Soy artista visual, o algo así. Hago clases para tercer y cuarto año de la carrera de Artes Visuales de la Universidad de Chile. Imparto los ramos de taller, que son cursos terminales del pregrado que se vinculan con el desarrollo de obra. La lógica de trabajo en este espacio es más analítica que inductiva, ya que usualmente conversamos con los estudiantes acerca de lo que quieren hacer y cada uno construye campos referenciales propios. Los cursos son semestrales y, si bien tengo que hacer clases cuatro veces a la semana, no tengo que prepararlas porque no se trata de entregar contenidos. A veces tengo que revisar trabajos porque les pido textos, otras veces llego a mi casa y busco referencias que les puedan servir, pero esto último lo hacemos también en clases. Utilizamos un computador para descargar archivos o imágenes y buscamos y mostramos algunas referencias, todos saben algo que otro no sabe, entonces se trata de un trabajo colectivo.
El instrumento fue difícil, y me imagino que para mucha gente también, porque es una constricción impuesta desde el exterior. Usualmente trabajo con limitaciones autoimpuestas, pero la bitácora presentaba un modelo de observación que no me acomodaba. Por este motivo, me resistí a escribir durante la primera y la segunda semana hasta que finalmente en la tercera semana me dije: “Ya, tengo que hacerlo”. Sin embargo, inicialmente reemplacé este sistema, preguntándome qué temas eran relevantes. Luego tomé una hoja en blanco, escribí notas y más tarde traspasé esta información a la libreta. No funcionó del todo bien pues los apartados reflexivos no encajaban. Además, no tenía claridad sobre qué anotar porque normalmente estás lleno de actividades. Me cuestionaba si debía escribir las llamadas telefónicas que realizaba o cuando tomaba desayuno. Finalmente intenté anotar las cosas que sentía que eran relevantes. La semana que realicé el registro era semana santa, así que hay un día que mi única actividad fue dormir porque no había parado hace mucho y era una misión lograrlo. Traté de tomar el peso de las actividades que hacía a través de distintos criterios, como la cantidad de tiempo que utilicé o el grado de intensidad que implicaba.
En mi distribución del tiempo existen ciertos patrones. Una parte de la semana que registré estuve con mi hijo. Estoy separado y vivo con mi hijo Salvador semana por medio, aunque a veces ese patron se desordena. Por ejemplo, esa semana la partí con él, pero no la terminamos juntos, al igual que esta que pasó. Cuando mi hijo está en la casa mi mañana comienza temprano, a las 6 de la mañana. Aunque él tiene 16 años, lo llevo al colegio porque aprovecho el viaje para ir a la universidad. Un tiempo intentamos que se fuera solo, me levantaba con él, hacíamos el desayuno y después se iba, pero entonces me quedaba en una especie de limbo hasta que llegaba la hora de partir a la universidad. Usualmente, paso las mañanas completas en la U, haciendo clases o bien en reuniones. Cuando es la hora de almuerzo, a veces como en la universidad y otras veces en mi casa, pero independientemente de esto siempre paso a mi casa entre las 3 y las 5 de la tarde e intento no hacer nada. Este es un patrón constante que, pese a ser un tiempo para no hacer nada, muchas veces me permite empezar cosas e incluye pequeñas actividades. Por ejemplo, significa empezar a leer libros, algo que siempre estoy realizando.
Hace algunos años comencé a bajar mi ritmo de trabajo lo que, entre otras cosas, significó dejar las actividades de la universidad para las mañanas y bloquear las tardes. Este tema es importante porque, en mi caso, la riqueza se traduce en la cantidad de tiempo que tienes para hacer lo que quieres o para hacer nada, si es lo que deseas. Para mi la riqueza no se vincula con el dinero sino con el tiempo. Entonces este periodo libre que sigue después de almuerzo puede contemplar muchas horas, pero no menos de una, eso no es negociable. Hay ocasiones que paso de largo sin ningún problema, es decir, leo sin percatarme que son las 7 de la tarde y que no hice nada. A veces sigo leyendo o hago otra cosa.
