Soy Cristóbal Cea, tengo 36 años y soy artista. Actualmente hago clases en dos universidades, en la Universidad Andrés Bello y en la Universidad Católica; en una enseño videojuegos y en la otra, artes mediales. También hago clases en el Magister de Artes Mediales de la Universidad de Chile, pero eso un semestre al año.
Escribir en la bitácora me gustó; fue rico porque adquirió la forma de un régimen, un poco meterse en un curso de crossfit. Me gustó la propuesta porque se volvió un hábito, es un bonito ejercicio. Pude notar que tengo microtiempos de ocio que consisten en leer, nadar. Generalmente, la escritura de la bitácora la encajaba dentro de estos microtiempos de ocio. Muchas de las cosas que hice están anotadas después porque no quiero ser el psicópata que anda anotando después de todas las cosas. En este proceso me percaté que mis tiempos de ocio son pocos, lo que no quiere decir que piense que trabajo mucho. Me recuerda a una escena de “Gladiador”, donde el personaje de Russell Crowe tenía un esclavo que durante la noche hacía unas figuritas para su familia. Entonces, Russell Crowe le pregunta al esclavo: “¿Cuándo tienes tiempo para hacer eso?” y él responde: “Bueno, la mayoría del tiempo hago lo que tengo que hacer y con lo que queda, hago lo que quiero”. Eso me parecía una buena disposición. Creo que hoy en dia, muchas veces uno es esclavo de las cosas que tiene que hacer y es importante encontrar esos pedacitos de tiempo que son tuyos. Ahí encajé la bitácora.
La organización se basa en una negociación de tiempos. Por una parte, está eso de que ahora no es distinguible el trabajo del ocio, en el sentido de que, por ejemplo, Facebook básicamente es un Tamagochi con personas de verdad; tienes que mantenerlo, alimentarlo y nutrirlo. Entonces es un juego, pero también es trabajo y yo creo que hay que negociar las cosas. Hay muy pocos tiempos que son un secreto con uno mismo, donde estás contigo, que conllevan anhelos y esperanzas personales. Al final, tienes que tratar de hacer que esas esperanzas y anhelos se encarnen en espacios personales. Generalmente el modus operandi es tratar de negociar las cosas.
Mis tiempos de producción como artista están protegidos con una cuestión que inventé cuando vivía en Estados Unidos: me dije a mí mismo que tenía que trabajar una hora al día, aunque fuera rellenar el Excel de las tomas que tengo. Siempre he tenido ese problema porque tengo un déficit atencional cuático. Intento que el trabajo sea de una hora al día, algo con lo que pueda ir a dormir y decir “hoy día hice algo”. Los martes y viernes suelo quedar con esa sensación, pero generalmente todos los días encuentro un lugar donde me quede un pedacito de tiempo. En ese sentido, mi flujo de trabajo es súper móvil; se trata de hallar esos espacios en cualquier momento. Esta negociación de tiempos no suele estar sujeta a los plazos de proyectos. Una vez Joaquín Cociña me dijo que desconfiaba de la idea del artista que hace trabajos para proyectos —quizás lo estoy malinterpretando—. En mi caso, hago proyectos para hacer trabajos. Me pareció súper interesante el comentario, me aclaró bastante la película. Me parece que el proyecto es algo vinculado a lo instrumental y el trabajo es lo que quiero encontrar, una búsqueda más intrínseca.
Espero no sonar muy volado, pero me encanta dibujar, siempre me gustó dibujar. Cuando estaba chico en el colegio, era el niño bueno para el dibujo y recuerdo que un compañero de curso me decía que lo que más le llamaba la atención cuando dibujaba era que no tenía idea de qué estaba dibujando al principio, pero al final se entendía; de repente, se comprendía. Hace algunos años me acordé de lo que había dicho Sebastián, mi compañero. Pienso que quizás la vida es un poco así: no sabes que estás haciendo algo y no sabes lo que quieres. La persona que dibuja tampoco sabe qué es lo que va a dibujar, sabe más o menos para dónde quiere que vaya la moto y espera que el dibujo se resuelva en el tiempo, eso es generar las circunstancias para entender qué estoy dibujando en términos de poner obras y proyectos. Quizás en cierto minuto necesite un lápiz, un instrumento, y pongo el proyecto en función de poder hacer que el dibujo siga dibujándose.
