Mi nombre es Bernardo Oyarzún, soy artista visual. Mi actividad laboral está dedicada mayoritariamente al arte y está dividida entre el tiempo que dedico netamente a mi producción artística y el que asigno a trabajar de forma remunerada, al trabajo museográfico. Este último corresponde a un 30% del tiempo total de trabajo que consiste en prestar servicios de plotter para espacios de arte, galerías y museos, entre otros espacios. Este dinero es empleado para gastos domésticos y autogestión. También he realizado clases en la UNIACC, Universidad de Artes, Ciencias y Comunicación, pero renuncié por el tema de demanda de exposiciones y bienales el año 2016. Ahora no hago nada en forma regular relacionado con la docencia. Pese a que es entretenido hacer clases, no busco ocuparme en eso porque me sustrae muchísimo.
El registro de mi semana lo escribí en el computador porque no pude hacerlo en la bitácora, tengo una letra manuscrita horrible. La experiencia del registro de la bitácora no fue compleja porque la ordené por horas para que fuera sistemático, fue muy entretenido hacerla, porque coincidió con algunas visitas notables.
Todas las semanas tengo actividades excepcionales pero la visita de Nelson Garrido para mi familia siempre resulta algo muy agradable y extraordinario, fue un aliciente para empezar. Nos conocimos en una residencia de fotografía en Valparaíso el año 2010. Nelson estuvo todo el fin de semana con nosotros: llegó a mi casa el sábado en la mañana y se fue el lunes. El domingo que comencé el registro fuimos al persa. Hicimos actividades muy relajadas y bastante mundanas, no eran elevadas, aunque sí muy ricas culturalmente. Es mi fuente de inspiración esos lugares, vinculado a lo marginal, a lo periférico. Es parte de mis actividades normales ir al mercado persa; es una actividad que hacemos reiteradas veces con la familia. No es un paseo de todos los domingos, pero es casi obligatorio este ejercicio. Tenemos todos los persas clasificados, sabemos más o menos lo que hay en cada uno. Pamela, mi pareja, está preparando un proyecto y necesitaba comprar muñecas Barbie, así que la visita de Nelson coincidió con una etapa bastante movida por esos lugares: íbamos a ir sí o sí. Así que lo invitamos y aceptó con mucho entusiasmo, además son paseos familiares que tienen mucha acción precisamente por los niños. Uno tiene que estar llamándolos: “Bruno, ven para acá”, “¡Bruno!”, pero así son los paseos, un poco estresantes por el celo paternal. Pero les encanta porque miran juguetes y compran cosas. Esta actividad puedo definirla como artística, porque es muy delirante para los sentidos, colores, sonidos, sabores,… siempre estamos absorbiendo, adquiriendo cosas, es una parte de mi territorio.
Hay un predominio del trabajo en mi bitácora. En mi caso, es raro que tenga un momento para no hacer nada, para el ocio. El único momento de descanso consciente es antes de dormir, pero a veces también nos distraemos con series o películas o alguna tontera. Un rato en las nubes y paramos la máquina. Sin embargo, en el día no existen esos espacios, son muy agitados, la familia es algo que no para, estás lleno de actividades, es difícil estar sin hacer nada. Últimamente he trabajado mucho porque estoy en tres proyectos: uno para el Museo de la Memoria; unas clases en el Centro Cultural Palacio La Moneda a propósito de la exposición de artistas latinoamericanos que está ahora; y otro proyecto que tengo en Nueva Zelanda y una invitación a Colombia en octubre. Todos tienen un componente creativo: generar una obra o una propuesta. Por todo esto, siempre estoy en deuda. El coleccionista Claudio Engel me pidió un recuento de la mayor cantidad de obras posibles en agosto del año pasado y recién se lo mandé hace una semana atrás. Ahora debo una suerte de boceto de lo que haré en el Museo de la Memoria. No trabajo con asistente en estas actividades, porque es muy personal, no puedo decirle a alguien: “Oye, escríbeme el proyecto para el Museo de la Memoria”. Tampoco para la selección de obras donde tenía que agregar una descripción. Me cuesta delegar.