Cuando digo “hacer algo” me refiero a participar de un montón de cosas de las que uno podría mantenerse alejado, como involucrarme en instancias académicas o políticas en la Universidad o colaborar en el colegio de Salvador, siendo parte de comisiones o directivas. Actualmente estoy jugando tenis tres días de la semana, lo que significa “hacer algo” porque hay un horario. “Hacer algo” también es ir al cine con mi hijo o almorzar juntos, que es completamente distinto a comer solo. Nosotros comemos viendo series de televisión que ambos seguimos. Yo no lo hago estando solo, pero es distinto cuando estamos juntos. Me parece que “hacer nada” es una zona gris que se define, en parte, cuando estás solo.
Ahora bien, en términos de trabajo, mi vida es súper distinta. Antes había más trabajo físico y una dedicación más fuerte y concentrada en el taller. Además, me costaba generar una distancia de mi producción: hacía una cosa tras otra, no me detenía, pasaba mucho tiempo en talleres con más gente que opinaba sobre mi obra y que terminaba por influenciarla. Fue un periodo creativo e intelectual muy efervescente, pero todo venía desde afuera, de otros lugares. En el transcurso de los años gané una distancia reflexiva que permite observar un poco mejor mi propio trabajo. Normalmente no cuesta nada mirar el trabajo de otras personas, pero realizar este ejercicio con tus obras es difícil y todavía lo es para mí. No obstante, es una cuestión que educas a medida que tomas distancia de tu producción. Ahora intento ser más selectivo con lo que hago, trabajando en lo que siento que vale la pena.
Hace años, acceder a todo tipo de tecnologías era complejo, tanto en el trabajo como en la vida cotidiana. Ahora el día a día está inundado de estas herramientas que dificultan la separación entre trabajo y ocio. Cuando estás haciendo una clase, los estudiantes están permanentemente revisando sus telefonos, revisando el flujo de mensajes, mientras que por otro lado, uno mismo busca ejemplos en YouTube para mostrarles y terminas encontrando material que te interesa y que dejas marcado para revisarlo después. Algunas veces estoy en mi casa viendo un tutorial en YouTube de cómo pasar a Beta un archivo que venía en otro formato y aparece un video sobre tenis debido a que antes vi otros. Los algoritmos de la web poseen esa maldita capacidad de percibirte. El problema es que la programación que te ofrece finalmente es homogénea y te muestra videos que son parecidos a los que viste. Las ocasiones que ha sucedido, le pido a mi hijo que lo resetee para que exista algo de sorpresa.
Mi trabajo no tiene un estilo pues no tengo una forma de hacer las cosas. Últimamente ha habido mucho trabajo con programación, es decir, con objetos que están programados. Usando arduinos, por ejemplo. Es un tema presente, transversal y tecnológico que yo no domino y me tienen que ayudar para hacerlo. La programación se siente familiar en el sentido de que está presente en todas partes; todo es programable. Al mismo tiempo, desde la década de 1990 he experimentado con otros elementos, tales como motores o sensores infrarrojos o sistemas mecánicos, ahí me las arreglo mas o menos solo. Siempre existió la curiosidad por ocupar extensiones domésticas más que tecnología, artefactos que están en el mundo y a disposición de las personas. Hace unos días estaba en Sodimac y me quedé observando un portón automático. ¡Qué interesante el motor que tenía! No me interesó porque podría hacer algo con él, sino que me quedé mirando porque se movía lento, no era histérico y me dio la impresión de que poseía un rasgo humanizado. Me quedó dando vueltas. No estoy seguro si haré algo con esta idea, pero es una observación que detona otras. Actualmente la tecnología te reconoce, dialoga contigo de varias formas y uno tiene a mirar las cosas de una forma distinta.
Mi trabajo personal consiste en gran parte en no hacer nada, en resistir los impulsos de hacer. Generalmente trabajo en mi casa y me dedico a leer más que nada literatura y un poco de teoría. Reviso material sobre técnicas o cosas que registré, fotografié, anoté. Ahora estoy en un proyecto que involucra fotografía, así que navego por internet para ver el tipo de lente que necesito o cómo debo manejarlo. En el fondo, permanezco en este lugar hasta que llega un momento en que las cosas que he estado pensado y observando entran en un estado de simbiosis –por decirlo de alguna manera- y entonces parto al taller a trabajar. Está dinámica de trabajo puede significar uno o dos meses, incluso uno o dos años sin visitar el taller debido a que las cosas no han terminado de emerger ni han comenzado a conectarse. También hay periodos muy intensos como, por ejemplo, desde agosto del 2016 hasta noviembre del 2017, que no paré. Además, fue producir constantemente porque tenía una muestra grande en el Museo de Arte Contemporáneo. Había cosas que venían materializándose desde hace tiempo y que, al desarrollarlas en ese periodo, llevó a que aparecieran cosas nuevas. No me gusta mucho que se detonen nuevos elementos en el taller pues siento que me desvían; prefiero que surjan de una observación del cotidiano. Cuando invento cosas en el taller a partir de un accidente que generó algo extraordinario me parece que es artificial. Necesito una observación que provenga de la realidad. El taller es un lugar de ejecución de algo que ya viene cociendose hace rato, sin omitir que existen varias cosas efectivamente suceden en el taller. Uno desarrolla el lenguaje de una pieza, experimenta con distintos materiales y, ciertamente, si uno sabe exactamente lo que realizará, me parece que es mejor no hacerlo porque habrá ninguna sorpresa, ningún entendimiento.