Es raro porque en el fondo tiene que ver con estrategia, que está tan mal ocupada esa palabra hoy en día. El año pasado la Universidad Católica invitó a una reunión para conversar sobre el plan estratégico de la Facultad de artes. El invitado principal era un ingeniero que nos decía: “¿Qué es estrategia? Es diferenciarse para ganar”. Fue espantoso. Yo pensaba que era una noción súper cagona del término porque, para mí, estrategia es encontrar alguna manera para salvarte y salvar tu trabajo. En un contexto así hay que ser estratégico, pero no para ganar, sino que para no perderse. Es como el cuento que me gusta de Penélope y Odiseo, donde ella de alguna manera compra tiempo a través del tejido mientras espera que vuelva Odiseo, su anhelo. Odiseo hace lo mismo por su lado, aunque es un conchadesumadre. La historia de la sirena con Odiseo trata de lo mismo, de cómo me las arreglo para consevar algo que quiero y lograr que las cosas sucedan sin rendirse a las sirenas.
Hace 10 años atrás el ejercicio de la bitácora habría sido distinto. Estaba más urgido. He aprendido a acomodarme con el hecho de que no soy una persona que puede sostener la tensión por periodos demasiado prolongados, así que he aprendido a trabajar de a poquito para construir cosas más grandes. Probablemente pasaba más tiempo preocupado porque no tenía un mes para trabajar tranquilo en algo. Ahora doy por hecho que no existe el mes para trabajar en algo. Me interesa más trabajar el contexto también; tratar de posibilitar que el contexto sea mejor para que la gente pueda trabajar mejor en general.
Creo que hoy vivo como el esclavo de Russell Crowe. Tengo unas cosas que sé que son mías y que las quiero mucho, y estas valen más que el tiempo que duran. Entonces, si tienes algunas cosas que valen más que el tiempo que duran, está todo bien.
De todas formas, el tema de trabajar en distintos espacios guarda relación con el problema de la copresencia, que es importante en la división de ocio y trabajo. Por ejemplo, me llama la atención que Facebook y Whatsapp eliminaron el concepto de estar ocupado. Si te encuentras con dos personas conversando y notas que están embalados, tú no hueveas. Si llamas por teléfono de línea fija y alguien está hablando, suena ocupado. Sin embargo, ahora no existe esa idea de estar ocupado. Al trabajar en distintos espacios tienes ese problema: una cosa que es urgente en un lado tiene conflictos con otra cosa que es urgente en otra. Todavía estoy tratando de balancear bien todo, qué tanta cuerda puedes dar; cuánto tiempo puedes exigir para ti; qué tan importante es el tiempo para hacer bien tu pega de esclavo en las otras cosas.
Mi relación con la tecnología es buena; creo que es un poco parecida a mi relación de pareja. Yo soy católico y estoy casado con una mujer preciosa que es judía y atea, y la adoro. Me llevo súper bien con la tecnología, creo que la entiendo, me fascina y al mismo tiempo lo encuentro una hueá. Claro, no encuentro que Constanza sea una hueá. Sólo son relaciones paradójicas y como paradójicas, creo que son productivas.
El trabajo para mí es instrumental porque es una herramienta para conocerme a mí mismo y conocer a otra gente. Siempre he entendido que el trabajo es el óxido de procesos mentales y lo que queda; es decir, lo que se muestra es el remanente de cosas que ojalá te hayan transformado y que en sí mismas no valen mucho. Por eso soy un poco desapegado con las obras.
Me gusta que mis distintos trabajos conversen. Me gusta enseñar cosas que investigo sin tratar de crear clones, así que intento que la clase sea un ejercicio que contribuya a mi trabajo y que, al mismo tiempo, sea una manera de compartir con la gente que va a mis clases; aprender de ellos.
