Mi nombre es Gabriela de la Piedra de la Cerda. Actualmente soy directora docente de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Mayor. Además, trabajo en mi oficina independiente, soy socia de PM200 Arquitectos, donde nos dedicamos a la arquitectura de retail, y estoy muy feliz escribiendo un libro sobre El Claustro, que es este edificio. También hago clases en pregrado, ahora estoy haciendo Análisis histórico en Arquitectura 3, que tiene relación con Chile y Latinoamérica.
No había tenido una experiencia de registro como ésta. A veces cuando viajo hago algo similar, o de más chica tal vez. Ahora con el celular se sacan fotos y todo queda digital. Cuando no existía ese recurso me iba de viaje con croquera en mano y luego las guardaba. Era interesante revisarlas después, pensar “Estuve en tal lugar”, “Mira,
qué entretenido, se me había olvidado”. Me pasó ahora en el verano que fui a México. Yo ya había ido y pude revisar esa bitácora. Fue divertido poder verlo con mis niños y revisitar los lugares que había registrado. En ellas escribía, dibujaba, pegaba recortes, hacía harto collage. También hacía croquis que tienen las medidas y proporciones de ese momento. A mí me gusta mucho el arte precolombino e hice mucho tiempo clases sobre el tema, y justo en esa época viajé a México y Perú. Esas bitácoras en algunos casos las usaba para mis clases, en otros casos era mi necesidad de entender. Una cosa es verlo en libros, y otra cuando lo tocas y tienes esa sensación y dices: “Ay, esto es piedra pulida”. Las bitácoras servían mucho en ese dibujo, para tomar las medidas. Son cosas de arquitecto ¿o no? Para nosotros la medida y proporción son súper importantes, te da la escala que necesitas, por un lado, para las clases, pero también por la necesidad de vivenciar las cosas. Estar en Teotihuacán, ver la Pirámide del Sol en su dimensión real, es una diferencia importante respecto del libro.
No aprendí a realizar estas bitácoras en la universidad. Tengo una prima historiadora que cuando se iba de vacaciones con nosotros siempre iba registrando. Ella es profesora de Historia y Geografía, y hace sus registros porque le interesaban las huellas de las cosas. Y tengo eso, no sé si es mal o buen hábito, de coleccionar imágenes que creo viene de ella. O sea, toda mi colección de tapas que ves aquí en los muros son parte de ese “estuve aquí, pisé este lugar”.
Registré una semana bien laboral en la bitácora. Me di cuenta que el trabajo tiene un peso interesante porque me produce alegría, felicidad, un montón de sensaciones. Aún así, no es lo más importante para mí, y eso que estoy prácticamente todo el día acá.
Cuando terminé la bitácora me di cuenta que le dedico el mismo espacio a dejar a mis niños en la mañana, que a mis horas de trabajo. Eso fue bien alucinante, como que incluí dentro de mis horas de trabajo todas las cosas que tengo que hacer. Me agradó constatar que mi día es muy largo porque siempre pienso que es corto y que me falta tiempo. Soy muy activa, me gusta hacer muchas cosas entonces me di cuenta que mi día no era tan corto como pensaba, o sea, tengo un montón de actividades.
Despertarse en la mañana es un rito importante que marqué en la bitácora. Llegar a trabajar también lo es. Y luego volver a mi casa. Yo además entreno hockey y me di cuenta que el equipo tiene más importancia de lo que pensaba. Fue muy interesante escribirlo, es muy distinto a dibujarlo. Mis otras bitácoras son más de dibujo que escritura, aunque tienen notas y observaciones.
La relación entre mis trabajos ha ido mutando con el tiempo. Antes me dedicaba más a la oficina y sólo venía a la escuela a dar clases. Luego pasé a estar medio día en cada lugar. Hoy sólo voy a la oficina por proyectos, o sea, me piden un proyecto y voy a la oficina. Ya no somos PYME, ahora somos mediana empresa. En ella trabajan quince personas, siete son profesionales, está la secretaria, la señora Isabel que nos ayuda con el aseo y una cuadrilla de maestros. No solamente diseñamos, también construimos. Y además tenemos una mini fábrica de muebles.