El lugar del trabajo en la vida de los artistas es más central que en otras profesiones u oficios. Quizás podría hacer una diferencia entre las actividades que realizo para ganarme la vida —como la docencia— y mi trabajo propiamente tal, que es ser artista —con el que no gano dinero, sino mas bien lo pierdo. Además, es un trabajo tan absurdo que cuando mi hijo me observa hacer estas cosas, me dice: “¿Por qué haces eso?”. En el fondo, casi le respondo que tiene razón, pero para mí es inevitable… es la única manera que poseo de estar en el mundo. No sé muy bien para qué es, sin embargo, tengo que dedicarle mi pensamiento, mis esfuerzos físicos —si son necesarios—, mi reflexividad, mi sensibilidad. Por otro lado, las clases me permiten financiar mi vida. No es un desagrado para mí, todo lo contrario, es como si fuera un hobby remunerado. No puedo dejar de hacerlo porque tengo un contrato, pero tampoco lo dejaría ya que me permite vivir en el mundo, estar en él –especialmente en la Chile, que es un ancla a tierra feroz.
Hubo una época que hacía clases cuatro o cinco días de la semana en tres universidades distintas. Tenía que movilizarme desde un lado a otro, lo que era súper tortuoso. No disponía de mi tiempo. Actualmente no siento que pierda el tiempo con la docencia. Ahora es una situación más controlada, ha cambiado mucho: puedo tener menos clases y me pagan mejor. El único aspecto negativo de este hobby es la burocracia. He tenido periodos intensos con este tipo de tareas, pero ahora estoy en uno más tranquilo. Fui coordinador de un programa de magíster por cinco años, que un trabajo administrativo y tedioso. Sé qué me tocará nuevamente en unos años más, esta labor u otra, no obstante, por ahora puedo decir que no. Mi trabajo es hacer obra, mientras que la docencia es una especie de hobby, uno que igual me tomo bastante en serio. Hay ocasiones que es enriquecedor y divertido, otras que es fome, pero es un medio para hacer mi trabajo.
Intenté no ser artista varias veces, aunque la verdad es que no pude imaginarme siendo otra cosa. Antes de entrar a artes, estudié ingeniería durante un año y me di cuenta que no podía ser ingeniero. Cuando me cambié de carrera a artes era un mundo desconocido y, con el paso del tiempo, me percaté que mis prejuicios eran todavía más infantiles de lo que esperaba. Me sentí cómodo porque me permitía ejercer mi individualidad a fondo. Ser artista no significa que tienes que ser de una manera, sino que justamente se trata de ser quien tú quieres. Cuando entiendes eso, se vuelve un espacio súper importante. No puedes llegar y dejarlo.
Por lo general, no estoy contento con mis resultados, me cuesta. Usualmente encuentro un “pero” en el proceso o en el final. En la muestra reciente había dos trabajos que debí eliminar. Al principio estaban ahí, funcionaban, sin embargo, una semana después no me gustó uno y hacia el término de la muestra noté otro. Hay cosas que para las personas pueden ser detalles, pero, por ejemplo, las fotos que acompañaban la manguera, una pieza súper linda, parecían otra obra. Fue fatal percatarme que sobraban, que no estaban conectadas. Me pregunté cómo no lo había entendido a tiempo. Además, la manguera es una pieza que me encanta y que tiene toda una historia: perteneció a la universidad por muchísimos años, con ella regaban los jardines de la facultad. Yo me apropié de ella , se las cambié por mangueras nuevas del Sodimac. Nadie se percataba de la historia inscrita en ese objeto.
