Mi nombre es Elvira López, tengo 43 años, soy de profesión actriz. Me formé en la Universidad Católica, en la carrera de Teatro desde el año 94’ hasta el 98’. Desde entonces me he dedicado al teatro, a las clases, a la música y a ir juntando esas áreas entre sí. En universidades he realizado principalemente clases, y paralelamente, desarrollo proyectos artísticos como actriz, como cantante, como intérprete o como directora.
Al comienzo lo encontré súper lindo. Era como el útil escolar a principio de año: “Ya, lo voy a hacer súper bien”. Pero no. Como hago muchas cosas también, fue una tarea que se transformó en una más, y ya no fue tan entretenido en verdad. Fui llenando de una manera muy concreta, no lo hice tan creativamente, para nada, ni tampoco surgieron en mí reflexiones.
El concepto de la bitácora se usa en teatro para los estudiantes. Es para llevar el registro de sus procesos, de lo que les pasa, sus preguntas, las cosas que rescatan, lo que sintetizan. Se usa como material visual y escrito. E igual yo también uso cuadernos que son como de procesos creativos, pero no con una estructura. La pregunta “¿Qué es lo que hice y cómo se relaciona con mi trabajo?” está tan en el día que distanciarse para verlo es como un ejercicio extra que requiere igual un análisis.
La bitácora no me permitió ver especialmente un aspecto de la distribución de mi tiempo. Sí me di cuenta que trabajo mucho, trabajo todo el tiempo. Y eso que estaba de vacaciones supuestamente. Los espacios están súper relacionados. Pero eso ya lo sabía, no es nada nuevo. Es casi una opción ir generando redes de espacios, de ciudad, de personas para que sea posible organizarse y hacer cosas que resulten. En el fondo, es una optimización de recursos el trabajar con quienes veo y son mis amigos. O sea, cual es la prioridad también: ¿ver a mis amigos o el proyecto? Eso es entretenido, ese límite. Uno termina haciendo proyectos para ver a sus amigos también.
Pensar este ejercicio quince años atrás seguramente habría sido distinto, aunque no sé cómo habría sido realmente. Uno aprende a criar, a llevar la práctica de un arte, de una profesión u oficio que es más libre, artístico, creativo. Y claro, uno va seleccionado las cosas que le hacen más sentido y va dejando otras. Pero yo todavía siento que me hace falta dejar de hacer muchas cosas y tener más espacio de ocio.
El trabajo se ha ido transformando con el tiempo, principalmente en el ámbito de las clases. Es parte de un flujo mayor que es el de la educación, que se ha ido transformando a nivel país en las universidades y las tácticas en las clases. Entonces pienso que a mí –por mi edad– me tocó recibir una educación que era de una escuela antigua, con prácticas muy diferentes a lo que hoy requiere la práctica teatral en las relaciones, en el trato, desde donde se construye el aprendizaje, desde donde uno aprende para crear. Para nosotros la cosa era más: “Las cosas son así o asá, así está bien y así está mal”.
El mundo universitario del teatro es súper absorbente y se arma una cuestión muy poderosa en cuanto a redes. En el fondo, fortalece el trabajo de equipo y del colectivo. Entonces uno tiene que poner ciertos límites, sobre todo si quieres tener una vida. Yo cuando fui mamá puse un límite súper concreto. No se puede todo. Pero apenas pude, volví a entrar a ese ritmo que es súper absorbente igual.
He vivido cambios en mi práctica, por ejemplo, en un momento como profe. Al principio todo tenía que ver con la investigación específica del trabajo vocal, del interés de meterse, y también porque era una oportunidad laboral para tener una estabilidad alternativa al trabajo de creación. La práctica era de investigación, y muy patudamente, empecé a dar clases desde un lugar bien intuitivo, con cero formación pedagógica. Y se me dio harto, me resultaban bien y empecé a hacerlo mucho. Entre los 28 y los 32 era una máquina para hacer clases. Y entonces la cuestión como que perdió sentido, no para las personas que hacían las clases, pero para mí era una productividad sin… faltaba algo. Y fue un momento en que me dije: “No, tengo que empezar a encontrarme de nuevo con la motivación que me mueve para estar aquí”. Y comencé a buscar otros caminos y aprender sobre mí misma. Entendí que tenía que hacer menos para hacer mejor.
Los espacios en que trabajo se mantienen y varían a la vez. El que más ha durado es la escuela de Teatro de la Católica, donde estoy desde el 2003. Luego estuve en la UNIACC, en la Arcis, y ahora en la Finis. Los espacios creativos son múltiples: la casa, las salas u otras. Depende del proyecto que a veces es propio, y a veces es una invitación. En general, he tratado que la movilización sea acotada para andar a pata. Lo logro bastante aunque a veces salen proyectos en que hay que desplazarse más.
