Soy Iván Insunza y soy actor de profesión. Me he dedicado principalmente a la dirección, a hacer clases y a la investigación. Hice un magíster en Artes con mención en Dirección Teatral en la Chile, por allá el 2007 - 2008. En este momento estoy terminando el doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte en la misma universidad. Durante el doctorado pude titularme del magíster porque no había podido hacer la tesis antes, y mi beca CONICYT duraba hasta marzo. Mi desarrollo profesional ha estado en esos ejes: clases, montones de proyectos, seminarios, escuelas libres, centros culturales. Luego investigación, que principalmente se consolida cuando entro al doctorado. Ahí empiezo a publicar, a participar de congresos, y ponencias. Y bueno, como director de artes escénicas. En el fondo soy director de teatro, pero uno bien experimental. Trabajo mucho con danza contemporánea, con performance, con audiovisual, con música en vivo, con un montón de cosas que hacen que no sea director de teatro en realidad. De hecho, el último trabajo que dirigí es una obra de danza contemporánea, que me invitaron a participar.
Si pienso en la distribución de mi trabajo creo que mi tiempo se divide en un 30% de creación, y un 70% de investigación casi no remunerada, por el momento. Se me acabó la beca en marzo y estaba el concurso de extensión de seis meses, pero quedó ese cagazo en CONICYT y a mi particularmente me pasó algo peor. Yo subí los documentos a la plataforma de postulación habitual y me respondieron enviándome los criterios y plazos generales. Pero no me dijeron que se había habilitado otra plataforma específica, y que en ese momento no estaba postulando correctamente. Entonces quedé fuera y lo descubrí cuando salieron los resultados y yo no estaba ni en los inadmisibles ni en los no ganadores. Puse un recurso de reposición pero no tuvo validez y el programa no quiso hacerse cargo. En el segundo llamado que permite postular a todos los que tuvieron beca durante el año pude subir mis documentos y ahora estoy esperando los resultados para agosto. Entonces puede pasar que la extensión de la beca sea retroactiva y se me pague de marzo a septiembre, que es cuando va a salir la plata.
También estoy en la revista Hiedra como editor. Allí nos financiamos con FONDART por lo que hay remuneración. Pero nos ha costado mucho captar colaboradores permanentes. En general el presupuesto que hay para columnas me lo estoy llevando yo porque escribo mucho, lo necesito y me gusta. Luego, estuve en un grupo de estudios sobre teatro y memoria donde me pidieron colaborar en las reuniones de discusión de textos. Ahí también cayeron unas luquitas este año. He estado haciendo de todo, lo que salga.
Sin proponerlo, la semana en que desarrollé la bitácora fue ejemplar. Llegó a mí justo en el momento en que estaba asesorando Fondart, formulando uno por mi parte, respondiendo un montón de correos y cosas de oficina no remunerada que uno tiene de su propia gestión, del emprendimiento que es uno mismo. Fueron días muy duros también con mis hijos. Mi hijo de doce estaba con funciones en el GAM por una obra de coros ciudadanos que era un homenaje a Jorge González. Entonces había que ir a dejarlo, había que ver cómo recogerlo, o mandarlo en un vehículo donde yo estuviera. Más encima esa semana tenía que ponerle la segunda vacuna a mi hija de un año y medio que no vive conmigo. Por eso diría que es ejemplar en la medida que resume bien la diversidad de cosas que debo hacer para sostenerme en términos económicos. Y, por otro lado, las complejidades de la vida cotidiana. De ocio hay bien poco digamos, entendido como ese espacio de suspensión donde se puede generar una especie de fertilidad para el trabajo, ya sea creativo o de investigación.
A partir de la bitácora confirmé algo que sospechaba, el espacio íntimo de trabajo está en mi casa. Uno va creando esos espacios cuando está en el posgrado o algo así. El escritorio, la biblioteca, la impresora con scanner…Y ya tienes un cubículo de trabajo muy convencional. Al observarlo de esa manera, confirmo que lo que tengo metido en el centro de mi pieza es mi oficina. Si no tengo compromisos fuera de casa, me levanto, me ducho y luego me siento a responder correos, revisar fondos, corregir ponencias, enviar artículos, ver si hay convocatorias de congresos o festivales.