Mi relación con mi trabajo se caracteriza por quedar contento con algunas obras y con otras no. Hago pocas cosas porque me cuesta creer en lo que estoy desarrollando, sobre todo porque trabajo a partir de observaciones que lindan con lo absurdo, con lo irracional. Si no logro creer en las cosas, no hago nada más y puedo pasar años sin producir. La verdad es que tuve problemas con esto hace tiempo atrás. Cuando era joven me preguntaba por qué no se me ocurría nada y sentía que estaba desorientado, sin embargo, ahora me relajé. Podría estar 3 años sin hacer obras y no sentir culpa alguna. De todas formas, mi forma de trabajo también deja cosas a medio camino que a veces me asaltan y me dicen: “Estoy aquí esperando”.
Mis tiempos de trabajo son distintos a los de un pintor pintor, que tiende a producir en un horario delimitado similar al de una oficina. Si preguntas a un pintor qué hará desde las 4 hasta las 7, te responderá que va a pintar y cuando preguntas qué va a pintar, dice: “No sé, voy a pintar”. En mi caso, no puedo ir al taller porque si; necesito ir a hacer algo específico. Mi vida es mucho más lenta y pausada durante mucho tiempo, pero llega un momento en que se revoluciona y ahí se comprime todo. No hago muchos proyectos tampoco, en general expongo súper poco. Mis últimas muestras individuales las realicé en 2017, 2014 y 2010. En el periodo de tiempo entre mis dos últimas muestras, tuve alrededor de cinco exposiciones colectivas. No tengo apuro, me hace mas sentido trabajar así.
No tengo un sistema de registro específico para recordar las cosas pendientes o desarrollar las obras. Un amigo pintor tiene cuadernos desde 1978 hasta ahora. Tiene todos los cuadernos, igualitos, en un orden perfecto. En mi caso, anoto en papeles sueltos y tengo alrededor de diez blocks a medio empezar. Mi sistema es un desastre porque, en el fondo, no es un sistema. Las compras del supermercado las anoto al costado de un dibujo y al final de año recorto ese pedazo para pegarlo en el siguiente block. Hay dibujos que incluso pasan desde un block a otro a través de los años. Generalmente llevo conmigo tres o cuatro libretas y ninguna está completa. Soy más ordenado con mis escritos que con mis dibujos: de hecho, realizo más la primera actividad que la segunda. Los textos están guardados en el computador, quizás este es el motivo de que no sea un desastre. Los archivos suelen estar disponibles entonces es más fácil trabajar.
Escribo sobre distintas cosas con el objetivo de ampliar el campo de trabajo, de reflexionar sobre él. Hay textos que buscan comprender una observación, una situación, otros que sólo describen cosas. Estos últimos son útiles porque en el lenguaje de la caracterización encuentras variables, especifidades, enfasis. A modo de ejemplo de mi ejercicio de escritura, hace ya varios años hice un texto para un catálogo que consiste en una auto-entrevista, es decir, donde asumí tanto el papel de entrevistador como el de entrevistado. En esa oportunidad me percaté que, mas allá de la dificultad de toda respuesta, la pregunta era siempre lo más relevante, es la pregunta la que delimita el territorio. Hago ejercicios asi, pero a veces esos ejercicios se vuelven también súper complejos y no van hacia ningún lado.
Nunca publico esos textos, son solo material de un proceso, no obstante, he usado otros escritos como material de obra. En mi muestra reciente, junto a las piezas de ladrillo, había un texto que es tan importante como la parte física de la obra. Los ladrillos estaban ubicados en una vitrina museográfica que los enfriaba, los trasladaba a un estado de casi hibernación museal. El texto ayudaba a cambiar la temperatura, a devolverlos al mundo, por eso resulta tan preciso. La redacción del texto duró un mes aproximadamente; la recolección de piedras tomó mucho menos tiempo, menos de dos semanas. Pensé y pesé cada palabra para construir ese párrafo que finalmente es material de la obra, es la obra, quizás mucho más que los ladrillos.