Mis trabajos actuales son las clases y el arte. Si es que hay fondos, los fondos también son mi trabajo. La idea mía es organizarlos todos, ojalá hacerlos lo más míos que puedan ser, es decir, crear la mejor versión de ti que puedas ser. Pienso en mis trabajos como una familia, donde todos se afectan de distinta forma y no hay uno sobre otro. Por ejemplo, no pienso que mi trabajo de docencia esté para poder dedicarme a mi producción personal. Siempre quise dar clases, mi papá es profesor. Sin embargo, lo que no quiero hacer es transformarme en ese profesor de carrera que sacrifica su trabajo artístico para terminar siendo una persona amargada en el futuro que, sin darse cuenta, cague la carrera de la gente que viene abajo y los quiera maltratar con sueldos miserables, porque en el fondo padece que nunca pudo ser artista por dedicarse a las clases.
Por otra parte, tampoco me dedicaría a mis trabajos personales completamente. Me gusta mucho el estatuto de estar entremedio porque en el fondo me sirve para tener la independencia de decir: “mira, me encanta esto, pero tengo opciones”. Y en el arte me gusta poder decir: “genial, pero tengo opciones”. Finalmente, la ventaja de tener múltiples trabajos es que creo que eliges más libremente entre un trabajo y otro. Creo que puedes ser más generoso si eres un poco más libre entre una cosa y otra. Quizás todo es culpa de que mis papás dormían en piezas separadas.
Valoro un trabajo como bien hecho cuando te transforma; cuando sales distinto de ese proceso; cuando afecta a la persona de manera que ya no es la misma que cuando entró. No me gusta la idea de un trabajo o de una actividad que funcione como una confirmación de “qué bacán que eres”, encuentro que es una hueá. Las voces de mis pares o de otros en general también son importantes para esa valoración, aunque no me interesan en el sentido de que actúen como una garantía de “oh, qué bacán tu trabajo”, sino porque es rico tener una buena relación de pares. El diálogo con mis pares me sirve porque parto de la base de que las cosas que hago están mal, entonces siempre pregunto. Es como una comida: haces una comida, invitas gente, y cuando notas que están contentos, es bacán.
Estos invitados a la comida serían, por ejemplo, la historia del arte. Lo que me encanta de la historia del arte no es el hecho de saber, sino el hecho de pensar que estás entrando en una conversación con vivos y muertos; se trata de una expresión de amor que va más allá de la vida y la muerte, es cariño, respeto. Entonces los invitados a la conversación son vivos y muertos, gente del mundo del arte de otro lado que —supongo— contribuye a la transformación, aunque de verdad me importa un rábano. A veces, claro, hay cuestiones que son más estratégicas, aunque trato de que los motivos siempre sean honestos. Cuando vivimos con la Coni durante un año en Nueva York, lo que más nos llamó la atención era que las relaciones sociales eran transaccionales, y lo que nos ayudó a sobrevivir allá fue decir: “pico con eso, tratemos de sobre maniobrar este problema”. Entonces no hicimos relaciones transaccionales e intentamos conocer a la gente de verdad porque las amistades son cosas de verdad y el resto es challa, no genera lealtades reales ni nada por el estilo. A veces hay relaciones con tus pares que pueden posibilitar que hagas más cosas, por ejemplo, no te quieres agarrar a mocha con la Vicerrectora Académica, pero sí quieres conocer a esa persona por lo que la persona es y no por lo que la persona hace, no por el rol que tiene en una red operativa de una institución. Es una negociación, pero en buena.