Permanentemente hay que gestionar los propios emprendimientos. Trabajé un año en Fondart como supervisor de proyectos y lo que observo ahora cuando estoy sentado frente al computador es exactamente lo mismo. Hay días que me planteo: “Hoy voy a trabajar en un artículo”. Pero antes pasan horas en las que puedo estar respondiendo y enviando correos, revisando cuestiones, corrigiendo documentos. Está lleno de pendientes. Es exactamente lo mismo que pasa en el aparato burocrático estatal, que en el fondo siempre hay mil pendientes que están esperando por ti, y que van emergiendo en la medida que empiezas a escarbar un poquito. Entonces cuando quieres efectivamente concretar un trabajo específico, la única opción es suprimir todo el resto y decir: "No, me voy a dedicar a esto".
Ocupo el post-it para no olvidar y la pantalla se va rodeando de pequeños apuntes. A veces uso la agenda del celular cuando son tiempos compartidos, como reuniones o ensayos, y veo que es una semana muy cargada. Pero no agendo semana a semana. Si voy a estar trabajando en la casa la mayoría de los días no hago esa pega. De chico me gustaba jugar a la oficina. Una parte de mí lo disfruta mientras otra lo sufre. Cuando trabajé en Fondart me di cuenta que disfrutaba mucho de firmar, timbrar, archivar. Tener mis cosas ordenaditas, mis destacadores, mis banderitas. Todo ese trabajo con la materia es bien fascinante, y yo creo que ahí se mezcla el trabajo de oficina con el trabajo de investigación. Pero claro, una vez entrando al doctorado la oficina terminó de configurarse. Antes no usaba mucho mi biblioteca, los libros estaban ahí no más. Ahora tengo esta idea de estar consultando siempre, tengo la necesidad de que los libros estén cerca del computador y así se arman dinámicas al interior de ese espacio.
Si imagino estas prácticas hace diez años atrás la escena que aparece en mi cabeza es bastante similar. Vivo en un departamento de dos ambientes, 35 metros cuadrados, y en el 2009 vivía en un estudio donde era lo mismo, la cama con el computador al frente. No identifico grandes diferencias en ese sentido. La tecnología impacta, pero más en los tiempos libres. Antes era mucho de Facebook, y ahora sólo tengo Twitter. Lo uso como un espacio de juego pero también da cierta visibilidad del trabajo que hago, la gente conoce tu nombre. Son una serie de cosas bien espeluznantes, pero me han convencido de no cerrarlo. He querido hacerlo muchas veces.
En febrero estuve de cumpleaños e invité a una serie de amigos y amigas de distintos lados. Confirmé algo que siempre hago que es presentar a mis amistades de acuerdo a sus profesiones u ocupaciones. Entonces se detonó una discusión entretenida respecto a si era o no pertinente hacerlo. A mí me parece que sí, somos lo que hacemos y por algo optamos por trabajar en algo determinado. Se da esa discusión eterna de “Pero no hablemos de pega”, mientrad digo “¡Hablemos de pega!”. Hablemos de arte, de filosofía, de política. Si eso es hablar de pega, bueno. Si no hablamos de eso, de qué más vamos a hablar. En general, yo no veo una separación entre lo que soy y lo que hago, entre lo que estudié y lo que trabajo. También defiendo mucho el hecho de poner tus credenciales académicas por delante, pero no como una cuestión de poder. Más bien es decir: “Esto he estudiado, a esto he dedicado mi tiempo y, por lo tanto, esto soy”. La configuración de identidad se da a partir de lo que uno estudia, de lo que uno hace, lo que uno come. Entonces para mí el trabajo es todo lo que hago y, en ese sentido, me cuesta separar los espacios íntimos del esparcimiento.
En general, si pienso en mi círculo y mis pares, hay una creencia colectiva en que uno es lo que hace. Por eso la anécdota del cumpleaños es interesante, porque no era necesariamente ese círculo y la gente era muy variada. La presentación –el definirse por lo que te ocupa– me parece incluso deseable. Si llego a un carrete y me presentan: “Oye, no sé quién: artista visual” , inmediatamente sé que tenemos un ámbito en común donde podemos interactuar sin que se transforme en una conducta pauteada del clima o la comida. Claro que quiero saber si alguien hizo un posgrado o qué está leyendo, qué investiga, porque eso soy yo y la pega no se queda en el computador. Porque si no ¿qué? ¿qué hay fuera de la pega? En el fondo eso es.