Desde 1995 hasta 2010 hice muchas cosas y me invitaban a varias partes. Una de esas experiencias fue la Bienal de São Paulo, que para cualquier artista es una instancia importante. Sin embargo, conocer la Bienal como participante fue una de las más grandes decepciones que he vivido, básicamente porque me percaté que el mercado está involucrado en todo. No importa si es una bienal alternativa o una bienal establecida pues el mercado va a estar, incluso si no es visible a primera vista, a través de las decisiones de los curadores y la manera en que orquestan el montaje. Las galerías tienen una influencia muy potente en la elección de los artistas, y se ejerce una presión constante por la mayor visibilidad. Tuve el infortunio de presenciar una carnicería en la repartición de los espacios, donde los artistas que no contaban con poder, que no traían una maquina de relaciones consigo, terminaban en la periferia, en los pasillos, incluso en las rampas. Fue fuerte.
Nunca he sido una persona con ambiciones, en el sentido positivo de la palabra, así que después de la Bienal de São Paulo me retraje de ese mundo. Disminuí mi nivel de producción y, en algún sentido, dejé de creer en la carrera del artista. Este hito fue relevante porque me entregó una libertad que no sabía que era posible hasta ese momento. Después estuve en una exposición en Finlandia donde había varios pesos pesados. Estaban Cildo Mereilles, Santiago Sierra, Damian Ortega, entre otros artistas relevantes y un curador de la Bienal de Taiwán que visitaba la muestra. Después de la inauguración fuimos todos a comer y noté que todos los artistas se conocían, quedé sorprendido. Se preguntaban unos a otros si irían a la Bienal de París o se encontrarían en la de Estambul. Ahí te percatas que es como un club de toby, que todos se conocen y despliegan redes todo el tiempo. En el mundo del arte hay una enorme presión que decidí rechazar hace tiempo, porque no quería vivir así. Estas prácticas existen en Chile, pero es un poco ridículo porque no hay un mercado formalizado, excepto el familiar. En una inauguración compra el tío y el primo, dos coleccionistas y se acabó, no vuelves a vender por un año.
Yo creo que la única vía para hacer una carrera de artista es ir al extranjero. Conversamos este tema con una amiga que estuvo durante mucho tiempo en Berlín, y me contaba que ella podía vivir de su obra porque la clase media de allá es coleccionista, lo que implicaba que existía un mayor poder adquisitivo, pero también otra manera de valorar las obras. Allá no vendías una obra a 20.000 dólares, sino que vendes cinco obras en dos meses y cada una por 2.000 dólares. Entonces podía vivir de lo que hacía. Acá en cambio, un estudiante que está recién saliendo de artes en la Universidad Católica quiere vender un dibujo a 10.000 dólares y eso es irreal. Hay mucha desinformación y confusión sobre cómo funciona el mercado en el contexto actual.
Para mi el éxito significa haber producido cosas que no debieron ser producidas, cosas que debiesen haber sido imposibles. ¿Conoces la camioneta con el árbol? Estaba trabajando la idea de cómo habitamos en el mundo y, en este caso, tenía que ver con los estereotipos que poseemos sobre una vida mejor: que todo pasado fue mejor; que la relación idílica con la naturaleza; que la idea de cultivar nuestras propias hortalizas; entre otros. Entonces, en un ejercicio de parodia e ironía, hice colisionar estos elementos en un proyecto donde agarré una volkswagen kleinbus antigua, la restauré con personas que se dedican a este oficio, le corté el techo, planté un árbol y un huerto en su interior, y salí a viajar en esta camioneta. Presenté este proyecto a FONDART cuando quedaban dos días y lo gané, ignoro por qué. Era una obra que no debía ser, una especie de premisa absurda, insensata, pero aún asi terminó convirtiendose en algo casi sublime.
Hay cosas que me conquistan, me sobrepasan y me sorprenden, cosas que van más allá de las expectativas que tenía inicialmente. Estas obras consisten son el pago de todo lo que dedicas al trabajo. Sin embargo, existen piezas que sabías de antemano dónde iban a terminar y piensas que ojalá las hubieras quemado. Aquellas son las experiencias más cercanas al fracaso.
Hay piezas que muestran sus límites incluso antes de terminarlas y otras que no. Entre las obras que estaban en la muestra, las personas alucinaban particularmente con dos piezas que a mí no me parecían tan buenas, quizás porque no me sorprendieron tanto. Resultaron más predecibles o surgían de ideas ambiciosas que no fueron logradas. De todas formas, algunas veces este distanciamiento es una herramienta positiva pues me planteo metas que son completamente idiotas e irrealizables que desencadenan todo tipo de delirios y reflexiones. Por ejemplo, si se me ocurre hacer conversar dos frascos pienso: “¿De qué los haré hablar?”. Ahí reflexiono acerca de lo relevante que es hablar y empiezo a cargar el trabajo en alguna dirección. En ningún caso voy a llegar a hacer lo que visualicé al inicio, pero ese marco restrictivo permite que supere los límites originales que podría haber tenido. Es una buena estrategia ponerse metas absurdas y quedar corto no más.