Una condición de la vida contemporánea que es súper importante es tratar de ver cómo la sociedad trabaja o se las arregla para poder sobrevivir a la imposición que describe Manuel Castells, la de la sociedad de la información. Y en ese caso, encuentro raro que el modo de ser artístico cada vez es un modo de hacer que otras disciplinas tratan de adoptar. Por ejemplo, ocurre con Steve Jobs. Me carga hablar de él porque es una especie de Karadima de la ingeniería comercial: todos aman a Steve Jobs. Es una figura del emprendimiento cuyas metodologías de trabajo, investigación e ingeniería son artísticas. Pesca una cosa que no tiene nada que ver, un computador y lo mezcla con música. Pesca cosas que son sagradas y las mezcla con cosas profanas. Esa es una metodología, es Duchamp poniendo una rueda en un taburete. Actualmente todos ocupan esas metodologías muy artísticas. El emprendedor básicamente es un ingeniero artista y yo creo que esto se va a ir expandiendo a todas las disciplinas. Por ejemplo, los abogados son freelancer ahora, trabajan un año en una empresa y se van a otra. La apuesta está en que la empresa pueda no depender de ellos. En el fondo, es una sociedad con menos seguridad, institucionalmente precaria.
Hablando de precariedad, mi trabajo y las necesidades materiales no convivían muy bien hasta que fui a estudiar afuera. Viví en la casa de mis papás hasta bien viejo, creo que hasta los 29. Cuando fui a estudiar a otro país era casi como una salida. Me quería casar con mi polola e irme con ella, a lo que ella respondió: “nica voy a ser ‘la señora de’, saco de hueas”. Yo tenía todo este plan que al final no resultó. Ella se fue después a estudiar a una universidad mucho mejor y si no hubiese pasado eso, yo no podría haber conseguido una oferta de trabajo que me dieron allá. Supongo que este tema es un problema de disposición más que de planes; es decir, si tienes la disposición de abrirte a la posibilidad de trabajar y de satisfacer tus necesidades materiales, siempre vas a encontrar la manera de hacerlo.
La posibilidad de ser artista estuvo en riesgo casi absoluto por una serie de cosas el año 2015. Entre ellas, estar viviendo dos años de príncipe consorte del programa de magíster de la pareja, termina por dejarte en una situación donde no sabes muy bien qué estás haciendo. Justo había terminado el magíster entonces tenía que olvidarme de todo lo que había aprendido. Estuve trabajando mucho para sobrevivir. Tenía un montón de pegas chicas y no podía encontrar una estrategia que me dejara tiempo libre para trabajar en las cosas que quería. Tengo algunos textos que escribo para mí y recuerdo que en algún minuto de esa época escribí: “bueno, hasta acá no más llegó el arte”. Aunque me ha pasado más de una vez. Yo creo que los artistas mueren hartas veces; artista que no se muere es novato. Es raro ese proceso porque tienes que dejarte morir. Sabes que no vas a bajar de allí porque no hay nada más abajo. Ese dejarse morir se mezcla con cosas raras, porque además en el mundo de las artes se relaciona con el miedo a desaparecer. Por ejemplo, si te mueves a otro lugar desapareces un poco, y ese miedo se hace presente. En el arte es más fuerte ese miedo, es parte de la naturaleza de cómo funciona. Un músico que no puede cantar ¿es músico? Un artista cuyo trabajo no se ve… Tú sabes que dependes de otra gente. En fin, hay una serie de cosas. Retomando el tema inicial, he trabajado vendiendo computadores, haciendo obras a otros artistas, en películas, varias cosas. Básicamente el trabajo que tengo ahora deriva de una pega que tuve en un minuto donde no sabía si iba a seguir haciendo arte, que era trabajar haciendo clases de medios digitales en una escuela de animación y cine. Hay que dejarse contaminar también.
Ayer tomé un café con una señora que trabajaba haciendo clases en la Universidad Católica y se había ido el 74’ de Chile. Me dijo: “A mí me enseñaron una cosa en la vida y es que hay que tener un trabajo y un oficio. Cuando estuve afuera me dediqué al oficio, que era la traducción. Me dediqué a traducir y traducir. Por ahí entré a otra cosa y eventualmente recuperé mi trabajo. Pero hay que tener las dos cosas, porque cuando no tienes trabajo, tienes que tener oficio”. Buen dato.
