Cuando hago trámites y debo escribir mi profesión en el papel, anoto “profesor”, porque es la actividad que me da sustento y que desarrollo con más seguridad. El resto es vago e intermitente, a veces muy intenso, otras veces menos y a ratos parece que se trata de una crisis total. Por eso, la docencia es la actividad que puedo esgrimir con más estabilidad. Además, lo he hecho durante los últimos 20 años. Actualmente trabajo en la Universidad Andrés Bello y en la Universidad Diego Portales, pero he estado en todas las que han existido, menos la Universidad Católica. A partir del año pasado logré limitar el tiempo que dedicaba a la docencia porque normalmente me ocupaba toda la semana, pasaba de una universidad a otra. Además de la docencia, hablando de lo que genera plata constante y sonante, están los proyectos FONDART que son versiones remuneradas de mi vida artística.
Me fue pésimo con la bitácora porque es similar a un trabajo. Tendría que escribir: “Estoy escribiendo en la bitácora”. Usualmente no pienso en este asunto porque creo que detenerme a reflexionar sobre el ocio lo echa a perder. Hago mucho alarde de una vida ociosa, con muchos tiempos muertos no planificados, pero nunca existen las intenciones de ocio propiamente tale. Es decir, no voy a un lugar y digo: “Ahora voy a pasar una hora haciendo nada”; se supone que siempre voy a hacer algo. La semana que escribí la bitácora no registré nada como ocio porque sólo escribía cuando hacía algo, no escribí en los momentos en que hacía nada. Además, no me gusta escribir, lo evito. Al leerla, parece que soy el tipo más trabajador del mundo.
Me considero pintor más que artista visual. Entre las artes visuales, la disciplina que posee una relación más confusa con el ocio es la pintura, porque la actividad de taller parece muy productiva debido a que esconde el trabajo inmaterial tras una producción concreta. Sin embargo, a todos los pintores nos pasa que pensamos una tela con tal intensidad que es totalmente ocioso. En la bitácora podría haber escrito: “Pensé una tela por 7 horas y logré hacer 1”, y ahí evidencias una desproporción que es lo que se podría calificar como ocio. De todas formas, no me parece tan claro como podría pasarle a un publicista que repentinamente señala: “Me voy a quedar viendo una hora el paisaje para ver si se me ocurre algo”. Este tipo de cosas no me pasan.
Hay un patrón de mi bitácora que he conservado desde la adolescencia. Normalmente cuando debo ir a un lugar parto temprano para llegar adelantado a la hora. Además, suelo ir caminando entonces me demoro muchísimo. Entonces entre las actividades que tengo, hay tiempos muy grandes. En ese sentido, los tiempos que podría llamar de ocio se tratan más bien de tiempos útiles lentificados.
Los jueves son mis días de taller, pero en este momento estoy en una situación de crisis, no estoy pintando mucho, así que voy poco al taller. Ahora dedico más tiempo a la música y a unos planes para unas películas. No estoy con mi calendario normal, que funciona bajo la idea de que los miércoles en la tarde parto desde la Universidad Andrés Bello de Bellavista a mi taller para quedarme ahí durante la tarde y volver el jueves por el día. El resto de los días hay turnos para ir a dejar y buscar a mis hijas, particularmente una que recién entró al jardín este año entonces quien va a dejarla a las 8 de la mañana debe ir a buscarla a las 12. Ese tiempo de 4 horas que tengo que usar en la casa antes no lo tenía, así que ahora busco actividades que pueda realizar en este rato. Ahora hago cosas vinculadas a la música, trabajo en el computador. A veces empiezo preparando una clase, busco imágenes que se vinculen con la clase, después paso a otra cosa y termino viendo videos de música que me interesa. He visto películas completas en ese rato. Es una especie de estudio extraño que termina en cosas totalmente inútiles, cuando el punto de partida era la utilidad. En otra época, cuando contaba con estos tiempos, trabajaba en unos guiones y antes hacía muchas cosas en internet.