El trabajo como directora docente lo realizo hace dos años y, en general, es el que más concentra mi atención. Tiene una carga emocional que no me había tocado antes. Yo soy un poquito arisca y no me gusta mucho el contacto físico. Entonces he tenido que experimentar esa cercanía desde un plano de contención emocional. Todo el día apago incendios. “Ay, profe es que se murió mi mamá y no pude entregar”, u otras veces “Ay, es que se murió la abuela” y tú sabes que te está mintiendo, por lo que hay que lidiar constantemente con eso. Tiene de dulce y agraz, por eso me produce bastante emoción.
Por otro lado, el libro me tiene súper contenta, pero avanzo muy lento, atroz de lento. Por suerte tengo un alumno en práctica que me está redibujando los planos que era algo que tenía que hacer en algún minuto y no había podido. Así que ya vamos avanzando algo. Tengo deadline, así que no hay vuelta. Y la otra patita que tengo en mi cabeza, que también funciona todo el día, aunque más desde el celular, es mi trabajo gremial con la Asociación de Oficina de Arquitectos (AOA). Estoy en el comité editorial de la revista que realiza la asociación. Allí siempre tengo la cabeza activa, pensando “Ay, mira qué lindo el edificio. ¿Será socio para ver si lo podemos poner en la revista?".
Todo lo que tenga relación con la arquitectura pura y dura me fascina. Me gusta muchísimo hacer clases, pero lo hago hace tanto tiempo que ya le pongo play, así que tampoco estoy todo el día pensando en eso. Pienso más en otras cosas que me llenan el alma en este momento de mi vida.
La oficina se ha vinculado fuertemente al retail, particularmente en el área outdoor. Hace trece años que somos los arquitectos de The North Face para Chile y Latinoamérica. Casas hacemos poquitas porque son un cacho. Como vendemos un paquete completo también nos hacemos cargo de la postventa que es súper jodida. Por ejemplo, después de tres años entraron a robarle a un cliente, le rompieron el vidrio y forzaron la chapa. Nos llama, vamos y arreglamos la chapa que es cacho, pero bueno tienes que hacerlo. Nosotros somos súper comprometidos en la oficina y por eso tenemos clientes de tantos años.
En este momento hay un proyecto que me tiene entusiasmada que es una peluquería para una amiga, me gusta esa escala porque es más pequeñita y también la vinculo con mi lado más creativo. No sé si va a salir, en eso estoy, pero de eso no me despego nunca. En general, con la oficina es más difícil porque trabajo con mi marido –que es mi socio– y él está a cargo. Entonces tratamos de no hablar tanto de eso en la tarde salvo excepciones que nos entusiasmen mucho. En el área de la arquitectura es común que tu socio sea tu pareja. Antes, cuando trabajábamos juntos más tiempo, era difícil porque nos llevábamos los problemas de la oficina a la casa. Y ahora que no es así, se hace llevadero porque en común sólo tenemos algunos proyectos particulares. Revisamos planos, estamos en otra cosa. Es súper llevadero, antes no era tan así.
Decidí seguir con la academia por dos cosas. Primero porque muchas veces nos enfrascábamos en peleas de trabajo y las discusiones familiares aumentaban. Y segundo, porque me gusta muchísimo y es bueno tener los huevos separados. Por mucho que tengamos una oficina hace tiempo, sigue siendo independiente y ante cualquier crisis puede ser complejo. Pensamos que esto era mejor y se fue dando así nomás.
En este momento el trabajo y su importancia depende de la época del año. Probablemente cuando estemos acercándonos a las admisiones mi mundo se volverá el trabajo y estemos todo el día metidos en eso. Entonces cambia un poco la perspectiva. Pero hoy –sobre todo cuando hice la bitácora¬– me llamó la atención de que el trabajo era súper secundario porque estaba muy involucrada con los niños. En parte porque estamos listos para partir de vacaciones entonces mi cabeza está más con ellos que en la oficina. Ahora, lo que nos pasa a todos los arquitectos es que nunca dejamos de serlo. No sé, voy a la casa de un amigo y estoy mirándole la casa, el terreno, pensando en arquitectura. Yo reconozco abiertamente que no es un problema, pero podría transformarse en uno. Soy súper pegada y me encanta.