Desde mi perspectiva no hay límites para el trabajo. Las actividades con la familia marcan, pero no determinan cómo uno se constituye. Cuando estoy con mis hijos no suspendo quien soy y ese que soy está completamente atravesado por el trabajo. Soy conciente de que toda esa experiencia los condiciona a ellos. Por ejemplo, mi hijo a los cinco años ya me estaba ayudando a hacer las luces de una obra que dirigí y pasaba en los ensayos. Hacía los training y levantaba los brazos, bajaba, respiraba. Y luego empezó a ver que yo investigaba y a él le daban un trabajo para el colegio y lo hacíamos juntos. El papá es ese, para bien o para mal.
En general, este estilo de vida no me ha traído grandes costos a nivel familiar. A mis hijos los veo todos los fines de semana, salvo que tenga función o una actividad, o una clase excepcionalmente un día sábado. Pero, en general, los tiempos están bien cautelados porque caen el fin de semana. Lo que no tengo es descanso. En la semana trabajo y el finde soy papá. Y en las relaciones de pareja –a lo menos ahora– las estructuras son similares por lo que buscamos coincidencias y sintonías para generar espacios. Lo que siempre me viene a la memoria es el funeral de mi abuela al que no pude asistir porque tenía función y… era suspender la función o… Me parecía que si al director de la obra se le hubiera muerto la abuela no era motivo suficiente para suspender, pero hasta el día de hoy me pesa.
En mi trabajo no ha estado muy presente la noción de excelencia, más bien la satisfacción tiene que ver con el sentido. No sé si está bien hecho o mal hecho. Lo que prima es esto aquí y ahora. De acuerdo a determinadas circunstancias de un campo, por ejemplo, me parece que esto es lo que tengo que hacer. Y por lo tanto, la evaluación de si logro efectivamente cumplir eso que me he propuesto es lo relevante.
En términos de creación artística yo me autoimpuse la misión de demostrar que el teatro puede ser un montón de cosas que hoy día no se piensan como tal. En ese sentido, pagué las consecuencias de ocupar un lugar muy marginal dentro de la escena teatral, excesivamente experimental, excesivamente contrahegemónica, por así decirlo.
Sin embargo, las pocas personas que conocen mi trabajo me hacen sentir mucho orgullo, por ejemplo, cuando alguien dice "Oye, Iván investiga tales cosas en la puesta en escena". Mi profesor guía de la universidad en Alemania –que investiga performatividad y transmedialidad¬– cuando vio los videos de mis obras dijo: "Esto he estado investigando todos estos años. Yo pensaba que en Chile no existía. Pásame los videos, voy a empezar a escribir sobre tu trabajo y quiero publicarlo". Hay pequeños destellos como esos que me dicen que tiene sentido. Quizás seré un incomprendido de mi época. Pero asumí, por otro lado, que no puedo vivir de eso. Que no me va a dar mucho rédito, ni siquiera en la academia ya que no existen las asignaturas de teatro experimental y teatro transmedial.
Con la revista este año nos propusimos que los contenidos tuvieran una impronta pedagógica sin que se adelgazaran. En el fondo es tomarse más en serio la divulgación para que pueda llegar a estudiantes de teatro. He sentido esa responsabilidad de articular y creo que ha tenido resultados. Nos comentan las columnas, un profesor pide a sus estudiantes que escuchen un podcast. Entonces, ahí esta la excelencia, o esa satisfacción que viene con el impacto en términos de divulgación, un trabajo de fronteras.
En mi propia investigación lo que mayor satisfacción me genera es el nivel de manejo filosófico que he podido llegar a tener, por sobre las expectativas que tenía. Siento que he logrado articular una red trascendiendo de la aplicación de modelos preexistentes. De esta forma, forjar nuevos marcos de lecturas que tienen que ver con problemas filosóficos que se desprenden a propósito del teatro o el arte. Un poco lo que hace Sergio Rojas.