Mi espacio de trabajo y mi rutina se estructuran en mi casa todo el tiempo. Cuando tengo que ir a Santiago Centro, intento concentrar la mayor cantidad de actividades para ese día, como hoy, que fue súper activo. Tuve una reunión a las 11.00 en el Museo Bellas Artes y luego fui a Estación Central a hacer compras, herramientas o cosas domésticas. Programo el día para que quede muy ocupado y aprovechar la salida. Por otra parte, mi trabajo artístico lo desarrollo en el campo; Cabrero es mi taller y centro de operaciones productivas. El patio de mi casa en Santiago parece un taller, pero en realidad es una bodega, cosas en transición al Sur. El próximo año vamos a dar vuelta esta forma de organizarnos porque ya no viajaremos para allá, sino que vamos a estar allá y viajaremos para Santiago. Tendremos una calidad de vida que no tiene comparación.
Hace 15 años atrás no tenía ofertas de trabajo como las que tengo ahora, por ejemplo, tutorías, una intervención breve en alguna Universidad o residencias fuera de Chile. Después de la Bienal de Venecia cambió todavía más la situación, empezaron a comprar obras, una demanda impensada hace un par de años. Ahora, si pienso en la diferencia que tendría mi bitácora actual respecto a otra fecha, no creo que sea mucha, siempre es mucho trabajo. Tenía muchas actividades laborales remuneradas y pero eso lo fui ordenando para priorizar el arte, al final eso mermó por decisión propia. Trabajos como los de montaje son cosas que fui marginando por el desgaste energético impresionante que implica. Al final, decidí por mi cuenta dejar de hacer cosas que te sustraen mucho, para complementar con más trabajo artístico.
Me resisto a las tecnologías actuales, odio el celular, sobre todo cuando estoy haciendo un trabajo y lo olvido intencionalmente en la casa, porque te llaman constantemente para decir: “Oye, ¿a qué hora vienes”, “¿Vienes en camino?”. Hay varios espacios que envían las cosas tarde, eso genera mucho estrés, eso lo detesto. Así que opto por dejar el celular en la casa. Al final, es desgaste gratuito porque no es que uno no vaya a realizar el trabajo, salvo excepciones críticas, donde ya no se puede hacer nada. Pienso que todavía se puede mantener a raya ese dispositivo, aunque veo que se transformó en una herramienta de control que invade tu intimidad, tu espacio.
Ahora bien, al igual que todo el mundo, me parece que el computador es una herramienta excelente. No obstante, da pie para que te presionen porque todo el mundo supone que tienes más capacidad que antes para hacer cosas, todo se vuelve inmediato. Por ejemplo, no te piden cosas para mañana, sino que en un rato más, el mismo día. La gente ocupa de forma realmente absurda las herramientas y los tiempos de trabajo, esto finalmente termina atrofiando tu vida. Así que, por una parte, amo la tecnología porque provee herramientas espectaculares con las que trabajo, como Photoshop o Ilustrator; y, por otra, también las odio porque te han atrapado en un callejón sin salida.
Mis dos trabajos son absolutamente necesarios, el arte tiene que ver con una necesidad personal, íntima, mientras que el otro es por una necesidad mundana, cuestiones prácticas. Ambos trabajos me agradan; la labor museográfica me entretiene, sin embargo, la experiencia de mi trabajo artístico es radicalmente diferente porque me entrego totalmente a éste y me ocupa mucho más tiempo. Me cuesta muchísimo clasificarlo como trabajo, porque es una parte mía muy personal que se expande. Surge de ahí mismo, no es algo forzado, se trata de una necesidad íntima. Me ha pasado que voy manejando, en el metro, en la micro, o estoy a punto de dormir y encuentro la solución a algo. Es rara esa cuestión: tu cerebro sigue funcionando independientemente, pero de una forma en que tú no estás consciente de ese trabajo. Me pasó hace poco cuando fui a buscar a Nelson Garrido y le conté mis últimas obras del año pasado; un proyecto gigante para el Museo de la Memoria, después la Bienal de Venecia y, por último, una obra para la Bienal de Curitiba, no tenía mucho más que contar y que no era poco, sin embargo, me preguntó: “¿Qué estás haciendo ahora?”. Fue muy divertida la broma, más todavía cuando quería parar un poco la máquina el 2018, pero la pregunta provocó que vinculara unos proyectos en estaban ahí en stand by, ya que había realizado tres obras gigantescas en un año. En esta conversación sucedió algo inusitado; apareció la solución a un proyecto que estaba archivado en mi cabeza hace cinco años. Una parte de este proyecto se llama “Cabezas voladoras” y consiste en una serie de videos que presenté en la feria ARCO en España. En ese momento, sentía que no estaba completo y quedé con esa sensación. Mientras charlaba con Nelson, recordé este proyecto y vi la solución de inmediato: “Ah, si estoy en otro proyecto…“Cabezas Voladoras”.