Hace 10 o 15 años tenía más horas de taller y de ocio, situación que cambió cuando tuve hijas. Pensaba que el ocio era una condición relevante para ser un artista diferente a los demás. Sin embargo, con el tiempo me deshice de esta idea y de otras como, por ejemplo, que hacer clases era la contrapartida de ser artista. Creía que trabajar en la docencia significaba que no recibía los ingresos que esperaba de mi actividad artística y, además, era restarle tiempo a ésta. Les pasa a los actores que trabajan de meseros: lo perciben como algo contrario. A medida que pasó el tiempo cambió mi parecer y encontré que cuando hago clases tengo más contenido y reflexión artística que cuando pinto. Es decir, vivo la parte seria del arte en clases y la parte adolescente que persiste y me avergüenza se manifiesta en la pintura, en el taller. El tiempo de clases se convirtió en algo importante para mí.
En ambas universidades donde realizo clases, hago un taller de segundo año que aborda los problemas y las lógicas que existen en los talleres de artistas. Estas clases duran alrededor de 5 horas y consisten en revisar las obras y conversar. Es una dinámica parecida a la de taller que se diferencia solamente en el contacto con los demás. Yo lo que trato de hacer es oponerme a la lógica del proyecto de arte o de cualquier proyecto, que señala que inicias con una idea inmaterial que luego atraviesa un proceso material para terminar en un producto que es evaluado nuevamente desde una perspectiva inmaterial. Les enseño a los jóvenes que esa cadena posee el problema de que sólo las ideas buenas terminan en cosas buenas, las ideas buenas mal ejecutadas también terminan en cosas malas y las ideas malas sólo pueden ser malas. A partir de mi experiencia de taller, muestro que la creación no funciona siempre en ese orden pues a veces primero está el material, luego el proceso y al final está la idea. En otras ocasiones, primero está la evaluación y luego el producto. Esta lógica de proyectos para trabajar en taller se presenta de tal manera que parece que debe preservarse, cuando en realidad debería observarse el trabajo de taller para ver cómo funciona. El primer sistema excluye malas ideas que pueden terminar en grandes cosas mientras que el segundo salva muchas situaciones. Además, el sistema de proyectos excluye una parte interesante del pensamiento pues hay personas que no funcionan con ideas abstractas. La caricatura que representa “El pensador” de Rodin —que es un tipo cuya gestualidad muestra el pensamiento como una especie de caracol que conecta el cerebro con el brazo— no es la única forma de pensar. De hecho, más bien parece una manera de cagar.
En mi caso, el divorcio entre pensar y hacer se produjo por tener hijos y poco tiempo. El pensamiento lo desarrollo en clases, mientras que no lo hago mucho en taller. Por eso, la organización que pide la bitácora para mí fue abolida. No tengo el conflicto de que, si hago clases, estoy perdiendo tiempo de taller.
Ahora necesito menos tiempo de taller y lo empleo de forma más dirigida. Es decir, si tengo exposición trabajo mucho, si no tengo exposición trabajo poco. Ya no me ocurre que pinto algo sin saber en qué va a terminar, aunque es deseable. Hoy no tengo ninguna exposición y no puedo pintar. A raíz de este problema del uso del tiempo, otra de las cosas que empecé a realizar hace 5 años fue responder las invitaciones para realizar murales. Me invitan a un lugar, digo “Perfecto”, pinto el mural una semana más o menos, se muestra el tiempo que dura la exposición y luego lo borran. La primera vez que usé este sistema de trabajo fue en Praga. Estábamos con Francisca viviendo en París; mientras ella estudiaba en la Escuela de Bellas Artes, yo trabajaba repartiendo sándwiches, sin taller y con poca actividad artística. Los talleres eran caros allá, costaba mucho armar algo. Los trabajos que hacía para Chile se componían de varias partes que se armaban después con el fin de no usar mucho espacio para poder enviarlas al país y no tener este asunto ocioso de taller donde tienes muchas pinturas y pasas de una a otra. Estaba obligado a hacer una pintura más programática, planificada. En este tiempo nos hicimos amigos de Silvina Arismendi que tenía una galería llamada “Galería Parásito” y que estaba en Praga. Se ubicaba en distintos lugares de la ciudad —calles u otras galerías—, ponía un cartel que decía “Galería Parásito” y así funcionaba. Ella inventó una residencia que consistía en dos semanas de trabajo y un día de exposición en una fábrica