprendí a leer partituras en la universidad. No me considero músico por haber estudiado esta carrera pues para ser uno hay que tener un talento mucho más innato, que reconozco en ciertas personas.
En el colegio hice mucho teatro de buen nivel; pertenecía a una compañía que realizaba giras y que tenía una buena recepción con el público. Las personas me decían que actuaba increíble y recuerdo que me iba bien: aprendía las líneas, me paraba en escena y la actuación salía natural. Para la gente era lógico que me dedicara al teatro porque ese era mi talento, así que cuando comenté que quería estudiar música respondieron que iba a desaprovechar mis habilidades.
Siempre me gustó el arte, la estética y la belleza. Mi incursión en las artes visuales ocurrió paulatinamente y se vio facilitada debido al auge actual del arte sonoro. La gente cree que soy artista, pero no me considero uno y tampoco mi formación corresponde a las artes visuales. No es un objetivo en mi vida. Más bien comenzó como una afición que pude desarrollar y honestamente no siento ninguna presión para continuar ahí. ¿Por qué seguiría exponiendo en galerías y museos?
Al finalizar mis estudios, existía la necesidad interior de lograr reconocimiento, pertenecer a la escena y acceder a posibilidades. Hoy siento que cumplí ese propósito, es decir, no tengo que seguir luchando porque conseguí ese espacio y no poseo la ambición de llegar más arriba. Al contrario, prefiero disponer de mi privacidad y de mi tiempo que, en algún momento de la búsqueda de reconocimiento, los perdí por aceptar todas las ofertas que me hacían. Ahora, por ejemplo, reparé un armonio que compré durante tres semanas porque me producía placer. No hay ninguna remuneración por ello ni me convertiré en restaurador de instrumentos: es que disfruto de la posibilidad de hacerlo. Mi desarrollo profesional también cuenta con estas características, pues nunca quise especializarme en un área específica, sino que opté por tener la libertad de poder hacer lo que quiera. Así realizo traducciones, me dedico a componer música o a las artes visuales. En una época de mi vida hice teatro y cine y, de hecho, ocasionalmente reaparecen. Entre las actividades que hago, la cocina posee un rol importante, me encanta, al igual que los licores, de los que aprendí mucho. Me gusta la cualidad de ser amateur, en el buen sentido del concepto, ya que te entrega la posibilidad de conocer distintos temas y abandonarlos, sin la presión de desarrollar una carrera o lograr un reconocimiento en sus respectivos campos. Hay grados de satisfacción que se pueden lograr sin la ansiedad que te produce la ambición de ser el mejor.
Adopté esta postura cuando estaba estudiando en la universidad. En el conservatorio compartes con músicos que son casos de una especialización extrema, pues tocan piano u otro instrumento por 6 horas al día desde los 5 años y no tienen más vida que esa. Entonces saben tocar el piano increíble, pero no saben cocinar. Esta situación me parecía incongruente y decidí que no quería tener una vida así. La formación de compositor no es idéntica a la de un pianista, sin embargo, existen personas que ocupan su mente solamente en ello y no se desempeñan bien en otras áreas de la vida. Quise acceder a otras áreas, “sacrificando” la posibilidad de volverme un gran compositor – que nunca fue un gran anhelo-.
Mis actividades están guiadas por un instinto marcado por las cosas que me gustaron desde la niñez hasta la adolescencia, cuando se forman tus preferencias. Sin embargo, al igual que mucha gente, me moviliza la emoción de descubrir algo nuevo, de fascinarse y luego agotarlo. Es una experiencia que se asemeja a la ansiedad que te hace ver capítulo tras capítulo de una serie de televisión hasta terminarla, con la diferencia de que las personas que generaron el contenido buscan involucrar a la audiencia en la trama. El objetivo de restaurar el armonio ocurrió así: se acabó cuando la restauración estaba finalizada. Quizás le dé otro uso en el futuro, por ejemplo, podría ocuparlo en un concierto y me llegue dinero por eso, pero en esta oportunidad no era relevante, sino que importaba el trabajo de restauración. La decisión de componer una partitura de orquesta posee el mismo origen que la restauración de este instrumento, sólo que también se debe a que llevo tiempo sin retornar a la música de esta naturaleza.
La búsqueda del reconocimiento no es exclusiva del campo del arte: en cualquier ámbito de trabajo es natural que las personas valoren su trabajo y deseen que otros realicen la misma operación. Existe una dimensión más competitiva que mide el éxito a través de cifras específicas tales como el precio de las pinturas o el número de exhibiciones de un artista, pero me parece que se trata de una trampa. Desde mi perspectiva, cada uno tiene que encontrar su manera de realizarse en el mundo. Actualmente, siento que hice lo suficiente para posicionarme en el campo de las artes, por lo que no me veo en la necesidad de mantenerme en esa competencia. Es una sensación de relajo, similar a la jubilación.