En general, pasa mucho que tienes ideas en la cabeza y no te das cuenta cómo aparecen. Es algo que no se detiene nunca. No me siento en el escritorio a hacer un proyecto, sino que más bien estas ideas surgen en momentos inesperados. Estos golpes creativos que se traducen en la solución final de un proyecto son impredecibles, no tienen que ver con un momento de ocio ni inspiración. No obstante, estas situaciones ocurren con ideas pendientes, por ejemplo, que fueron motivadas por un interés particular en un lugar o lo que sea. Por ejemplo, cuando vas a una residencia tienes una motivación a observar con cierta agudeza y terminas por generar ciertos intereses particulares, pero que no se definen en proyectos de forma clara. La solución de ese interés puede que no aparezca en ese momento, ni en la residencia, pueden ser procesos de años. No es posible programar eso. Por ejemplo, la obra “Funa” que presenté en el Museo de la Memoria estuvo en stand by durante cinco 5 años. Yo sabía que esa obra era una utopía, un sueño post revolución sobre la caída de las estatuas. La idea consistía en derribar a los falsos héroes. Sin embargo, no tenía la obra resuelta hasta que la relacioné con los frisos grecorromanos y la hice.
En este momento debo tener cinco proyectos de diferentes épocas que están en stand by y que se reactivan a partir de algunos eventos. Ocurrió con la obra que realicé cuando me invitaron a MERCOSUR, que consistió en escribir una frase en guaraní con letras de tierra. La idea original era hacer unas letras gigantes de tierra y escribir el nombre de un héroe mapuche para el Museo de la Memoria. No obstante, cuando me invitaron a MERCOSUR, fui a una residencia donde rescaté una frase que perfilaba una cuestión etnográfica. Esta frase presentaba al guaraní como una persona que muestra toda su identidad a través de sus creencias, sus costumbres y todo su arsenal cultural. Cuando encontré esta frase pensé: “Ah, lo escribo en tierra”, aunque se trató de una solución más lógica que relacioné con lo que iba a hacer en el Museo de la Memoria y al final terminé desarrollándola en MERCOSUR.
Existen proyectos que no cuentan con esta resolución, pero son muy pocos. Estos proyectos que no tienen algo resuelto, que me llevan a desvariar y a veces resultan o no, los llamo “experimentales”. A veces me obligo a desarrollar estos casos que desconozco cómo terminarán. Por ejemplo, en el Museo de la Memoria tengo que hacer una propuesta que incluye varios pies forzados. Tengo que desarrollar un proyecto colectivo en el que trabajaré con mi comunidad mapuche y perfilar una obra a partir de esta colaboración. Tengo dos ideas que no sé cómo se resolverán: una consiste en una suerte de rastreo arqueológico, pero no como se piensa usualmente con elementos iconográfico, sino desde un ángulo mucho más hibrido y ecléctico. He visto cosas alucinantes como, por ejemplo, cuando observas un kollón, un kultrún al lado de objetos mundanos como un azucarero de plástico y una lata de refresco. Eso es muy latinoamericano, es alucinante. Otra idea es trabajar con una mujer sabia de la comunidad en relación con la neo memoria ancestral que se ha activado hoy día de las culturas nativas, la forma en que traduce y transmite este renacimiento cultural. Recuerdo que la inauguración de Werkén en Valparaíso fue bicultural —espero que sea la primera de muchas— empezó con una ceremonia mapuche a la que siguió la inauguración oficial. Más tarde, junto a varias autoridades de la comunidad, subimos al segundo piso donde estaba la obra y ella se emocionó. Vio los kollón y me dijo emocionada: “Voy a tocar el kultrún”. Fue impresionante lo que pasó cuando comenzó a tocarlo porque la obra estaba en una sala gigante que tenía eco. Quizás es la intuición, pero ella supo lo que faltaba en ese lugar y paso algo nuevo en la obra, pero parecía normal al mismo tiempo magia, eso habla de otro estado de cosas que años atrás habría sido impensada. Las dos ideas son muy potentes espero que se resuelvan de buena forma, estoy ahí a la espera.