Mi profesión ha sido muy importante en mi vida. Desde el momento en que decidí estudiar arquitectura, mi vida tuvo un vuelco súper interesante. Soy de esas mujeres con suerte, la verdad. Entonces la arquitectura me cayó como anillo al dedo y ha sido muy fácil. Mi papá tenía una suerte de vocación de arquitecto frustrado, era mueblista. Eran otros sus intereses, pero compartía el gusto por la decoración. Él tenía un muy buen gusto. De todas formas, no podría decir que haya sido una gran influencia tampoco en mi vida. Yo creo que la escuela hizo mucho en mí y mis amigos, la mayoría son arquitectos. La escuela en que estudié es esta misma, yo entré el año ’96 y nunca más salí.
Yo creo que mi identidad volcada a lo profesional es una psicopatía personal. Soy una persona que se involucra 100%. Las cosas a medias tintas no. Me acuerdo en mis primeras clases en la escuela que me dijeron: “El problema de los chilenos es que dicen que Santiago es gris porque caminan mirando para abajo”. Y yo pensé: “Cresta, camino mirando para abajo”. Y dejé de hacerlo y efectivamente algo cambió. Aprendí a observar las cosas.
Yo creo que todo cambia, incluso los elementos que busco que dejen un sello en mi trabajo. No soy la misma que hace veinte años y probablemente que hace cinco años tampoco. No voy a decir la palabra rigor porque no soy rigurosa en muchas cosas, pero cuando realizo mi trabajo soy súper constante y súper leal, y creo que eso hace que tenga un sello súper claro. Por ejemplo, pienso que ser parte de la educación de la arquitectura es relevante. Y por eso tienes que tener un sello y hacer una diferencia. No soy un genio y tampoco sé mucho más que el que está sentado al lado mío, pero yo puedo enseñarle a mis alumnos a ser constante, a no rendirse, a buscar otras maneras. Todo eso se valora porque el interés está puesto en que sean capaces de explorar por su cuenta más allá. Y para eso hay que ser constante. Si tu picoteai de aquí, después picoteai de allá, y picoteas acá, probablemente vas a tener un picoteo de muchas cosas, pero no vas a poder tener una línea que defina hacia dónde quieres ir o cómo quieres ir. Eso va a cambiar muchas veces. Hace como diez años me vino una crisis vocacional con respecto a la pega que hacía en ese momento. Estaba a cargo del Centro de Extensión de la Facultad de Arquitectura, y yo quise darle un vuelco distinto. Fue frustrante porque realmente no lo pude hace por un motivo que iba mucho más allá de mí persona. Por mucho que uno trate de ser constante, por esa línea no hay vuelta, tienes que buscar otra. En ese sentido la flexibilidad es también importante, entender que uno se puede equivocar y partir. No lo digo de la boca para fuera, porque es fácil decirlo. Yo, por ejemplo, estuve en el Centro de Extensión durante diez años, y ahora estoy en esto que es totalmente lo opuesto. Entonces, hay que ser flexible y aprender a crecer y cambiar.
La crisis en las escuelas de arquitectura por las altas exigencias y su impacto en la salud mental son un tema grave, sobre todo por las consecuencias en los estudiantes. Yo lo vivencio aquí, aunque no tan fuerte como en la FAU que tiene una enseñanza de mucho tiempo sin cambios. Lamentablemente, lo más grave bajo mi perspectiva sobre la enseñanza de la arquitectura es que no ha tenido modificación hace 200 años. Se enseña exactamente igual. El taller como cabeza, un profesor con un alumno explicando cómo debe desarrollar el proyecto. Y claro, le agregamos cosas, le sumamos todo lo digital, la sustentabilidad, y otros temas, qué sé yo. Pero la manera de enseñar sigue siendo la misma. Yo creo que hay que impulsar un cambio importante en casi todas las escuelas, incluso en las que no partieron tan bien, pero se han encaminado. En Chile, en general, se enseña buena arquitectura, pero igual que hace 200 años y por eso hay que generar un cambio.