Ser actriz es súper intenso e interminable, mezclado y misterioso porque es aprender a separarse de uno mismo como material de trabajo, y uno mismo como ser. El ejercicio es agotador igual, pero a la vez súper fascinante porque no es solamente con uno mismo, sino que también con los demás. Por eso es tan absorbente el tema humano en el teatro, porque en el fondo te pones a disposición a ti mismo en tanto fuerza de trabajo, pero también en tanto biografía, cuerpo, imaginario, todo. Entonces eso es súper agotador en verdad, pero uno no puede parar. Siempre quise esto, aunque ahora de repente digo: “¿Sabes qué? Ya está bueno”. Sí, ahora me pasa un poco más. Pero siempre estaría ligada a lo mismo porque es donde uno funciona.
Los límites en el trabajo los pone el tiempo, se da hasta lo que alcanza. Pero en realidad yo estoy siempre trabajando porque todo se mezcla. O sea, cuando estás almorzando, también estás en ensayo mientras diriges. En el mundo del teatro se hacen múltiples cosas a la vez porque es colectivo y porque es pobre, no hay recursos. Hay que agenciar, hay que levantar proyectos de la nada. Más encima uno lo hace y tiene dos funciones y se acaba. Y todo ese trabajo ya desaparece. Entonces es como unas explosión, un suicidio. Es súper vertiginoso. Una temporada y ya. Bueno, hay unas obras que tienen más vida y otras que no. Pero finalmente a mí me gusta eso también, como esa sensación de dar vida y participar en cuestiones que son con mucho esfuerzo, mucho trabajo, y que no importan tanto en general.
En este campo los grupos humanos son fundamentales: con quién lo estás haciendo, el tiempo que inviertes, cómo te organizas, qué objetivo te mueve. La calidad de un trabajo artístico, en el teatro, tiene esa cosa de que se construye entre todos. Entonces no es como un artista visual que está ahí y hace sus obras. Yo también estudié joyería, y si estoy sola y hago una joya, eso es tiempo, dedicación, referentes, materiales, recursos. Si lo paso al teatro, también, sólo que con más gente.
Al ser colectivo, el reconocimiento de pares o el estar validado por tus estudiantes como un profesor que está activo son cosas que valen la pena. Y también determina. Hay harto prejuicio también ahí, se arman como cofradías estilísticas, estéticas, políticas, humanas. También creo que es una red de personas que están súper vinculadas y que te puede tocar –también por lo flexible que es– trabajar con unos o con otros. Creo que hay una red hacia adentro, pero también cada vez hay más interés en vincular las cosas, de dejar de mirarse el ombligo. Cada vez los intereses están más puestos en mezclar las cuestiones, no sólo las artes, sino con la ciencia, la educación, la política con la vida.
Afortunadamente creo que tengo una manera bien sana de relacionarme con las nociones de éxito y fracaso. Busco las cosas que me hacen feliz. En el ámbito de la música a veces pienso: “Pucha, qué ganas de que el disco lo escuchara mucha más gente”. Pero para eso hay que ser más conocido, o sea, la gente que trabaja en la tele es diametralmente más conocida. Está esta cuestión, opera, pero no siento que un disco fracase porque lo escuche poca gente, la verdad. O que yo fracase por eso. Me siento más realizada por haberlo hecho.
En el teatro se convive con la sensación de fracaso al no lograr un personaje o en el proceso de una obra. En un ensayo puedes sentirte súper frustrada y no saber cómo traducir algo que quieres significar, hacer cuerpo. Y eso es muy ligado a ti mismo y a tu sensación más íntima de fracaso. Fracaso también en la comunicación con las personas, al dirigir por ejemplo. Si bien yo decía que es súper lindo y poético cuando uno levanta cuestiones y después mueren, también es súper frustrante cuando eso pasa. Yo siempre leseo con esa frase “¿Y cómo te fue?, y es como: “Bien, bacán, triunfamos. Y fracasamos después porque se acabó”. Es ese ejercicio permanente y efímero. La adrenalina y la sensación física que se produce en el cuerpo cuando uno, por ejemplo, estrena una obra. A mí por lo menos me pasa como una sensación física en el cerebro, no sé qué será, pero la primera vez que lo sentí fue como “¿Me va a dar un derrame cerebral?”. Porque hay mucha energía, y eso es súper choro. Y luego se acaba, y te ves a las tres de la mañana, con tu perros comiendo, y todo pobre, es parte de la cuestión. Del juego y el humor, de darse cuenta que uno está inserto en este Chile haciendo esto. No hay una industria y el éxito tiene que ser una realización personal de las cosas que elegiste.