El éxito y el fracaso resultan del cumplimiento de objetivos establecidos por uno mismo, ambos se vinculan a un hecho puntual. Por ejemplo, si quiero servir una taza de café y logro meter el café en la taza es una acción exitosa, pero si los eventos sucedidos impiden que ocurra de esta forma podría terminar en un fracaso. No obstante, las cosas son más complejas, ya que hay distintos grados de éxito y fracaso. En mi caso, me ha tocado de todo: ocasiones en que cumplí las metas propuestas y otras en que no pude. Una oportunidad que fue un motivo de orgullo y me hizo sentir que había logrado un objetivo ocurrió cuando me prestaron el Museo de Bellas Artes para realizar un concierto durante toda la noche pues existía la posibilidad de que rechazaran mi solicitud.
A medida que pasa el tiempo, aprendes a contener y controlar las expectativas de reconocimiento. Cuando inicias un proyecto de arte, por lo general, tienes la convicción de que se trata de algo increíble y que el mundo tiene que conocerlo, el problema es que no todos los espectadores reaccionarán con el mismo entusiasmo. Algunos responderán con indiferencia y a otros no les va a gustar derechamente. Los artistas producen sus obras con las mejores intenciones, pero una vez que estás afuera no puedes esperar que te digan: “¡Es increíble! ¡Es lo más hermoso que he visto en mi vida!”. Te vas a frustrar.
El ocio es parte de mi cotidianidad, ya que normalmente estoy lleno de tiempos muertos. No tengo hijos, no estoy casado y no tengo deudas, así que no me veo en la obligación de conseguir dinero, excepto para mantener mi estilo de vida que, además, es simple y no requiere mucho. La fábula de la hormiga y la cigarra se adecúa a la dinámica de vida que he desarrollado: la cantidad de traducciones que realicé es el alimento que junté para el invierno, es decir, una temporada sin necesidad de producir ingresos económicos inmediatos para dedicarme a otras actividades como la creación de la partitura o la escritura de un libro. Es una situación ideal para mí.
El concepto ocio está relacionado al aburrimiento, que es una pieza clave para mi trabajo musical y artístico. Por ejemplo, la música que habitualmente escuchas, la música clásica o la música folclórica poseen un ritmo de cambio constante, regular. Si oyes 20 minutos un acorde se presenta una paradoja: puedes aburrirte porque no encontrarás nada ahí, pero también puedes prestar atención a ratos y percatarte que no se trataba de un acorde, sino que era más complejo. Así comienza a manifestarse lo estrictamente musical: el acorde, lo que rodea a éste, la persona que lo produce y el lugar en el que está sucediendo. La complejidad de la existencia se manifiesta sin detenerse, sólo que identificarla depende del punto de vista personal. Desde mi perspectiva, la idea de aburrimiento no existe porque tampoco existe el vacío propiamente tal: cualquier momento está lleno. El ocio y el aburrimiento son instancias que están saturadas de elementos y que no están ajenas a mi producción artística. Un ingeniero va a su oficina a trabajar y piensa: “Entro a las 09.00 horas, la pega termina a las 18.00 horas y luego, en mi casa, me desconectaré hasta la mañana siguiente”. Mi vida no funciona de esta forma. El aburrimiento posee un sentido contracultural, es un placer que proviene desde mi posición en los márgenes del sistema.
Podría decir que tengo hobbies, aunque más bien se trata de aficiones como mencioné anteriormente. Hace años hago licores, de hecho, he considerado armar un negocio porque existe poca variedad en el mercado y a la gente le gusta. También me dediqué a hacer puzzles. Armé algunos en mi niñez, pero nunca volví a verlos hasta que me regalaron uno hace poco. Fue un gran regalo porque encajé perfectamente con la actividad. Disfruté armar puzles. Me pareció que había demasiadas lecciones de vida que se podían obtener de esto, así que me dediqué a fomentarlo, a contarle al resto las maravillas de los puzzles. Le regalé uno a mi madre para Navidad y lo llevó a Maitencillo, donde mi sobrina avanzó mucho porque se entusiasmó. La última vez que fui a la playa, armé puzzles casi todos los días. Al comienzo no quise interferir en los progresos de mi madre y mi sobrina, pero después lo hice igual pues solamente hay que desarmar y armar de nuevo. Los puzzles son un área de investigación como tantas otras de mi vida que perduran poco tiempo. Además, no me imagino haciendo puzzles todas las semanas porque sentí esa cualidad absorbente que se agota en algún punto. Mis obsesiones de larga duración son la música y el placer de descubrir cosas “nuevas” sin convertirlas en un objetivo de vida.
La mayoría de las personas desarrollan su vida laboral en horarios fijos y lugares que no son sus casas, como oficinas. De esta forma, la definición entre lo que es trabajo y lo que no resulta bastante clara, ya que sus vidas se organizan bajo estos esquemas. Finalmente, intentan aprovechar al máximo los momentos que tienen para sí mismos. No es peor ni mejor que otras dinámicas cotidianas, tampoco es antagónica a la que llevo.