Es que los tiempos han cambiado, el arquitecto artista es inevitable, yo creo que eso va de la mano. El arquitecto poeta, artista o todos esos apodos que tenemos, son súper ciertos. No se puede disociar, o sea, estás creando. Aunque claro, no es un diseño, es un proyecto que tiene sus variaciones. Diseñar es mucho más difícil que proyectar porque puedes tomar cualquier cosa y proyectarlo. El diseño parte de cero y eso lo hace distinto. Pero es inevitable, el arquitecto entra y sale del diseño, entra y sale del mundo del arte, va de la mano. Y sí, tenemos esa parte que es genial, pero ha mutado. Desde los 90´ hasta los 10´, yo diría que el arquitecto tomó un vuelco muy fuerte hacia la ingeniería. Uno por el mismo diseño de la arquitectura que estaba tomando vuelo desde la línea más minimalista, o desde el movimiento moderno donde el detalle constructivo empieza a ser muy importante. El detalle empieza a ser un fetiche en el área y entonces el ingeniero se acerca más al arquitecto y por eso muchas veces somos más cuadrados que los artistas. Es la flexibilidad que tiene el arquitecto que entra y sale de la construcción, de la ingeniería, de las artes, del diseño, de la academia, y somos todos felices. Me cuesta explicarles a los alumnos que el ser arquitecto tiene más que ver con una cosa integral de explorar distintas cosas que construir un edificio o diseñar una casa. No, es mucho más. Escribir un libro ¬-como yo estoy haciendo ahora- me tiene mucho más involucrada en la arquitectura que antes cuando proyectaba. Es loco, pero es así, y va de la mano de los tiempos modernos el cómo se han ido manejando los tiempos.
En términos materiales está el problema de los arquitectos. Ahí es cuando no somos como los ingenieros, sino como los artistas. La mayoría trabaja por placer y el reporte económico nunca es suficiente. Yo he tenido la suerte de no tener que tomar decisiones respecto a la economía. Pero si tuviera que hacerlo, con niños, pagando colegios y todo lo que eso involucra, probablemente lo haría priorizando la economía. Nunca hay que dejar eso de lado, o sea, yo trabajo y me pagan. No sé si trabajaría lo mismo si no me pagaran. Probablemente estaría haciendo otra cosa, no lo sé. Claro, a veces no hago un trabajo porque me pagan poco. A menos que sea pro bono, donde es distinto. Por ejemplo, el 2015 participé en la Bienal de Arquitectura como parte del equipo curatorial, y eso fue pro bono. Nos pagaron 1 millón por ocho meses de trabajo intenso, lo que fue buenísimo porque con eso pagamos unos viajes a Viña. Pero lo digo, porque no ha sido problema para mí. Mi marido es súper trabajador, se saca la cresta trabajando y tengo la suerte de compartir con él y por eso no hemos tenido problemas económicos. Eso me da la posibilidad de no tener que pedir grandes sueldos donde trabajo. Tampoco sé si se paga más de lo que hago por mi trabajo, tendría que entrar a otros proyectos y no sé si el tiempo me da. Pero soy una mujer con suerte, nunca he preguntado cuánto voy a ganar, lo que es una tontera porque me dio vergüenza. Cuando me llegó el cheque a fin de mes lo encontré estupendo y luego fui avanzando. No sé negociar y cuando encontré que no me iba mal dije: “Ya bueno, estoy de acuerdo, listo”.
El trabajo que tengo en la universidad en cierto modo subvenciona otros proyectos. También la oficina lo hace. Gano menos en la oficina porque estoy menos tiempo, pero ambos subvencionan la posibilidad de hacer el libro, estar en la Asociación de Oficinas de Arquitectos, la Bienal cuando la hice, la exposición que quiero montar y todas esas otras cosas que rodean. Yo sé que puede tener un costo alto en tiempo, pero finalmente creo que una es complemento de la otra indiscutiblemente.
Para organizarme hago post-it de las cosas que tengo que hacer, de hecho, había uno que decía “bitácora” y ya lo saqué. Tengo a la Caro que me ayuda, me recuerda lo que tengo que hacer. Me cuesta ene cambiar el switch y entrar a una actividad de otra, aunque no tanto la asociación porque no es acá, en mi oficina. El trayecto me permitía cambiar el ritmo. Antes era mucho más importante cuando venía en micro, era perfecto porque se trata de una hora y veinte minutos de sólo yo. Entonces leía muchísimo, era mi momento de lectura, era un momento mío. Yo me comía así un alto de libros y fascinada, iba rayando y usando post-it. Ahora que me vengo en auto lo que hago es hacer llamadas de teléfono. Hago otras cosas, tengo la posibilidad de ir a dejar a mis niños al colegio, que me gusta muchísimo porque es el momento en que vamos conversando, me cuentan lo que van a hacer en el día.