La materialidad de los trabajos es terrible porque debes guardarlos. Mientras estás trabajando en ellos o mostrando las obras es genial, pero luego tienes que hacerte cargo y tengo una cantidad infame de cosas que no sé dónde dejar. Más allá de este tema, también se hace presente una condición material a través de la forma en que me aproximo a las cosas, que nunca es la misma. La manguera, por ejemplo, la hallé caminando por la universidad y los doscientos parches que tenía me parecían una metáfora de la educación en Chile. Es una condición material extremadamente rica. En la medida que los procesos materiales se desenvuelven, además se enriquecen reflexiva o poéticamente. Otras veces debo realizar pruebas materiales o construir un plinto que son condiciones materiales, pero más aburridas.
Es difícil delimitar el ocio porque, por ejemplo, a veces no quiero hacer nada, pero es completamente distinto a querer estar solo. Hay ocasiones en que sólo busco desconectarme y ver televisión, aunque hay otros momentos que veo televisión por un programa particular. Creo que el ocio se asocia con hacer una actividad paralela, es un hacer volitivo.
Creo que el ocio es una categoría activa. Cuando las personas se desconectan y no hacen nada es otro estado, se podría decir que vegetativo, mientras que las actividades de ocio las realizas cuando estás con energía y se definen porque no te sirven para nada o te llevan hacia otro lado. En mi caso, jugar tenis no es ocio porque últimamente se relaciona con hacer que mi cuerpo entre en un estado más afinado. Antes de entrar a la universidad jugaba mucho e iba a campeonatos. Retomé el tenis desde que llevé a mi hijo a clases el año pasado. Comencé poco a poco y, aunque mi hijo se fue, yo continué. De todas formas, no volví a practicarlo sólo porque mi cuerpo lo necesitaba, pues si fuera así podría ir al gimnasio y relacionarme con una máquina, pero me da lata. Además, soy bastante flojo con los deportes: el tenis es el único que he hecho y el único que haré. También pesco en kayak, un tipo de pesca súper específico de pesca que hago poco ya que solo lo puedo hacer en verano. No calificaría esto en el plano del ocio porque tiene que ver con estar conectado a algo vital, como la velocidad del remo, su lentitud.
De todas formas, no sé realmente qué calificaría como ocio. A veces veo cosas que realmente no me interesan por televisión para rellenar tiempo, esperando entre dos momentos. No hago shopping ni actividades similares. Realizo más cosas en la televisión o en el computador. Leer tampoco es ocio. Cuando ves la bitácora, notas que la mayoría del tiempo estoy solo, excepto un día que estuve con Salvador y otro que era una fiesta de cumpleaños. No sé si es ocio porque tiene que ver con afectos. Les puedo decir todas estas cosas, pero cuando estoy involucrado en mis cosas no diferencio, entro y salgo de todos los estados sin establecer distinciones.
Este concepto usualmente se asocia al vicio, tiene una carga cultural súper potente. Aunque el ocio se piense como una actividad negativa de cierre al mundo, lo defiendo igualmente. Creo que estos momentos son tan necesarios como cualquier otro: a veces prefieres cerrarte o abrirte, quieres hacer algo o no quieres hacer nada. Y si no haces nada, ¿estás solo o duermes? ¿Cuál es la diferencia entre no hacer nada y meditar, por ejemplo? Yo opto por no hacer nada antes que meditar, porque esta última actividad requiere una disciplina tremenda y yo soy muy inquieto. Empiezo a leer y después de diez minutos me muevo a ver otra cosa, luego me pregunto hacia dónde iba y cuando recuerdo, vuelvo a buscarla. No termino nunca las cosas de una sola tirada, tengo que ir variando, conectando.