En mis tiempos de ocio, absolutamente ociosos para mí, juego Nintendo. Me compré un Nintendo Switch el año pasado porque hago clases de videojuegos: esa fue la excusa laboral. Ayer en la noche descargué un juego que mezcla fútbol con autos. ¿Has escuchado algo que sea más una parodia de la masculinidad? Bueno, diez minutos del juego y no estoy pensando en ninguna cosa. Constanza se ríe cuando nos ponemos a jugar porque me encuentra un pendejo. Al final no sé si el disfrute está en el juego o en el hecho de que estoy haciendo una pendejada. De todas formas, no sé si es ocio. Lo que pasa es que la frontera entre ocio y trabajo se ha nublado para mí. Leo libros porque sé que me interesan, pero son libros que después tengo que ocuparlos para la universidad y me entretiene leerlos. A veces voy al San Cristóbal, me siento en una banca y me pongo a leer.
Cuando digo que no pienso en nada cuando juego, tampoco pienso que el cerebro está inactivo. Por ejemplo, cuando estás cortando pasto no estás pensando sólo en eso, sino que en un montón de cosas que el pasto te hace pensar y son tuyas. Hay algo con la propiedad del tiempo.
Los tiempos de ocio los concibo como aquellos que no están sometidos a una agenda, es como si existieran en otra esfera de tiempo nomás. Por ejemplo, si salgo a caminar con mi mamá es ocio porque es completamente poco productivo, es un lapsus de tiempo que vale más que el tiempo que toma. Son tiempos que valen más de lo que toman, si pienso en términos de valor y productividad. Algunas otras actividades que identifico con esta categoría son caminar, anclarme, tomar una cerveza con Constanza en la ventana, fumarme un cigarro. También me gusta mucho ir al cerro. Las actividades culturales las asocio más a pegas familiares, como “vamos a ver una película”. Siento que es más un trabajo que ocio. Es rara esa costumbre de que los papás quieren que vayas a visitarlos todo el fin de semana, si no te llaman y te dicen que no te ven hace mucho tiempo, así que se siente como una imposición. Yo prefiero los encuentros azarosos porque no tienen esa carga que los vuelve responsabilidad. Por otra parte, siento que hay un ocio bonito con mis amigos que vinculo con cosas azarosas. A veces me encuentro con amigos y pasan cosas, aunque generalmente sean tiempos chicos. Hace un par de semanas fui a ver a una amiga a Berkeley por una noche. Llegué a las 7 de la tarde, me fui al otro día a las 10 de la mañana y fue valioso verla. Nos abrazamos, conversamos cosas, me mostró donde estaba y su casa, nos reímos y se quedaron muchas cosas, muchos pensamientos comunes. Bueno, ese tiempo valía mucho más que las 12 horas que tomó.
El ocio lo asocio a la libertad y creo que es un deber tener libertad. No puedes ser artista si no eres un abanderado de la libertad individual, en el sentido de que no estar atado, de hacer las cosas porque necesitas hacerlas. Suena súper amplio, pero al mismo tiempo cada día es más difícil. Es un deber, pero no es una pega.
A veces siento que el ocio se acabó, por lo menos socialmente ya no hay tiempos muertos. Casi le tengo pavor a Uber y a esos autos que se manejan solos porque, aparte de atropellar gente, qué va a pasar con ese tiempo que uno tenía manejando. Una vez me tocó hacer clases en una universidad que me quedaba a 3 horas de distancia, así que una vez a la semana manejaba 6 horas. En el camino escuchaba música, lo pasaba bacán, pero si es que no tuviese que manejar esas 6 horas ese tiempo habría sido usado posiblemente para trabajar. Entonces creo que la sociedad está contra el ocio, ahora. Hay que productivizar el ocio y maximizar el tiempo que se usa ya que es un problema económico. El crecimiento poblacional es muy bajo y se necesita que la gente trabaje más.