abandonada de Praga, una especie de matadero gigante. Cuando me invitó, pasé de ser la persona más frustrada a decir: “Por fin voy a volver a tener un taller”. Compré pinturas, me encerré e hice en quinces días lo que hago durante un año. Parecía a ese pintor que sale en “Historias de Nueva York” de Scorsese. Tenía música que antes no tenía porque trabajaba en una biblioteca; fue volver a lo que hacía. Cuando terminé el mural, expuse un día y luego lo borraron. En Chile repetí varias veces esta forma de trabajo y de alguna manera produjo que la pintura se volviera un asunto casi deportivo pues el día antes me preparo para los que siguen. Son días de trabajo intenso y parecidos a los de taller. Normalmente no tengo un plan de trabajo, sino que traigo fotografías, cosas que me gustan, las instalo en el lugar y armo la obra a medida que sucede, muy concentrado. Es una forma de trabajo por temporadas, parecida a los tipos que hacen performance: una semana trabajo intensa y después no hay mucho hasta la nueva invitación.
Google cambió mis tiempos de ocio porque los volvió productivos. Hay muchas imágenes y material con el que trabajar. Mi relación más dura con las redes sociales ha sido con Facebook porque estuve un tiempo, me salí, volví a abrir la cuenta y nuevamente la cerré. Todas las veces terminó muy mal porque si un oficinista revisa Facebook diez veces al día, yo lo veía 29 millones de veces en el día. Era muy obsesivo y se volvió una situación desesperante, además, de sentir mucha decepción sobre los seres humanos y las cosas que piensan. Ahora, hace unos días, me metí a Instagram porque no podía aguantar no tener nada y resultó una lata, es muy fome. Las situaciones de hiperconexión son terribles para mí. De hecho, el taller siempre ha sido un refugio, es un lugar donde no tengo mucha comunicación, no hay nadie. Por lo mismo, evito el trato con los artistas que están en el mismo espacio. También en mi taller mantengo una situación de desorden que no puedo tener en otro lugar. En Praga descubrí la idea de que todo sea simultáneo, que no haya un programa jerarquizado en mi espacio de creación.
Conversábamos con mi hermano Rafael y Francisca sobre el trabajo de un artista, cuando él comenzó a cuestionar la noción de trabajo para referirse al arte. Le encontré razón. Me desagrada la idea del valor del trabajo como una norma ética, muy pequeño burguesa y vulgar. Lamentablemente la ética del trabajo como un signo de dignidad se está introduciendo en el mundo del arte. La ética del trabajo, la coherencia, la retribución por el esfuerzo, toda la ética del matinal más huevón se está metiendo en el campo artístico y creo que eso es lo que estamos viviendo estos últimos años. Mis alumnos se sienten ofendidos constantemente por cosas que en mi época uno pedía para distinguirse de los demás.
Actualmente el artista se rige por los mismos marcos normativos que los otros trabajos, pero también la misma moral. Me hice artista pensando que iba a tener una moral distinta, pero no es así, qué se le va a hacer. Nosotros fuimos formados en otro régimen, uno más despótico y aristocrático, y no vinculado al dinero. Cuando ibas a la Escuela de Arte de la Chile el tipo miserable que provenía de Lota salía pensando: “Me cago en los demás”. Por el contrario, ahora es un sistema democrático clásico. No estoy seguro si es para mejor, lo que quiero decir es que les pasa a todos los viejos culiados del mundo. Estas nuevas propuestas atentan contra la concepción de arte que tenía y me duele a veces, he tenido encontrones con mis estudiantes. Pienso que esta actitud es hipócrita porque es inevitable que un artista quiera imponer su modo de vida. Mis estudiantes me dicen que no quieren imponer nada, que son como todo el mundo y trabajan como todo el mundo, pero ojalá no fuera verdad. No hay trabajar como todo el mundo. Hay que hacerse cargo cuando tu vida es infinita e injustamente mejor que las de otras personas. Si dices: “Estuve trabajando 8 horas en el taller al igual que tú que estuviste trabajando en la construcción”, me parece una maldad. Ambos trabajaron 8 horas -si quieres llamarlo así-, pero no es lo mismo. Hay que pagar un precio por ser artista; que es hacer el ridículo y decir huevadas para que la gente te pifie; estar en una posición minoritaria. Si quieres ser libre, tener la aprobación de todos, que te digan que eres igual al resto y el major a la ves y un ser moral que es un ejemplo para el mundo, no puede ser. Los artistas somos una lacra y una bendición de la humanidad.