Werkén surgió cuando Ticio Escobar me invitó sorpresivamente a participar en el concurso de la Bienal de Venecia y quedamos finalistas. El problema es que estábamos contra el tiempo para desarrollar el proyecto, ya que una vez que te comunican la selección, tienes dos semanas para concretar el proyecto. En esa oportunidad también ocurrió un chispazo. Empecé una operación de diseño pues quería una cosa modular que se multiplicara y analógicamente se vinculara con la segunda idea de la obra, que eran todos los apellidos mapuche que sobreviven hoy día. Por otra parte, tenía una idea como pie forzado; que debía transformarse en un relato contemporáneo de Chile, de una imagen muy vitalizada de un pueblo absolutamente negado. Era el tema que habíamos propuesto, estábamos en acuerdo con Ticio que el proyecto sería el tema mapuche sin ningún tipo de restricciones. Partí con una idea a priori de levantar una obra modular y armé muchas composiciones a partir de montones de objetos mapuche: wyños, kultrun, toquicura… hasta que llegué a los kollong el gran chispazo, un eureka. Cuando envié la idea a Ticio, respondió: “habemus opera”. Quedó realmente alucinado con la propuesta y en conjunto la refinamos. El relato se armó rápido, tal vez es la obra más pronta que he hecho en mi producción artística.
He vivido el fracaso con obras experimentales, pero se trata más bien de un fracaso muy personal y muy productivo. A partir de estas situaciones he podido rescatar lecciones muy potentes. Tal vez una de las obras con la que quedé más disconforme fue una de tipo experimental que hice en Cauquenes hace muchos años atrás. No tenía mucho tiempo, así que tomé un montón cosas, pensando que se iba a solucionar allá motivado por el desastre ecológico que ocurrió en el río “Cruces” en Valdivia, provocado por la Industria de la celulosa. Escribí un cuento sobre las forestales, recuerdo que se hablaba de fotos desvergonzadas que tomaba la empresa poniendo plantas de plástico y flores, sobre y en la rivera del río, entonces llevé árboles de pascua y unas flores de plástico. Empecé a construir una plantación y varias cosas con los árboles de plástico, pero no llegamos a nada convincente y terminé por regalarlos. Finalmente hicimos un florero gigante con muchas señoras del lugar y escribí mi cuento del zorro y el conejo en las paredes, a propósito de las forestales. Una de estas empresas forestales en otro lugar introdujo zorros para que se comieran los conejos y produjo una sobrepoblación de estos animales, eso lo vi in situ e inspiro mi historia, pero todo el proyecto, sin embargo, no me gustó, pero, a raíz de este florero que hice con las señoras de Cauquenes desarrollé una hipótesis sobre matriarcado y estética popular que terminó en “Doméstica”, un proyecto muy bello que hice posteriormente con financiamiento de la Universidad de Harvard. Esta propuesta se presentó para el proyecto de Art Forum que había ganado junto a Cristóbal Lehyt. Se trataba además de una residencia en Harvard de 10 días, muy buena y motivadora por cosas periféricas a la residencia, En esos días conocí a Ronal Kay un personaje bellísimo, terminamos siendo amigos en ese evento.
Al final, si pienso en Cauquenes como un fracaso, no es así, tuvo consecuencias notables, fue el inicio de un gran proyecto, así lo veo ahora.
El fracaso en el mundo del arte no es terrible, son grandes lecciones, quedan cosas dando vueltas y vienen explosiones creativas de todo eso, hay mucho aprendizaje. El arte no está inserto en la productividad del mundo real, no hay éxito, ni fracaso. El arte esta en un plano simbólico muy lúdico y excitante: puedes jugar, no pasará nada si te equivocas. De todas formas, pese a que uno sabe esto, la presión y la imposición de que todo tiene que salir bien es gigantesca, porque efectivamente una muestra puede quedar en el plano de la intrascendencia. Pero no es más que tiempos de trayecto a otra cosa, en realidad todo es impredecible, eso es lo que motiva, finalmente los únicos mecanismos de control que tienes son justamente los tiempos perdidos antecesores de un proyecto.
Por otra parte, no hay una cuestión racional y lógica para saber si una obra es una buena pieza. Hay montones de capas para descifrarla profundamente o disfrazarla en especulaciones. Estas infinitas capas permiten que cualquier persona pueda sacar algo de la obra, desde lo más literal y obvio, hasta los más simbólico y críptico, es una trama muy potente. En el caso de mis trabajos me gusta la simpleza embaucadora como la obra “Bajo Sospecha”, que se ve muy básica, pero contiene montones de acontecimientos que construyen un relato bastante complejo, finalmente; puedes visualizar el tema de “La Parentela” como un espejo patronímico, o un ensayo de antropología, o lo que quieras. En realidad, las obras siempre tienen fondo que explorar.