En el entorno artístico es rara la relación entre ocio y productividad que mencionaba. Por ejemplo, si hay una inauguración, ¿es pega o es ocio? Yo creo que para mí es más pega que otra cosa. Si voy solo a la exposición no es pega; si voy con alguien no es pega; pero si voy a una inauguración yo creo que es pega, es trabajo social. Estar presente en una inauguración muchas veces se debe al afecto, pero generalmente es pega. En general hay artistas que tienen más ocio; sin embargo, hay riesgos en ese ocio. Por ejemplo, yo trato de hacer que mi tiempo de ocio sea muy valioso y, por otra parte, hay gente que lo ocupa en Facebook que para mí es una hueá, es perder el tiempo. El otro día vi una estadística de cuántas horas de YouTube se ven al día y creo que era un billón de horas en el mundo. Un billón de horas viendo YouTube. Saqué el cálculo para ver cuántos años eran esas horas en vidas humanas y resultó que eran aproximadamente 1500. O sea, quinientas veinte mil vidas humanas al año usadas en ver YouTube. Quedé sorprendido, pensé: “¡Wow! Eso es un genocidio”. Hay gente que pierde tiempo desde mi perspectiva. En artes se da mucho el tema de ir a tomar una cerveza porque estás chato, porque no tienes plata, porque no salió el fondo, porque fulano es un estúpido. Técnicamente es ocio, pero creo que es mal usado.
Mi idea de la enfermedad ha cambiado desde la universidad. Hay cosas que son muy incomprendidas, por ejemplo, hay cosas que para un adolescente son terriblemente dolorosas y para un adulto son una estupidez. Me pasa mucho que me toca gente en clases que tú notas que están tristes y es una tristeza que no se puede explicar, como sentirse feo. Recuerdo que en la universidad me sentí feo y no quería salir de la casa. Supongo que eso es en parte una enfermedad. Me acuerdo de que me afectó radicalmente, no podía trabajar. También hay otro tipo de cosas. Una vez me atropellaron y me fracturé las costillas, los brazos y qué se yo. Por un lado, eso fue bueno porque no podía trabajar en clases fracturado, así que tomé un bus y partí al Festival de Cine de Valdivia. Lo pasé súper bien, conversé harto y lo pasé la raja con gente que había conocido hace poco. También recuerdo lo que significaba estar enfermo en el colegio, era rico. Veía el matinal en la mañana, Teleduc, recibía cariño. Hasta ahora no tengo malas experiencias de enfermedad, gracias a Dios.
Los tiempos de vacaciones o feriados no existen por ahora. La última vez que tuve vacaciones fue el 2013, 2014, que fuimos por 10 días a Puerto Rico. Me costó salir, estuve tres días mal genio porque estaba con la cabeza puesta en hacer una obra. Ahora tenemos ganas de salir, pero ha sido complicado. El año pasado fue súper difícil porque mi pareja no tenía trabajo, estaba un poco triste y, por mi parte, tenía mucha pega. Nunca nos había tocado a los dos tener un año muy difícil por razones bien distintas y de verdad necesitábamos vacaciones juntos. Estábamos llegando a fin de año con muchas ganas de irnos, tomarnos ese tiempo, cuando me llegó una oportunidad de hacer una residencia. Me sentí pésimo. El mes y medio de vacaciones lo pasé en la residencia que, si bien era una circunstancia agradable para trabajar, igual era trabajo. Ahora tenemos ganas de ir a Argentina durante una semana en julio, si es que las platas andan bien. Si no, ir al cerro una semana también puede ser, si al final es necesario tener tiempos más prolongados. El año pasado, las vacaciones en realidad fueron un temón en mi relación de pareja. Uno quiere tener una relación buena con la gente y eso necesita tiempo. Ambos queremos tener una relación más sana en comparación con el año pasado y para eso necesitamos tener más espacios de tiempo y al final es una negociación.
Los sábados tenemos una cosa a la que le decimos “sapatos” no sé por qué. Tratamos de que sea un día donde no se hace nada. Todo el día en cama, flojos, ir a comprar pan con el pijama puesto debajo de los pantalones. En la mañana de los domingos me gusta salir a caminar más rato. Este año he tratado de que el fin de semana sea cualitativamente distinto a los otros días de la semana. No obstante, hacer un fin de semana completo es súper difícil. Lo intentamos en la medida de lo posible. Este es el primer año que Constanza tiene que preparar clases, algo que hace los domingos. En mi caso, los domingos tengo que corregir entregas porque hay una actividad de un curso que consiste en postear en una página y tienen plazo hasta este día. Siempre postean a última hora y como me gusta llegar con los textos leídos, corrijo los domingos.
