¿Por qué el hacer artístico se resiste a ser definido, simplemente, como un trabajo? ¿Qué hay en esta ocupación, hoy en día, que nos impide imaginarlo bajo las mismas normas que las que operan para los demás trabajadores? Nuestra investigación en el campo de las artes visuales nos permitió observar que los discursos contemporáneos de los artistas actualizan, de modos diversos, el conjunto de creencias que la sociología del arte ha llamado «régimen de singularidad». Hundiendo sus raíces en las representaciones personalistas promovidas por el romanticismo, la identidad artística se configuró históricamente asumiendo que la excelencia estaba dada por la originalidad y la unicidad, las cuales a su vez se materializaban en una capacidad sublime de alcanzar la expresión universal (Heinich, 2001). El artista moderno encarnó, de este modo, el mito del genio creador: un sujeto atípico, solitario y extraordinariamente creativo, que se sitúa en los márgenes del mundo social para iluminarle irreverentemente con sus obras maestras.
El sistema del arte ha experimentado significativas transformaciones, pero algunos de sus pilares modernos permanecen intactos. Así pudimos constatarlo en nuestro estudio: a pesar de que hoy deben desempeñar tareas diversas y cumplir funciones abiertamente mundanas, muchos de los artistas visuales apelan en diversos niveles y formas a este ideario romántico, que se sostiene en la creencia del trabajo artístico como excepción. En este ámbito, la lógica de la excepción se despliega en sus muchos sentidos y connotaciones, tanto en términos materiales como discursivos. Ante la invitación de llenar una bitácora con sus tiempos de trabajo y ocio, buena parte de los participantes encontró cierta dificultad para identificar algo similar a una rutina en sus modos de administrar el tiempo: sus haceres se encontraban marcados por la variación y la flexibilidad, y la contingencia excepcional parecía constituir la regla. Tal como nos advirtieron de antemano, las semanas que registraron en las bitácoras se poblaron de viajes, de proyectos o de tareas extraordinarias, dando cuenta de modo transversal de una rutina signada por la no rutina. Esta imprevisibilidad de sus agendas, aunque en ocasiones es una fuente de problemas o padecimientos, parece ser en definitiva una condición de posibilidad para el desarrollo de los procesos creativos y los tiempos maleables que éstos demandan.