La opinión del mundo del arte acerca sobre mi trabajo no me influye en nada respecto de lo que tengo que hacer, porque lo veo como una responsabilidad y que sólo yo puedo resolver. La convicción es lo que me mueve, pensar que solo yo puedo hacer lo que tengo que ha desarrollado la obra que tengo. Quizás algo que facilitó este punto —que no sé si es bueno o malo— se debe a que empecé tempranamente arriesgando todo en cada obra, incluso con incertidumbre económica temeraria, eso forjó un desarrollo profesional fuerte y diversificado y con mucha seguridad en lo que hacía, eso se plasmó en muchas obras y circulación de mi trabajo en todos lados; tengo tantas exposiciones en Chile como fuera de este país. De alguna manera, la dinámica arriesgada me validó como artista, sobre todo lo que he realizado fuera de Chile, más ahora que tenemos fresco el efecto donde nuevamente quedó en evidencia la apuesta al límite con Werken -me refiero a su producción traumática- con los efectos increíbles post exhibición. Antes de esta Bienal tan importante para un artista, nunca recibí tantos aplausos alegres por una obra y otras críticas de mala leche antes de su ejecución, como contraparte aparecieron cosas raras en la prensa, -un porcentaje mínimo por suerte - particularmente cuando se conoció el resultado el concurso del envío chileno a esta Bienal, por primera vez tuve que reaccionar, con medidas concretas, como rechazar una invitación importante a una institución muy importante, pero no quiero detallar este episodios tan decadente, quería decirlo para enrostrar la miopía que suele ocurrir en Chile. En el resto del mundo no fue así, fuimos muy bien considerados por el mundo del arte, tuvo una recepción espectacular, hasta con portadas. Después fuimos validados, yo diría, por rebote en Chile, me refiero a la prensa específicamente.
Mi obra jamás ha estado motivada por la venta; nunca pienso que voy a vender lo que hago, mis motivaciones son otras. Además, la mayoría de mis trabajos son de formatos mayúsculos, o intransportables. Quién va a comprar “Funa”, por ejemplo. Nadie. Es un montón de estatuas de tamaño real, siete frisos gigantes. Posiblemente el espacio hegemónico, que me capturó hace rato, pero no era mi objetivo cuando empecé, era una cuestión guerrera, heroica y política lo que me motivaba, eso no lo he perdido por suerte, me mantiene en pie. Eso explica en parte el trabajo desde mi espacio absolutamente marginal; instalar conjeturas o problemas, remover cosas con estas herramientas, técnica, objetos, estética que dispongo desde este estrato.
El ocio no existe para mí. De hecho, estamos cansados de esta situación, de la falta de ocio. Tenemos un proyecto familiar para irnos a vivir el próximo año al sur de Chillán, a un lugar que se llama Cabrero, al mundo rural. Necesitamos un poco más de relajo para tener ocio, lo añoramos y no seguir constantemente hostigados por esta ciudad que esta colapsada, cada vez más absorbente con tu vida. Me refiero que te ocupa mucho tiempo sólo para poder estar aquí y lo que ofrece no vale la pena. Cuando tenemos tiempo libre nos vamos fuera de Santiago y nos desconectamos. Estos momentos son muy agradables y están muy ligados a la familia, esa es la prioridad. Este tiempo también se vincula con la producción artística y los amigos que van de visita que viajan fuera de Santiago para vernos, es realmente otro mundo.
No tengo un hobby pues todos los esfuerzos que hago son para tener tiempo libre. Cuando traslado esto al mundo real, significa trabajar lo menos posible para tener tiempo de hacer nada, pero ese no hacer nada para mí, es trabajar en arte. ¿Por qué necesito tanto tiempo? Porque el arte no funciona con estrés. Estos dos últimos años, 2016 y 2017, fue un periodo extenuante, mucho proyecto en desarrollo y concreción, en este contexto, la desconexión fue muy importante y eso significa tiempo sustraído al emprendimiento y la productividad económica. El éxito hoy día es inversamente proporcional a vivir plenamente, en el arte son otras reglas, no tiene nada que ver con ese cautiverio de tu vida. De hecho, pienso que hacer arte es una buena forma de vivir, aunque vivas en la miseria. Además, uno cree en la revolución que hay detrás de toda esta actividad, creo que intervienen técnicamente en los estratos territoriales, de una forma analógica como influyen los objetos técnicos que cambian nuestra forma de vivir.