La principal actividad que vinculo al ocio es el hockey. Entreno dos veces a la semana y juego los domingos. Me encanta ir, lo paso chancho, tengo un súper equipo. Es bien loco, whatsappean todo el día así que estamos en eso constantemente, es divertido. Mis niños también juegan, así que funciono bastante en modo hockey. Entreno en el colegio de mis niños con un grupo de mamás. Allí no hay espacio para la arquitectura, es mi círculo que no es de arquitectos.
Los fines de semana nos juntamos hartos con un matrimonio de amigos con los que fuimos vecinos durante mucho tiempo. Ella es amiga de mi marido hace muchos años y ahora es mi mejor amiga. Tendemos a hacer asados los fines de semana, los maridos se van a surfear en la mañana, lo pasamos chancho. Pero habitualmente, el ocio involucra estar en nuestra casa. Somos súper caseros. Esa gente que sale para todos lados me parece una locura si es tan rico estar en casa. Salimos, obvio. Generalmente en las mañanas a jugar jockey y llevar a los niños a distintos lados. Y luego en la tarde, los asados generalmente son en mi casa. La diseñamos con mi marido y un amigo que trabaja aquí también, Sebastián Cifuentes, entonces está pensada para eso. El primer piso es totalmente abierto incluyendo cocina, living comedor, jardín. Por eso tiende a estar un poco llena también. Mi hermana que juega conmigo está constantemente allí y me encanta.
Dentro de esos momentos también hay espacios para mí. El hockey es uno de ellos. A veces hace frío y me dan ganas de quedarme, pero me obligo. Todos los tiempos son para mí porque soy súper individualista y me gusta serlo. Me agarro de todo, y siento que si estoy en la oficina también es para mí. Si hago clases –lo que me encanta– es para mí también porque aprendo y lo paso bien. Aún cuando soy una madre culposa, no tengo la sensación de que necesito espacio. Con un grupo de amigas nos vamos una vez al año, ahora vamos a Chiloé. Y ese es un súper tiempo para mí, tanto que me llego a aburrir porque no estoy acostumbrada. Mi mente piensa que los niños van a venir a almorzar, que tengo una reunión, u otras mil cosas. Y el deporte en general, antes cuando podía, salía a correr bastante, pero ahora tengo menos tiempo. Pero siempre ha estado. Debo reconocer que en los años que estudié arquitectura partí jugando hockey igual que siempre, pero lo abandoné como por seis años. Tuve un accidente y luego retomarlo me costó ene.
Cuando estudié en la universidad me organizaba para no trasnochar. Soy súper disciplinada y constante, entonces me hacía estas cartas gantt gigantes para planificar los tiempos. Soy muy intensa en el día y no duro mucho en la noche. Por ejemplo, a mí me encanta carretear, me encanta, pero de día. Porque a las 8 de la noche estoy muerta y ya a las 10 me quiero acostar. Por eso en la escuela era importante organizarme, no trasnoché nunca. Yo creo que efectivamente la escuela tiene una carga importante de trabajo, pero si te organizas bien se puede. Para mí había dos cosas importantes de establecer. Uno, que había que entregar siempre, como una ley. Y dos, me gusta mucho carretear, en la escuela peor. Así que tenía que dejar ese espacio o me volvía loca. El viernes me gustaba salir a bailar y salir, porque sentarse a conversar yo me quedo dormida. En ese tiempo mi espacio de ocio no tenía que ver con el deporte, para nada, tenía relación con los amigos y pasarla bien. Lo pase chancho en la universidad. Todos dicen; “ay, me repetiría el colegio”. Yo no, me repito feliz la universidad, pero el colegio ni cagando.