En general, defiendo la idea de autor. A pesar de que pueda tener interés en pensar la muerte del autor, la firma es lo que hace entrar en relación el tramado de textos y obras que uno hace. Me interesa que una persona que ve una obra que dirijo hoy, pueda hacer una relación con una obra que dirigí hace cinco años. Sin embargo, en el trabajo creativo se ha ido diluyendo en algún modo. Empecé a trabajar de manera colectiva, pero sin nunca suspender la idea de dirección artística. Siempre seguí siendo el autor. Y claro, también me interesa a nivel de escritura el constituirme como autor. Me gusta cuando alguien, ya sea por desconocimiento o por complacencia, me presenta como escritor.
Hablar del éxito y del fracaso es complejo porque implica remitir todo un recorrido psicoanalítico y terapéutico de cómo me constituyo. Voy a intentar resumirlo. De chico siempre he sentido que no pertenezco, que no estoy inscrito en algo. Crecí en una familia atea, pero enmarcada en una cultura cristiana. Viví toda mi infancia en Las Condes, pero en la Villa San Luis, que eran los blocks de la comuna, conviviendo con drogadictos y delincuentes que eran mis amigos. Iba al colegio en Vitacura, pero municipal donde llegaba de todo: hijos de militares, hijos de empresarios, mis amigos del Cerro 18, mis amigos de la Villa el Dorado en Vitacura. Entonces siempre he sentido que no tengo muy claro dónde estoy inscrito. Si soy de clase alta, si soy de clase baja, si soy cuico, si soy roto. Y la relación con el éxito y el fracaso es igual de ambigua. Yo siento que tengo un montón de argumentos para decir que fracasé profesionalmente.
Era el mejor de mi generación en actuación. Pensé que al salir me iba a ir la raja. Y claro, me empezaron a salir cosas para la tele, pero de repente me di cuenta que eso se fue estancando, y estancando, y que no iba a vivir de las 150 lucas que lograba ganar. Entré al magíster, y para ganarme la beca para el segundo año, dirigí mi primera obra para el festival de dirección y lo gané. Pensé: "Ah no, o sea lo mío es la dirección". Siguiente obra que dirigí, gané otro festival. Empiezo a salir en el diario, y me da por seguir experimentando por aquí y por allá. Me pierdo en eso y desaparecí brutalmente de la escena. Empecé a hacer pequeños trabajos en una salita en el último piso de Estación Mapocho para 30 personas. Entonces tampoco resultó como director. Y me dije: “Parece que lo mío es la teoría”. ¡Y aquí estoy! Esperando fracasar como teórico.
Entonces, hay una idea permanente de fracaso que retorna siempre. Pero al mismo tiempo, en paralelo puedo identificar el éxito. Cuando llego a un lugar y mi nombre le suena a alguien o me relaciona con lo que hago, entonces siento el éxito. En la medida que creo en esa autoría y firma, siento que si mi nombre circula, es porque mi trabajo tiene cierto impacto y no cae en el vacío. No es un éxito en términos económicos. Desde esa perspectiva, siento que al interior de mi círculo estoy debajo de la media, estoy como infiltrado.
Hoy me doy cuenta que desaproveché oportunidades y no capitalicé. No fue algo consciente o heróico, si lo pudiera cambiar… no resultó nomás. Quizás si me hubiera ido bien yo estaría ahora actuando en teleseries y jamás me hubiera dedicado a la investigación. No es que yo haya renunciado a esos caminos, sino que ellos se me cerraron en algún momento. O bien, toqué techo dentro de lo que el contexto de posibilidades me daba.
La relación del trabajo con las condiciones materiales es de una precariedad permanente. Sin duda hubo etapas de mayor comodidad, así como otras muy críticas también. Yo no sé cómo he sobrevivido en realidad todos estos años haciendo muchos trabajos distintos. Los únicos que no me terminaron satisfaciendo son los que hice en oficina, cuando estaba en el Consejo a honorarios y en la Extensión del Departamento de Teatro de la Chile. Pero en general, todas las cosas raras que he hecho me han gustado y me han dado cierta flexibilidad y comodidad. Sin duda, el mejor momento fue con la beca, porque podía elegir que pegas hacer y además tenía un ingreso relativamente estable más alto.