Detenerse es importante, aunque debe hacerse sin contenido. Es decir, no hay que parar para reflexionar sobre algo, sino que por el solo acto de parar. Intento detenerme varias veces al día sin una disciplina ni un horario específico para lograrlo. También me pasa lo contrario, en el sentido de que hay ocasiones que parto al taller a las 12 de la noche porque así estoy solo o me levanto temprano más o menos a las 5 de la mañana para tomar fotos con cierta luz. Éstas son excepciones que contribuyen a que mi esquema sea irregular. En este marco, las actividades más rutinarias son el almuerzo, entre la 1 y las 3 de la tarde, y las clases que inician a las 10 de la mañana, pero no tienen una hora de término definida. Sin embargo, mi vida es mucho más regular cuando está Salvador en la casa.
Uno es artista todo el día, pues estás pensando en tu obra constantemente. No sales a caminar para calmar un poco la mente, sino que vas caminando con el problema y te lo llevas nomás. Si no lo haces, aparece un problema nuevo o encuentras una observación que te lleva a maquinar cosas sin parar. He estado en un partido de tenis y en pleno desarrollo pienso idioteces cuando debería estar concentrado en la pelota que se acerca. Me imagino que existen oficios donde puedes separar estos pensamientos de trabajo de otros momentos, pero tengo la impresión de que los artistas somos malos para esto. En general, estamos el día completo dandole vueltas e incluso tenemos un nombre para esto, le llamamos: “la mirada del artista”. Todos vemos algo de una manera particular y lo perseguimos mientras miramos. No sabemos lo que es, pues aparece de distintas formas. Desde mi perspectiva, se trata de la mirada singular de cada artista. Por ejemplo, un pintor hiperrealista probablemente esté mirando cómo brillan los vasos en una fiesta. Hay otros que están pendientes de las cosas anómalas y preguntan: “Oye, qué rara esa cuestión, ¿de dónde la sacaste?”. En esta búsqueda permanente a través de la mirada, puedes ir caminando por la calle y si encuentras algo que llama tu atención, pero estás sin teléfono, vuelves a tomarle una foto. Antes de que los teléfonos incluyeran una cámara, andaba con una todo el tiempo en el cinturón.
En nuestro oficio es más difícil manejar y delimitar los tiempos. Mis padres eran empleados bancarios; salían a trabajar a las 8.00 de la mañana, volvían a las 6.00 y el trabajo terminaba allí. La casa y la oficina estaban totalmente separados o al menos esa era la impresión que me daba. En mi caso, dado que no paso mucho en el taller, también trabajo en mi casa, dejándola un caos en ciertas ocasiones. Empiezo a armar los trabajos en mi casa y cuando es un desastre, tomo las cosas para llevarlas a un taller donde ya no me caben más cosas.
Nunca he padecido una enfermedad que me inhabilite ni he vivido la experiencia a través de las personas que me rodean, por lo resulta difícil imaginar los efectos que tendría este estado sobre mi trabajo. La única experiencia que recuerdo ocurrió cuando estaba pequeño y me dio hepatitis; es el periodo de tiempo que más leí. Sin embargo, si eres niño tus padres administran tu vida, por lo que la historia sería distinta ahora. Hace dos años tuve un accidente en moto y me quebré la clavícula, pero nada cambió. Fue una cuestión menor. Lo único atroz es que usé un chaleco de neopreno durante dos meses.
Hace más de un año instauré practicar tenis los fines de semana en la mañana. A veces entro en conflicto con esta decisión porque, por ejemplo, quiero ir a Franklin que es una actividad que se relaciona mucho más con mi trabajo, pero finalmente no lo hago. Intento mantener esta disciplina. Por otra parte, mi vida se desenvuelve en una especie de feriado parcial todo el tiempo.
Las vacaciones suponen a veces una mezcla entre trabajo y ocio. En el verano siempre vamos al sur con Salvador e intentamos pescar. Sin embargo, el año pasado para la muestra tenía que planificar una foto que consistía en una oveja calzando unas botas, que es una figura conocida en el sur porque se dice que los gauchos en la Patagonia se pescan a las ovejas, que no tienen nada más. Para tener sexo con estos animales les ponen botas en las patas traseras con el propósito de que no se muevan. Yo pensaba que era una imagen política súper potente, así que parte de las vacaciones fue tratar de hacer esta foto. Salvador me acompañó a ir a hablar con un gaucho para que nos prestara una oveja y además nos ayudara a agarrarla para ponerle las botas. Parece simple, pero en realidad saltaba hacia todos lados cuando la tomabas. Estuvimos dedicados a esta tarea cinco de los quince días que planificamos para las vacaciones, y al final fue un fracaso porque no podíamos hacer la foto, la oveja se movía o se sacaba las botas y las veces que lo logramos el sol ya estaba en una posición terrible. Nunca pudimos hacerlo. El trabajo se involucra en las vacaciones, pero otras veces ni se aparece. De todas formas, siempre estoy abierto a que las cosas se permeen, no tengo ningún problema.