Mi actividad principal es el arte, así que todos mis esfuerzos están dirigidos a generar tiempo para trabajar en mi obra. El último tiempo, sin embargo, he estado atrapado en informes tortuosos al extremo de mis posibilidades. El verano pasado fue un verano perdido en trámites burocráticos. Los tiempos que ocupé para hacer esos insufribles informes están absolutamente perdidos para siempre. He llegado a tal extremo de pensar que son mecanismos de poder, control y sometimiento añorando una recompensa ridícula y sin importancia. El premio que no es otra cosa que un “OK” a un proyecto que esta más que resuelto y exitoso. Te piden documentación redundante que te provocan irremediablemente. Entiendo que pagamos el precio de un país corrupto, pero siento a todas luces que los mecanismos de control no son la solución, son involutivos, el problema es más profundo, la solución es otra.
Los fines de semana intento desconectarme del trabajo remunerado porque los domingos no trabajo en gráfica. Además, son más relajados porque no tienes que salir y te quedas en casa, a menos que haya actividades familiares porque ahí estamos obligados. Sin embargo, siempre estás completando trabajos atrasados o retomas proyectos porque la demanda no para. Ahora estoy realizando los trabajos que debo para un museo, Nueva Zelanda, Colombia, Isla Flaca, entre otros. Siempre estoy súper demandado con trabajos de arte. Cuando no ocupo ese tiempo para trabajar, lo paso con amigos o en el campo. También cachureo en el persa para excitar un poco la mirada, para distraerme. De todas formas, definitivamente los momentos en que estoy más desconectado es cuando salgo de Santiago.
Hemos pensado salir de Santiago como familia para huir del estrés porque es un problema de salud muy serio. En mi caso afortunadamente no es silencioso su efecto es muy visual, eso me ayuda a tomar precauciones, son señales de alerta. Estoy hablando síntomas; de pelones en la cabeza, nervio ciático, colon irritable, alergias, dolores musculares… Todo muy palpables en mi cuerpo y a esta altura considero que es pura suerte que no haya ocurrido algo más grave. Sólo queremos estar más relajados y el plan de irnos de Santiago tiene relación con eso.
No recuerdo ese artista y esa persona que era antes de la paternidad; es una cosa que quedó atrás hace ocho años. Mis hijos son pequeños; el mayor Santiago tiene trece, después sigue Horacio con seis y Bruno con cuatro años. Santiago, el mayor lo conocí cuando tenía cinco. En rigor es mi primer hijo, sólo que no soy su padre biológico. Esta experiencia ha sido maravillosa, no sé cómo describirla de otra forma. En términos creativos, no afectó para nada mi obra, de hecho, pienso que la potenció. Me motiva más todavía saber que estoy construyendo un capital simbólico, un patrimonio muy trascendente para ellos, es muy importante en muchos sentidos. Además, mis hijos andan encima de la obra o se meten en plena inauguración, irrumpen. Comprenden en alguna medida que es un escenario para el juego, ficción y realidad mejor que uno.
La única posibilidad de retiro no es que yo envejezca, sino que mi obra lo haga. Si ese es el caso, hay que retirarse dignamente...Éntrese tatita… El problema es la vanidad que te nubla la vista y hay que estar atento para percatarse de esta situación. Por ahora, hablando de ceguera, no pienso en dejar de producir, ni espero que mi obra envejezca todavía. Pero todas estas cosas están catalizadas por la comunidad también, cuando una escena es potente, los más jóvenes pueden pegarte una patada en el trasero fácilmente, la pelea es dura en una escena sana y fuerte, aunque no es el caso de la escena chilena. También existe la posibilidad de que seas un artista extraordinario y que no te derriben con nada, pero uno no lo sabe —o tal vez sí—. Hay que creer un poco en los súper poderes, hasta que ya no se pueda y la comunidad automáticamente te relegue a un sitio acomodado con su respectiva lápida y muy lejos de la vanguardia. Tengo la esperanza de tener esa visión crítica para el retiro digno. Me gustaría que mi jubilación ocurriese de esta forma cuando no tenga nada que aportar, aunque ese momento no se puede predecir. Hay artistas que nacen viejos y deambulan en el montón, eso es bien curioso y habla de una escena muy pusilánime.