En este momento lo único que hago por amor al arte es mi proyecto colectivo. Quizás algunas asesorías o invitaciones específicas, como “Iván, ¿puedes venir a ver esto?” O “¿puedes revisarme este texto que tengo que presentar?” Pero así sistemáticamente dedicarle tiempo a otros proyectos no remunerados, no.
Hace un tiempo tomé un seminario con Galende que se llamaba "La melancolía, el ocio y el arte de caminar". Tiene todo un rollo. Yo jamás había pensado de manera tan densa la idea del ocio, asociado a la melancolía, a la personalidad saturnina, al deseo sin objeto, el ángel contemplativo; y a la vez, asociado al demonio devorador. Me sentí muy identificado con eso. Cuando pienso en ocio, pienso más bien como en todos mis aspectos melancólicos y que no necesariamente tienen que ver con el tiempo libre, sino más bien con pequeñas suspensiones dentro de cualquier contexto. Cuando uno se queda pegado en la micro, cuando estás leyendo y de repente levantas la vista y no estás pensando en la lectura, cuando te quedaste atrapado en el tiempo. En ese sentido, me cuesta entender como productivo el ocio, incluso en términos creativos.
Tiempo libre no tengo mucho, casi nada, pero sobre todo por la manera en que yo lo entiendo. Veo como trabajo un montón de cosas que quizás podrían no considerarse trabajo, por eso quizás quedan reducidos esos espacios. También cambia mucho el tiempo libre con beca y sin beca. Sin ella es un tiempo libre muy culposo ya que debería estar generando lucas, en cambio con financiamento uno se da más permisos. Me cuesta establecer esos límites. Por ejemplo, estoy leyendo. ¿qué estoy haciendo ahí? ¿Estoy trabajando o estoy en tiempo libre?
Yo creo que los niveles de contaminación entre trabajo y tiempos de esparcimiento varían dependiendo de las personas con las que comparto. Cuando voy a ver a mis papás se suspende por completo el trabajo. No voy a discutir con mi mamá de filosofía o arte. Ahí es familia pura y dura, es escuchar relatos de mi madre sobre personas que no tengo idea quiénes son y hacerlo es parte del trabajo familiar.
Con amigos y con mi pareja es distinto, yo diría que hay más contaminación porque se vinculan con lo que hago. Mi pareja es artista visual y fotógrafa, también está en el doctorado y hace trabajo de investigación. Entonces parte de nuestra relación ha sido interesarse en el trabajo del otro. De repente nos tomamos un vinito y nos ponemos a hablar de su texto y nos quedamos pegados. En ese momento yo siento que estoy trabajando, por ejemplo. Y con los amigos que veo permanentemente hay un vínculo con la pega. Los amigos del colegio –por ejemplo¬– no los veo mucho. Por eso los espacios están muy contaminados, aunque te juntes a comer una carne o tomarte un vino los temas siempre son el Fondart, el libro, la ponencia, etc. Y luego con mis hijos, yo diría que es un tipo de contaminación distinta porque más que conversaciones se mezclan los tiempos y hay que coordinar. Por ejemplo, el viernes tengo una reunión y luego voy a buscar a mi hija. O el sábado tengo función, la llevo donde mi mamá y luego vuelvo a buscarla. Se mezclan los tiempos permanentemente.
La sociedad no comprende el ocio. Cuando yo estaba con la beca me di cuenta que mi entorno más cercano –a pesar de entender que la beca es un sueldo para desarrollar determinado trabajo– al no asociarte con un horario u oficina te ven como si estuvieras permanentemente disponible. Como: "El Iván podría ir a buscar tal cosa" o "El Iván podría hacer este trámite". Y claro, hay ciertas flexibilidades. Sin embargo, tengo la impresión de que ven como si uno fuera un flojo, o sea, ocio en el sentido más negativo. Entonces siento que a mi entorno más cercano les cuesta entender en qué trabajo, la manera en que uno administra sus tiempos. No dicen que “el Iván está flojeando”, sino que son consciente de que “el Iván está trabajando”, pero al mismo tiempo “el Iván está disponible”.