La paternidad tiene un montón de ramificaciones. En mi caso, se trata de la paternidad de un matrimonio separado, donde viví con Salvador hasta que tenía 5 años. Hoy está más grande, tiene 16 años, así que he recuperado cierta libertad sobre todo porque puedo dejarlo solo. Estudia solo, a veces cocina, lava los platos, es autosuficiente de muchas maneras. Lo voy a dejar al colegio en las mañanas, pero vuelve a la casa por su cuenta. No obstante, pese a estas libertades, la paternidad consiste en estar atento a lo que está pasando. El año pasado fui delegado de curso del colegio y debía estar involucrado en todas las actividades: la organización de la semana de no sé qué, la kermesse, el viaje a no sé dónde, la comida de no sé quién. Ese año fue terrible y sumamente intenso por la edad de Salvador y, además, por el magíster.
En general, intento integrar a Salvador de alguna manera a mis obras. Ha ayudado con los montajes, otras veces, con sus conocimientos computacionales. Cuando tengo que editar algo, él realiza una pre-edición. Durante el último par de años se desarrolló esta dinámica de prestarme ayuda. Salvador se volvió un punto de contacto, pese a que a veces considere que las cosas que realizo son una especie de gilipollada. Las formas de contactarte con tu hijo cambian en el transcurso del tiempo: al principio cantas canciones de cuna y después te dedicas a pasear con él y subir cerros. Ahora estamos pasando por un período más dificil, el está en la adolescencia, matando al padre, así que tampoco busca conversar conmigo y si quiero hablar con él considera que estoy invadiendo su espacio personal. Es complicado. El trabajo se convirtió en un pequeño espacio donde podemos compartir ciertas cosas. El me muestra cosas que ha visto en Pinterest o en la Web, y me dice: “Mira, esta cuestión se parece a lo que estabas haciendo”. No tengo expectativas de conectarme ampliamente con el mundo, pero siempre he pensado que hacerlo con mi hijo es esencial.
Los artistas no se retiran, a no ser que se suiciden. En mi caso, no me imagino haciendo nada todo el tiempo, así que pensar en la jubilación es difícil. Mi experiencia cercana con este proceso son mis padres que tienen ochenta y tantos años. Mi madre toma clases como loca y viaja harto, es seca. Hace cinco meses estaba en las pirámides mayas y ya está planeando irse a Croacia. Ella compra paquetes que incluyen el vuelo, el hotel y tours, pero no está interesada en los tours, hace sus propios planes. Por el contrario, mi padre prefiere permanecer en la casa y no hace nada más que leer. En este sentido, parece mucho más jubilado que ella, pero es su manera de disfrutar un mundo mas interno. Mi madre tomó el retiro como una oportunidad para vivir y hacer las cosas que no había podido hacer antes; mi padre simplemente bajó la velocidad. Así lo estoy haciendo yo, bajar las revoluciones va mejor con mi carácter.
La jubilación me parece extraña. Quizás me transforme en otra cosa, por ejemplo, me gustaría escribir ficción. Quizás también retome el trabajo con madera —que es súper bonito— con la diferencia de que cuando era más joven lo hacía de una manera más comercial, porque necesitaba sobrevivir. Confeccionaba muebles, pero no propiamente muebles como tales. Trabajaba en una agencia que realizaba infraestructura para publicidad, entonces nuestra labor consistía en hacer muebles para promoción de productos, ficticios, quioscos de cliente frecuente para el Apumanque, ese tipo de cosas. Teníamos que montar veinte muebles en tres días, por lo que teníamos que trabajar durante los días y montar en las noches. Era un ritmo fuerte. No obstante, aprendí un montón de mueblería plana, que es básica, pero fue una gran escuela. Me gustaría trabajar con madera sólida, hacer algunos muebles, ensambles, quizás hasta carpintería japonesa. A modo de resumen, visualizo un plan lejano de jubilación entre la carpintería y la literatura, posiblemente a la edad de mi padre.
“Prototipo para una vida mejor”