Para mí el ocio es fantástico. Es el momento de creación, en que uno está pensando en otras cosas. Pero para que pasen estas cosas increíbles tienes que saber que estás en un tiempo de ocio. El concepto no tiene ninguna connotación negativa, todo lo contrario. Y el aburrimiento tampoco me parece terrible y trato de inculcárselo a mis hijos. Porque es ahí cuando empiezan a aparecer cosas. Tanto el ocio como el aburrimiento son momentos que me parecen súper necesarios. Pero a nivel social creo que tienen una pésima valoración y el ocio se considera algo terrible. Es como si fueras un patán, estar echado, sin hacer nada. ¡Como si eso fuera tan terrible! Claro, si ese es todo tu día puede serlo. Pero no es así, son tiempos súper acotados y no es no hacer nada. Es tu tiempo de ocio y tienes que disfrutarlo y eso está perfecto. Pero claro que tiene una connotación negativa que se asocia a la flojera. Yo lo pienso como unas mini vacaciones.
Antes trabajaba los fines de semana, contestaba mails y otras cosas. Pero cuando entré a trabajar en la escuela y me empezaron a llegar infinitos mails de estudiantes me di cuenta que si lo hago pierdo totalmente mis tiempos personales. Así que no, no trabajo los fines de semana. Si hago otros proyectos que me interesen, como hoy que voy a hacer los marcos de los cuadros que quiero colgar. Para mí los fines de semana me gusta estar con mis hijos, con mi marido. Son tiempos importantes. Por ejemplo, me gusta que los niños inviten a sus amigos los viernes. Si quieren la casa llena, llena. Pero que sábado y domingo estén con nosotros. E invitamos a este matrimonio que tiene niños de la misma edad, o mi hermana con sus hijas, qué se yo. Porque es el único tiempo familiar. O sea, mis niños salen a las 5 de la tarde, lunes y miércoles se van con su abuela, martes y jueves juegan hockey, o sea yo estoy con ellos de 7 a 8:30. Ah, porque en mi casa es más servicio militar, a las 8:30 están durmiendo. Porque también a las 8:30 yo empiezo a tener día con mi marido. Uno tiene vida, un poquito después de la pega, después de los niños.
La idea de enfermarme o estar inhabilitada es difícil. Yo no me enfermo. Y si lo hago, sigo conectada, híper conectada. Una vez tuve una amigdalitis que me noqueó, y no me quedó otra porque el cuerpo me dijo: “Ya, se acabó”. Soy súper sana, no me enfermo. He tenido un montón de cálculos renales, me han operado dos veces y he faltado un día. Mi sentido de responsabilidad es terrible. Niego la enfermedad, totalmente. A veces se la niego a mis pobres hijos que están enfermos: “No, no, estás perfecto. Partiste al colegio”. Y después a la media hora tengo que ir a buscarlo. Es que pienso que estar enfermo también es un estado mental, y no me lo permito. Ni tampoco estar depre, ni estar triste, no. Hay momentos, pero en general, no. Espero que nunca nos toque una enfermedad grande. Tuve una cuñada y una amiga con cáncer, muy mal. Y prefiero no pensar en eso. En cuanto a la pega, mientras pueda venir lo voy a hacer, aunque esté enferma. Nunca he pedido una licencia más que el pre y el post natal, pero con mis dos niños volví antes del tiempo a trabajar. Soy casera, pero no me gusta hacer las cosas de la casa la verdad.
La maternidad es todo un tema. Tengo dos hijos, Catalina de 11 e Ignacio de 10. Son muy seguidos, si no hacía la pega de una no la iba a hacer. Yo soy así, intensa, es todo o nada. Y después ya se acabó. Yo no quería ser mamá, no estaba dentro de mis planes. De hecho, resultaron totalmente distintos a lo que había imaginado. Habría sido otra mi vida. Yo me iba a ir a estudiar afuera, pero me casé súper joven, a los 26 años. Ser mamá fue tema porque no fue fácil. Soy individualista, independiente y me gusta serlo. Preferí trabajar de sol a sol y endeudarme antes de seguir viviendo en la casa de mis papás. Quería tomar mis propias decisiones y con niños es imposible porque piensas en ellos. He ido mejorando con el tiempo, porque mientras más grandes más he podido recobrar mi independencia. Pero cuando eran chicos la culpa era terrible. A los 4-5 años estaban toda la tarde en la casa con la nana. Corría de un lado a otro para alcanzar a verlos. Ahora no es así, se quedan hasta tarde en el colegio y eso me da más espacio. Me encantaría decir que me fascina ser mamá, pero en realidad no es que me guste mucho. No fue fácil cuando eran chicos. Ahora somos más partner, cuando juegan hockey voy a verlos y les grito. Tenemos más tema de conversación y más posibilidades. Pero cuando chicos, no había nada que conversar y veíamos monos todo el día, una cosa terrible. Hoy tengo otras preocupaciones, de hecho, me dan más pega que la pega. A veces cuando estoy mucho tiempo de vacaciones quiero volver a trabajar porque descanso. Siempre he tenido la suerte de que disfruto mi trabajo, y los niños dan mucho que hacer. Me encantaba bañarlos con la espuma y jugar. Pero me carga cocinar, ordenar la casa todo el día, los juguetes por todas partes. Ahora tengo ropa por todas partes.