Ahora tuvimos problemas con el calefón y llevamos como dos semanas sin agua. Estaba chato de bañarme con una pelela en la ducha, así que me inscribí en una piscina cerca de donde vivo y tienen buena ducha. Además, pensé que podía usarla como una pausa entre la mañana y la tarde, entonces trabajo en la mañana, luego voy a la piscina y de ahí a la universidad. El otro día, creo que el lunes, fui a la clase de la universidad y un alumno me dijo: “Usted viene de la playa”, a lo que pensé “pero qué pregunta más idiota”. Si puedo ir a la piscina no me tengo que sentir culpable por eso, es media hora que necesito. Cuando trabajaba en la tienda de computadores en el Mall Alto Las Condes, una vez fui a almorzar, me tomé una cerveza y cuando le comenté a mi compañero de trabajo me dijo:“¿cómo se te ocurre tomar cerveza un día laboral?”. Y nada, si es media hora, no estoy curado, tampoco es estar alcohólico, sino que porque quiero.
Hay algunas cosas chicas que son súper lateras, por ejemplo, si eres adjunto en la Universidad Católica te invitan a realizar un diplomado de capacitación docente que es súper bueno. El problema es que te solicitan hacer este diplomado cuando estás entrando y te pagan súper poco; entonces, necesitas trabajar en otra cosa mientras realizas esta capacitación docente. Recuerdo que en el verano la hice en dos semanas, donde tenía que ir a San Joaquín durante las mañanas.
Respecto a la paternidad, es una idea que me encantaría, pero no por el momento. Constanza no quiere tener hijos, así que no sé si los tendré, pero estoy abierto a esa posibilidad. Me da risa esta situación porque normalmente la gente dice “estoy abierto a la posibilidad de tener”. En el caso de que ocurriera cambiarían ciertas cosas, habría que hacer algunos ajustes. Probablemente no podría viajar tanto. Una vez, Coni me dijo que quería ser un artista nómade, a lo que comenté que había dos maneras de lograrlo: siendo terriblemente pobre o multimillonario. Ser artista nómade con hijos sería más difícil todavía. En cualquier circunstancia, tener hijos fomentaría un cambio radical del trabajo.
La jubilación no es algo en lo que piense. Tengo plata en una AFP, pero usualmente trato de reinvertir la mayoría, soy medio apostador en ese sentido. Confío en que si hago bien el trabajo va a ser mejor, van a seguir saliendo cosas, aunque eventualmente eso se va. Un poco en la línea del dicho “uno siempre cosecha lo que siembra”, creo que si siembro cosas buenas no deberían ocurrir problemas. De todas formas, me angustia pensar en esta etapa, pero me digo a mí mismo que no debo hacerlo. He visto gente angustiarse y los efectos pueden ser tóxicos, sobre todo cuando se encarnan en aprensiones, en ser mafiosos, en tratar de chaquetear. Me parece legítimo tener angustia, pero trato de tener respuestas que no sean negativas.
No sé si mi actividad artística se detenga ante ese retiro eventual. Quizás sería un retiro en hueveo como Maurizio Cattelan, quien en el fondo se retiró de una forma de vivir el arte hoy en día. Esa forma de retiro me gusta. No me agrada la idea de tener setenta años, estar aburrido de trabajar, pero seguir haciéndolo porque no me queda otra. Pienso en el gasfíter que está arreglando el calefón en mi casa, amigo de mi mamá y que tiene ochenta años. Me contaba que su nieta tiene problemas y como él no tiene ningún peso ahorrado, necesita trabajar todo el tiempo. Me dijo: “piensa en tu futuro. Yo me la farreé, estoy acá porque fui hueón”. A pesar de todo, no creo que la mejor solución es tener dinero en el banco. Yo siento que el mejor ahorro son las relaciones buenas y honestas. Si tienes buenas y honestas relaciones, puedes construir muchas cosas en conjunto.