Es un pensamiento bastante católico y anticuado, pero creo que si tienes una vida licenciosa y libre debes pagar un precio que es no cumplir con la norma. Además, la gente te puede escupir y decir lo que piensa. No puedes ser bueno, agradable, amable y respetuoso si decides ser libre, tienes que elegir. El precio de esta libertad es que, si digo algo, el resto me responderá que soy un imbécil, un machista, una mala persona, un cerdo burgués, un huevón. No me gusta que me traten de esta forma, pero me parece justo, es la venganza justa. A los empresarios les ocurre lo mismo: si eres Sebastián Piñera y tienes más dinero que todos, lo justo es que la gente te diga “Hijo de puta”, que no puedas salir, que necesites un guardia que te defienda o que quieran secuestrar a tus hijos. Es normal porque es el precio de que te guste la plata.
Al comienzo no reparaba en el valor de mis pinturas, pero con el paso del tiempo he visto que se habla mucho del problema del valor de las cosas. Pinto con materiales que son pencas y baratos, sin embargo, algunas personas consideran que mis pinturas son valiosas. En otras palabras, se ubican en la bisagra donde te planteas si es un pedazo de madera con un moco o el moco está bien puesto en el pedazo de madera. Por supuesto que no utilizo ese discurso porque iría contra el negocio, por plantearlo de alguna forma. Me gusta jugar con la idea de que yo no poseo el precio finalmente, aunque es una herencia del siglo XX.
Cuando pinto espero que la persona que vea el cuadro experimente lo que antes me ocurrió a mí, es decir, yo no pinto para enseñar algo, sino que hago cuadros como consecuencia de algo que aprendí. Soy el primer testigo de la obra y espero que a los otros les pueda pasar lo mismo. Tengo una posición solidaria con los demás porque me cuestiono si es valioso lo que produzco o no. He visto algunas obras y he pensado: “No sé por qué, pero está increíble”, para más tarde cambiar de opinión. Hay cuadros que consideré increíbles, pero los veo y pienso: “¿Cómo es posible esta huevá?”. Sufro cuando pienso en la persona a la que se lo vendí porque tiene un choapino colgado, ¿cómo le explico que me lo cagué sin saber? La magia que encontré en el cuadro se va. También pasa con canciones que piensas que son geniales, pero las escuchas 3 meses después y no te producen nada.
El reconocimiento de las personas es importante para mí porque empecé a hacer arte, en parte, buscando que los demás me salvaran. Si me preguntan para qué hago arte, yo respondería que para exponerlo. Nunca he hecho un cuadro pensando que no voy a mostrarlo, sólo tiene un sentido de relación. Me pasa algo similar con la navidad; yo no haría regalos si no es porque viene la navidad. Es un tema relevante para mí, pero trato de no pensar mucho en eso porque es una pregunta sin salida y se hacen cuadros muy malos si le das vuelta a la opinión de los demás. Además, normalmente me pasa que tengo una idea equivocada sobre lo que piensa el resto. Creo que les pasa a todos los artistas que hacen obras pensadas para incautos, que se caracterizan por ser bonitas o fáciles de digerir y que se van a vender, y otras interesantes que sólo pocos van a entender. Siempre hago esta distinción y me equivoco. Cuando pienso que una obra no se la podrá tragar ninguna persona, las viejas se la pelean; si considero que hay otra candy eyes, como se dice, no pasa nada. Tengo una idea equivocada del gusto de los demás, pero posiblemente es mi ventaja artística, ya que hago cosas bonitas sin manejar lo que el resto piensa que es bonito. Cuando entienda lo que las personas buscan todo se va estropear porque quiero pura aprobación.