Las clases atraviesan y me encanta hacerlas aunque son cansadoras. Es lo que más conozco, a menos que sea un curso nuevo. Es un espacio que tiene una orgánica en sí misma y yo participo de ella porque soy la profesora, pero no estoy en mi exigencia creativa. Pienso que me gustaría hacer menos. Por el contrario, el teatro es cada vez más permanente. Y me encanta hacerlo en el rol de directora, me gusta harto dirgir. Como actriz yo creo que me gusta un poco menos. Me gusta un montón, pero me da miedo y encuentro que no me sale tan bien, no sé. El teatro es mi lugar. La música me encanta, pero lo hago más esporádicamente. Ya se ha formado un pequeño patrón de eso, que es teatro, teatro y música. Pero para que llegue ese espacio de la música tiene que pasar todo ese tiempo necesario, un carril más lento que va en paralelo. La joyería, por ejemplo, es una cuestión que me encantaría hacer pero no tengo tiempo.
En mi trabajo muchas veces no obtengo dinero, lo que determina un límite. Hay veces que trabajo y no me pagan. Pero sí, podrían ser hobbies que no hago porque no tengo tiempo, como recolectar conchitas, hacer cosas con alambre, terapia de manos, bordar, todas esas cosas. Me cuesta hacer distinciones. Pienso que las clases son lo más laboral, eso es como ir al trabajo. Tiene esa categoría porque hay una institución. Pero todo lo demás me parece creativo y se cruza. O sea, soy como Diógenes. Salgo a la calle y recojo una basura, me la llevo a la clase, la uso en ella e invento una actividad en relación a lo que recogí. Con el tiempo he ido tratando de hacer una combinación entre cosas que me gustan. Nunca he hecho algo que me cargue por plata, pero si tuviera una condición económica diferente, tal vez dejaría de hacer algunas cosas.
Mis tiempos libres los vivo en mi casa y en la playa. Lo relaciono con dormir, descansar, estar en familia, mirar el techo, salir a pasear. Me encanta estar sola y me encanta también tener tiempo para poder estar en familia. Relaciono el ocio con la contemplación y el placer. En general, me llevo bien con el ocio. Las vacaciones para mí son un momento donde yo busco eso. Trato de irme siempre al mismo lugar, todos los años, el mayor tiempo posible. Y en el año busco estar en un estado que se parezca al ocio, o busco mezclarlo. Hacer que mi clase pueda ser un espacio que no es, o que tenga ese ingrediente de tiempo, contemplación, placer.
El trabajo y el ocio son distinguibles. No voy a traer a mis estudiantes aquí a la casa, aunque en algún momento lo hice. Ese podría ser un límite y el otro es la intensidad emocional con la que uno se involucra en los proyectos. Antes se lo ponía a las clases y ahora menos, la pongo más en los proyectos.
Fui mamá hace 15 años, entonces ya estoy en una etapa donde puedo volver a retomar ese espacio más parecido a antes de ser mamá. O sea, soy súper mamá, pero Nicanor es mucho más independiente ahora, mi hijo. Y la familia también. Estuve mucho tiempo en un estado más libre de soltería y ahora con una familia más armada, pero igual está mezclado, trabajo con mi pareja. La maternidad te obliga a poner ciertos límites, tiempo y dedicación porque un hijo te requiere. Pero siempre intenté mantener aguas separadas entre el trabajo y mi hijo usando mis redes de apoyo.
Respecto a la enfermedad generalmente me exijo tanto, tanto, tanto, que llega un momento en que colapso y caigo. Ese es como mi ciclo. Me reviento, me bajan las defensas y me enfermo de cualquier cosa. Amigdalitis, gripe, bronquitis, cistitis. Siempre es el mismo patrón: reviento emocionalmente, me bajan las defensas y me enfermo. En ese momento tengo que quedarme en cama y cuidarme.
Los tiempos de descanso muchas veces son ocupados por el trabajo. Fines de semana y feriados, depende de cómo esté el panorama en general, depende si no queda alternativa. Por ejemplo ayer Jueves Santo teníamos ensayo, muchas de las actividades pararon a medio día, pero yo estaba trabajando en una obra y teníamos ensayo. No íbamos a suspender por eso. A veces se puede. Estoy dispuesta porque uno está todo el tiempo armando un puzzle bastante imposible. Sólo puedo hacer teatro los fines de semana porque de lunes a viernes estoy haciendo clases. O si me sale una gira, igual tengo que recuperar.
Imagino mi jubilación en el lugar de mis vacaciones y haciendo joyas. Me imagino creando. En el lugar donde te hablo, estoy haciendo un mosaico hace quince años, desde que me quedé embarazada. Cada vez que voy lo continúo. Entonces hay un trabajo siempre relacionado con el hacer cosas creativas.