Hay dos momentos que vinculo al ocio que si bien no son permanentes, son históricas durante mi vida profesional. Una es que compongo canciones y ha habido periodos en los que determinada seguridad económica por pegas que no me demandan tanto, he podido dedicarle más tiempo y darle cierto tipo de seriedad. No lo interpreto como trabajo porque siempre para mí ha sido un hobbie. Y me encanta. Puedo estar horas pegado grabando en el computador, y lo escucho y me fascina. Después se lo mando a un par de amigos y ya, ahí quedó el tema. Y lo otro, es ir al estadio. Tiene su cuota de desahogo, de catarsis. Yo creo que podría ser interpretado como un espacio donde radicalmente se suspende el trabajo.
Cuando pienso en la idea de enfermedad me surgen dos cosas. Una, es el no-permiso para enfermarse. Me resulta bien porque me pasa poco y tengo buena salud física. Pero el no poder enfermarse es permanente, está siempre. Y lo otro, es la salud mental. Siempre ha sido un problema. Ya sea por el modo de vida o por la angustia que genera la precariedad. Siempre he tenido problemas de ansiedad y de angustia, que me ha costado mucho resolver y que vienen de chico. Entonces siento un poco que ahora estoy re bien, pero estoy con psiquiatra, con medicamentos, con terapia.
De algún modo mi identidad autoral en el trabajo ha estado también muy atravesada por mi nivel de ansiedad, que podría ser positivo incluso. Como estar dirigiendo, mordiéndose los dedos, salir a fumar, volver y pensar. Mi rollo tiene que ver con la muerte, como una especie de fobia que se detona en períodos en los que tengo altos niveles de ansiedad. Siempre una pregunta por lo desconocido. Es muy movilizadora y a la vez invalidante. Sin duda ello aparece en mi trabajo de creación e investigación, que tiene que ver con memoria, archivo, documento, muerte, guerra, catástrofe. El trabajo ha sido una forma de purgar esa angustia. Con la filosofía por primera vez dejé de sentirme solo, en esa especie de orfandad: “¿Esto me pasa sólo a mí?”, "¿Por qué no está todo el mundo agarrándose de los pelos corriendo por la calle?". Y claro, leyendo a Heidegger por ejemplo, es como que "Ah chucha", el soltar esa sensación de orfandad también te empieza a soltar el lado pisciano de “pobre de mí”. Esas preguntas que en el fondo tiene que ver con mi salud mental, siempre han estado marcando lo bueno y lo malo de las cosas.
Respecto a los tiempos libres creo que cuando gané la beca fue la primera vez que tuve vacaciones en mi vida profesional. Intenté no hacer nada y descansar sin culpa, lo que cuesta mucho cuando no estás acostumbrado. No asocio vacaciones con viajes, por incapacidad económica y porque no me gusta mucho. Los viajes que he hecho fuera y dentro de Chile han sido vinculados al trabajo. Con la beca me di el gusto de tomarme vacaciones, pero en general no pasa, enero es muy activo en el teatro. Y con este problema que tuve con CONICYT mis proyectos se cayeron y hubo puro estrés, tuve que volver a buscar pega porque febrero era el principio de mi cesantía. Entonces las vacaciones no existen mucho para mí, y los fines de semana y tiempos de descanso son para compartir con mis hijos. Darme permisos de no hacer, ir al parque, salir al zoologico, no sé, simplemente estar en la casa echados.
La idea de retiro o jubilación me preocupa mucho. Tanto que intento no pensarlo. Está todo el asunto de la precariedad. Yo me impuse 5 o 6 meses y tengo 35 años. Además, la vejez es un pensamiento que se relaciona con la muerte, entonces por sanidad mental no pienso en el futuro porque me genera angustia. Entonces se juntan ambas cosas y no tengo idea qué pasará conmigo cuando tenga que jubilar. No sé si lograré empezar hacer clases en la universidad para vivir de eso ¿si no qué?. Ahora con el doctorado estoy intentando hacer más cositas. Pero en general intento no pensar a futuro porque me angustia mucho.