El arte visual es frustrante, no te quiere nadie. Es decir, pintas y expones para un grupo que después de 20 años es difícil no conocerlos a todos porque quienes van a las muestras son las mismas 50 o 100 personas desde hace años. Este mundo es muy lento pues uno tiene la sensación de que han ocurrido cosas, pero recién después de 10 años se perciben. También es poco importante, poco urgente: el mundo de las artes visuales no está en la palestra. Por este motivo, es difícil hablar en términos de éxitos y fracasos. Además, los artistas visuales chilenos aniquilamos la posibilidad del fracaso. Si realizaste un video que no se ve, se trata de la no visión. Aniquilamos la posibilidad de fracaso porque nos molestaba la idea de perder, pero también lo hicimos con la posibilidad de éxito que solo reconocemos si ocurre en el extranjero. En este sentido, los artistas hicimos un trato de no agresión, que señala que nadie va a salir dañado, pero tampoco nadie saldrá de este espacio. Por otra parte, en Chile no está la coordenada del dinero, nadie gana mucho y quienes estudiamos no lo hicimos con ese propósito. Ahora las generaciones son diferentes, pero el éxito no existía para mi generación, ninguno pensó que iba a vivir de esta huevada. Entre los artistas de mi edad recién Iván Navarro introdujo esta posibilidad.
Los artistas de mi generación no iban hacia ningún lado, no tenían conexión con la producción actual ni el arte contemporáneo, no sabían lo que ocurría en otras partes o en el vecindario. Esta situación ha cambiado, se conocen algunas fórmulas de éxito. Además, en Chile si ganas un premio internacional, como Sebastián Lelio, el resto va a desarrollar esa actividad pensando que puede ganar algo.
La tecnología hizo bien para las artes visuales. Recuerdo que los artistas de mi época recurrían a la Enciclopedia Sarpe para aprender. Tampoco era fácil transitar entre distintas áreas por lo mismo; te podían interesar tres o cuatro cosas, pero no podías dedicarte a todas. Marcela Trujillo es una excepción porque a ella le interesaba la pintura, pero descubrió el cómic y comenzó a trabajarlo. Tengo la impresión de que a los jóvenes no les cuesta nada ahora.
El modelo de vida de los artistas se ha expandido mucho más allá de sus fronteras, no sólo por las matrículas universitarias, sino también por la tecnología que permite que haya mucha gente que viva como artista.
El ocio, en mi caso, es el recuerdo de un pasado glorioso. Mi actividad de taller es diferente de mi actividad de docente porque la primera es un homenaje a una persona que ya no soy, un adolescente inseguro. Desconozco por qué sigo considerándolo relevante, pero lo que hago allí es un ejercicio de regresión, es decir, vuelvo a esa situación. Una de las cosas que hago en el taller con frecuencia es mostrar mis cosas a la Francisca, a mis hermanos, a gente cercana con el propósito de conversar, aunque considero que esta parte es productiva, no ociosa. El ocio es privado y tiene que jugar con la idea de que no tengo responsabilidades.
Todo lo que hago es hobbie y todo lo que hago no es hobbie, es decir, si empezara a jugar racquetball pensaría que me voy a convertir en campeón de racquetball, no puedo hacer como que me da lo mismo. Esta idea de trotar no puedo entenderla, aunque corra una maratón o diez metros, no podría dormir pensando que hay otros que ganan. Cuando las personas dicen que trotan para mantener su salud o superar sus propias metas, pienso que no existe. ¿Cuáles son tus metas propias? Si corres es porque estás apurado y quieres llegar rápido, o quieres ser campeón de esa actividad.