Hay ocasiones en que el ocio desaparece porque te ves absorbido por el trabajo y realizas las tareas mínimas de supervivencia, es decir, comer e ir al baño. Sin embargo, no sucede exclusivamente con las actividades que me entregan una remuneración, sino que también pasó con los puzzles y el armonio. Más bien, es una inmersión absoluta que ocurre cuando me obsesiono y no me detengo hasta que termino.
Tengo pocas experiencias de enfermedad; he tenido la suerte de gozar de una buena salud. No he sufrido una afección que me inhabilite temporalmente y, ante la eventualidad de una que me limite, no dejaría de hacer mis actividades cotidianas, aunque agregue una dificultad. Creo que la reserva de creatividad del artista, que mencioné antes, me ayudaría a sobrellevarla. Asumo que las enfermedades se volverán una presencia en mi vida a medida en que transcurran los años. Pronto cumpliré cuarenta años, por lo que mi hábito de fumar dejará ver sus consecuencias.
Mi vida no se rige por un esquema temporal pues los días de la semana, los fines de semana, los feriados y las vacaciones son indistintos para mí, solamente hay tiempo y nada más. Un lugar común entre las personas es lamentarse de los lunes, mientras que para mí no es un día especialmente fatal. Los feriados son completamente inútiles porque mi rutina se sostiene sobre días que parecen feriados. Usualmente digo que vivo de vacaciones, pero al mismo tiempo las vacaciones no existen formalmente. No tengo un trabajo que permita tomarme dos semanas en el año para ir a la playa: puedo hacerlo cuando lo desee. Las vacaciones surgen espontáneamente. En este sentido, mi modalidad de trabajo no alberga el error de la manera en que lo concibe la mayoría de la gente. Estos momentos los aprovecho para ir a la naturaleza y pasar tiempo con la familia y los amigos. Mi madre tiene una casa en la playa en Maitencillo a la que voy más o menos dos veces al año. Esta semana que pasó surgió la posibilidad de ir porque no estaba cargado de pega, pero es una situación excepcional.
Durante muchos años no quise tener hijos, pero luego me abrí a la posibilidad. Me encantan los niños y seguramente es una experiencia hermosa, sin embargo, soy consciente de la disrupción que produce un hijo en la vida de las personas. Una criatura necesita atención, así que debes disponer de tu tiempo para cuidarla, sacrificando la libertad que poseías previamente. No quiero sentir frustración por quedarme sin la posibilidad de disponer de mi tiempo. Este problema me recuerda a las veces que mi madre decía: “¡Dedícate a la composición como un hobbie! Estudia leyes y toca guitarra durante las tardes, ¿qué importa?”. Justamente tener hijos significaría tocar la guitarra cuando mis tiempos lo permitan, pero no en los momentos en que quiero. En este sentido, no he querido transar. Tampoco enfrenté situaciones de pareja en la que una persona manifestara: “Vamos a tener un hijo ahora o nuestra relación se acaba”. Además, dada mi condición de hombre, puedo tener hijos al menos por veinte años más, a diferencia de las mujeres que pueden sentir una presión biológica cuando están cerca de los cuarenta años. De todas formas, no está en mis planes.
La jubilación es un misterio, no sé qué va a suceder. Me imagino que enfrentaré esta etapa de la misma manera en que lo he hecho con otras cosas de la vida: sin angustia. Si me preguntan qué haré a los 60 años, primero me cuestiono si llegaré a cumplir esa edad. Desde esta perspectiva, el futuro me parece incierto, pero espero sobrevivir y seguir trabajando para mantener una calidad de vida decente. Por otro lado, creo que estoy rodeado de personas que me quieren y que podrían preocuparse de mí en el caso de que no sea capaz de hacerlo. Usualmente este rol se les asigna a los hijos porque parece obvio, aunque dudo que quiera pertenecer a ese esquema.
Mi formación artística me entregó una herramienta cuya utilidad excede los límites del campo laboral: la creatividad. Esta idea —tan manoseada hoy— consiste en mirar las cosas desde otra perspectiva para encontrar un camino. La vida está llena de sorpresas y, pese a que armes una rutina, todo está sujeto a cambios, así que frente a la condición de incerteza y el incesante devenir me parece que la creatividad es un gran recurso. Si preparase mi jubilación, podría ser que nunca la disfrute, ya que está la posibilidad de que fallezca. Tampoco he sido bueno para planear actividades a largo plazo, así que opté por mantener mi perspectiva hacia el tiempo inmediato. Cuando las personas preguntan: “¿Y dónde te ves en 10 años más?”, en mi caso, no tengo idea. Mi esquema de vida se asemeja a la restauración del armonio, es decir, logré mi objetivo, pero ¿después qué? ¿Sostengo este estilo de vida? Retorno a la incerteza que sentía al optar por este estilo de vida hace 10 años. Si bien tengo ideas más claras y ordenadas, desconozco qué ocurrirá el próximo año y me gusta que sea así.