La jubilación me da pánico. Lo único que tengo claro es que cuando jubile voy a volver a fumar. Pero no, no quiero jubilarme. Yo creo que la vida al final te jubila, pero en este momento de mi vida no me interesa hacerlo. Por suerte la arquitectura es bien longeva. No quiero ser vieja tampoco, voy derecho para allá. Lo he pensado mucho. Y he tomado dos decisiones al respecto. Una, es que no me voy a jubilar. No sé, me pueden preguntar en cinco años más y puede que piense otra cosa. Pero no pretendo dejar de trabajar por lo tanto tengo que buscar algo para hacer en mi época de jubilación, tengo que cranearlo. Y lo otro es que tengo que preparar mi cuerpo para la vejez y por eso decidí cambiar mi alimentación. A mí me encanta comer, soy dulcera terrible, y decidí sola que tengo una adicción a la azúcar. Por lo tanto – yo soy súper de extremos y las adicciones se me dan fácil- es todo o nada. Dejé el azúcar hace un mes y medio y he bajado siete kilos. Como que me desinflé, se me apareció la cara. Yo soy deportista, no tengo mi cuerpo hecho mierda, al contrario. Lo que no he dejado es el alcohol, sé que es azúcar, pero límites. Tomo champaña y vino no más sí. Entonces yo creo que hay que prepararse, antes no me importaba tanto pero ahora sí. Me ayudó mucho mi amiga Daniela, que está muy enferma, a pensarlo porque hay que hacerlo.
Y bueno, lo otro, es que tengo claro que cada quien tiene que forjarse su vida. Eso significa que no estoy preparando nada para dejarle a mis hijos aparte de su educación. Pero yo no pretendo dejarles mi casa. Si en un minuto siento que la jubilación está muy pobre, se venderá. Y viviremos como queremos vivir, quizás afuera. Con mi marido siempre lo pensamos y no hemos podido hacerlo. Creo que hay que tener claridad en ese sentido, la vida es de uno y ellos tienen que forjarse la suya. No tienen que pensar que los papás les van a dejar cosas. Si ocurre maravilloso, es una suerte. Pero si en algún momento alguno de mis hijos quiere ser arquitecto y nosotros seguimos con la oficina, tendrá que partir de cero y no se la vamos a hacer fácil porque estaremos vivos y necesitaremos un sueldo. No, pobre y vieja ni cagando. Y para eso la jubilación juega un rol importante.
Igual que muchos arquitectos creo que es mejor tener propiedades que un fondo mutuo. En eso prefiero invertir, pagar 20 años una casa antes que rentar en un fondo. Aquí en Chile hay que pensar en la jubilación, nuestra generación se impone poco, sobre todo los arquitectos. Yo tengo papás de amigas que no tienen jubilación, punto. Viven de sus rentas, pero no es suficiente. Es difícil, es un temazo y a mí me tiene bien cagá la psiquis. No estoy todo el día pensando en eso, pero sí creo que es algo muy importante de ver. Sobre todo, siendo mujer porque para nosotras es más larga la vida y hay más preocupaciones que se reflejan en el deterioro del cuerpo. O sea, yo no pretendo ser miss Chile a los 70, lo único que quiero es poder caminar tranquila y que no me duelan los dedos o los hombros. Cosas bien básicas, pero hay que llegar bien. Las mujeres somos más longevas, en estricto rigor tres años, pero en verdad son más. Lo viví con mis abuelos y son 10 años de diferencia. Y 10 años pobre, sola y cagá, no.