Hay actividades culturales que califico como ocio. Tengo una experiencia que fue artísticamente importante para mí y que he contado varias veces a los estudiantes. En la adolescencia estaba obsesionado con el problema sobre si lo estaba pasando bien o lo estaba pasando mal. Cuando lo pasaba bien con alguna actividad, pronto se tornaba aburrida. Este problema de aburrido/no aburrido es relevante porque encontré dos instancias en que ese eje quedaba abolido: la televisión y la pintura. En el caso de la televisión, lo entretenido y lo aburrido no existe porque puedes ver un programa sobre cuchillos durante siete horas que te entretiene y te aburre al mismo tiempo. Dicen constantemente que es entretención, pero lo es en el sentido más aburrido de la palabra. Parece un narcótico. Debido a que no podía explicarle al mundo que era una persona dedicada a la televisión, finalmente opté por la pintura. No pude aguantar lo que me ocurría con la televisión porque me inhabilitaba socialmente, era muy deprimente.
La sociedad le asigna mucho valor al ocio, pero es un valor falso. Cuando la sociedad se enfrenta al ocio se produce una situación similar a la del discurso de la libertad, que señala que cualquier cosa que se le oponga, se acaba. Hay un discurso acerca del ocio parcialmente vacío. El ocio está en peligro de extinción. Las redes sociales e internet lograron que nuestros tiempos libres, los ocupemos en cosas que son trabajos en realidad. Escribir, opinar, buscar imágenes, clasificar archivos, todas son actividades que en mi época claramente eran trabajo y solían ser remuneradas. Ahora tenemos millones de personas trabajando gratis, generando insumos y dinero para Mark Zuckerberg en un tiempo que llaman ocio. Es extraño.
Además, se presenta el problema de la democratización de los deportistas o de los artistas: el turista más viejo y ridículo se compra una cámara y esos lentes gigantes que usan los fotógrafos de estadio. Para un fotógrafo profesional tiene que ser ofensivo que este señor le tome fotos a su mujer con un teleobjetivo sólo porque se volvieron más baratos. Sucede lo mismo con los tatuajes pues antes quienes se tatuaban eran los punks, los artistas, los presos que se ponían “Satán es mi amo”, pero ahora cualquier dueña de casa tiene un delfín. Todas estas situaciones, las siento como una pérdida de intensidad. En la medida que el ocio está repartido en todas partes, se pierde su intensidad para las personas que hicimos de eso nuestra vida.
El estilo de vida artístico al que el ocio solía pertenecerle está en divorcio con los demás estilos. Cuando una mujer punk que tenía escrito “Me cago en el mundo”, tenías garantizado que no iba al colegio, que no tendría hijos, que no iría al centro de madres, que no se iba a casar de blanco y que no iba a hablarle más a su abuelita. Ahora no, hay una suerte de flexibilidad.
Tengo muchas fantasías con la idea de la enfermedad, por ejemplo, que quizás me vuelva ciego o pierda una mano. He soñado con estar imposibilitado de trabajar y que el ocio sea una obligación, pero me imagino que no debe ser entretenido. Sólo es una fantasía recurrente, parecida a la de los niños que quieren tener yeso o frenillos; es algo que quiero, pero seguramente no lo voy a disfrutar.
Me molestan los feriados porque todos los huevones están en lo mismo, mientras que para mí era una conquista estar un día lunes a las 11 de la mañana sentado donde quisiera. Me encanta la idea de ser el único, pero esta conquista no parece cierta cuando las otras personas también tienen este tiempo. Por otra parte, las vacaciones son lo más alejado al ocio, es un momento que se planifica. Francisca trabaja en enero y yo sólo a veces, por eso salimos de vacaciones en febrero. No llevo nada para trabajar porque este tiempo es serio para mí. También son vacaciones cuando las niñas están en el colegio.
La paternidad ayudó a ordenarme porque me hizo percatar de que el tiempo que tengo para hacer cualquier actividad es sagrado pues es escaso. Antes no entendía bien cómo manejar mis tiempos, pero ahora poseo una valoración más exacta.
No hay ninguna jubilación posible. Cuando termine lo estoy haciendo, sé que no tendré dinero. Al principio me dolió mucho asumir esto, pero ya no me importa nada e incluso pasa al revés, me da lata ser Picasso. No quiero el éxito ahora.